El fichaje del delantero ucraniano, Roman Zozulya, por el Rayo Vallecano ha desatado un cisma entre afición y clubes. La hinchada ha vetado al jugador por su ideología nacionalista, un torpedo en la línea de flotación de la moral vallecana.

El mercado de invierno del fútbol -cerrado recientemente- no ha brillado en España, rompiendo una tendencia a la que estábamos acostumbrados en ediciones anteriores. No se produjeron rimbombantes fichajes, ni salidas de carismáticos jugadores, ni sorpresa de última hora.... eso quizá ha sido lo más sorpresivo.

Vamos, que bajo llave en el cajón se han quedado portadas posibles con estrellas posando con los colores del nuevo equipo de sus amores. Atrás quedaron las últimas jornadas de transistor ante la bomba informativa antes del cierre del mercado.

Pero el deporte rey es caprichoso y a veces incluso impredecible. La noticia no procedía de célebres astros, gigantes del negocio ni de aquellos cuyos logros cacarean la mayoría de los ‘periolistos’ deportivos hasta la saciedad. Y, entonces, un tal Roman Zozulya logró en los medios la gloria que se le escapaba sobre el césped y una inofensiva cesión le abría las puertas del olimpo futbolístico.

El delantero ucraniano, formado en las categorías del mítico Dinamo de Kiev, inició su sueño de jugar en la liga española, cuando militaba a las órdenes del bueno de Juande Ramos en el Dnipro. Su valentía y descaro le llevaron a la selección en categorías inferiores hasta enfundarse la elástica de la absoluta en más de una veintena de partidos. En la etapa del equipo de la ciudad ucraniana de impronunciable nombre, impresionó al cuadro técnico y Marcos Álvarez resultó clave para que Zozulya llegara a orillas del Guadalquivir para sumarse a las filas del Betis de Gustavo Poyet. Otro compatriota y amigo, Konoplyanka fue su escudero a su llegada a Sevilla.

En una entrevista aseguró que ganaría 3 veces menos vistiendo los colores verdiblancos que en su anterior destino. Toda una declaración de principios y un aviso a navegantes sobre cómo se las gasta el ucraniano. Y ahí comenzó su calvario, quedó a un lado el futbolista y emergió Roman. El joven cuyo sentimiento patriota traspasa algunos límites convencionales, se muestra muy preocupado por la situación en el este de su amado país. La región de Donbass quiere separarse de Ucrania para integrarse en Rusia y eso no lo puede consentir. La subasta que realizó de la camiseta con la que debutaba para recabar dinero para sus ‘compañeros’ de armas arrancó gran crítica.

Reconocido fundador de la organización militar Narodna Armiya (Ejército del Pueblo), destina fondos para seguir su cruzada contra las milicias prorrusas. Sus convicciones morales desataron sentimientos encontrados entre la sociedad y la hinchada, generando una espiral que tenía reflejo en lo deportivo. La falta de resultados hacía tambalearse al proyecto bético, que pronto rescindió el contrato de Poyet, en busca de un revulsivo y levantar los ánimos de la plantilla. Mientras, Zozulya no parecía encontrar un hueco en los esquemas de juego, quién sabe si los ríos de tinta con su nombre iban afectando a su rendimiento.

El club no quiso desentenderse del jugador y le buscó acomodo en algún equipo con gancho que pudiera devolver la ilusión, recobrar los minutos necesarios para ponerse a tono y confirmar que aún le quedaba talento en las botas. El Rayo Vallecano se cruzó en su camino y le abrió sus puertas. Pero la que estaba llamada a ser la segunda oportunidad para el delantero ucraniano, se convirtió en toda una pesadilla bien aderezada por los medios de comunicación, algunos con especial ahínco viendo una ocasión inmejorable para levantar sus pérdidas. Ya saben: no es personal, son negocios.

Las piezas encajaban y ahora había que contar la historia. Un ultranacionalista que se vanagloriaba de ser admirador de Stepán Bandera –incluso bromeó en twitter sobre su asombroso parecido físico-, controvertido personaje, filonazi para unos, héroe para otros. Además, el joven deportista es miembro destacado y líder de una ‘fundación’, como dice el Gobierno ucraniano, que recluta hombres armados para luchar contra los separatistas.

Entonces, cómo un perfil así podría llevar la camiseta del Rayo y ser parte de la familia Vallekana. ¿Cómo puedo jugar en un equipo prorruso? Se lamentaba el deportista. Ultranacionalistas ucranianos, españoles y de otros países han mostrado su apoyo al futbolista, mientras organizaciones de izquierda y comunistas ucranianos aplauden la decisión de los socios. Dos trenes que avanzaban a toda velocidad hacia un destino cuyo fin casi todo el mundo predestinaba.

Por una parte, Roman nunca ha ocultado su orgullo patrio reflejado en sus redes sociales, fotografías o actos públicos donde incluso ha sido condecorado por sus méritos militares y por defender la nación frente a los separatistas. Y por la otra, la grada del Rayo –símbolo de la resistencia izquierdista- ha dictado sentencia: “No te queremos con los colores de nuestro equipo”. Es decir, lo que llaman libertad de expresión, mientas los medios, o algunos de ellos, cargan sus artículos con pólvora para acusar a Rusia de este nuevo complot.

Lo cierto es que el conflicto en la zona se ha ido recrudeciendo en los últimos días. Kiev ha lanzado una fuerte ofensiva contra los separatistas para recuperar paso a paso el terreno. Una acción que dinamita de lleno los avances en las conversaciones entre las partes y los llamados acuerdos de Minsk.

Está claro que el paso del delantero por la liga española quedará grabado a fuego por los tiempos de los tiempos, no por sus goles, ni su inteligente estrategia para superar a los defensores o la picardía de la que se valía para batir la portería rival. No, el jugador ucraniano quedará en la historia deportiva estigmatizado por sus motivos –respetables o no-.

No es el primero ni será el último deportista fagocitado por su ideología o moralidad, como ocurrió con Di Canio, Lucarello o más recientemente con Sergi Guardiola o Lucas Hernández.

La normativa federativa ha dado la puntilla a la carrera futbolística en España del ucraniano. Roman Zozulya no podrá vestir los colores de ningún equipo lo que resta de temporada, ya que ha cubierto el cupo de inscripciones. Parece que la estrella se apaga por culpa de lo que debería ser secundario. Una víctima más del juego de despachos y del negocio porque una vez más… ¡no es nada personal!

Me viene a la mente otro controvertido nombre, Bosman, el jugador belga quien no será recordado por su arte con el balón sino por su cruzada personal. El deporte rey cambió hace dos décadas gracias a su empeño, pero hoy nadie recuerda ya al jugador que fue. En fin, la procesión va por dentro y la profesión por fuera.