Quedan menos de dos semanas para que se juegue la final de la Champions League entre el Real Madrid y la Juventus de Turín en Cardiff, la capital de Gales en el Reino Unido. Una ciudad portuaria de la que la mayoría de las personas que van a asistir nunca habían oído hablar y donde una habitación de hotel no superaría las 120 libras esterlinas si no fuese por esta desatada codicia colectiva disfrazada de "competición deportiva".

¿Pero cuál es la situación? Vamos a explicar qué está pasando en el reparto de esta tarta de entradas, vuelos y alojamiento para unos pocos y qué nos hemos encontrado poniéndonos en el lugar de quien está valorando intentar asistir.

Para quien no sepa quien organiza la Champions Ligue, que es la UEFA, las entradas se distribuyen reservando una importante porción que es gestionada y vendida directamente por esta organización y dejando el resto a disposición de los clubes; en esta ocasión han sido unas 18.000 para cada uno de ellos. Si además eres socio de alguno de estos equipos, puedes optar a una entrada por sorteo; con la mayor de las suertes y en el caso, por ejemplo, del Real Madrid, pagarás unos 60€ como mínimo y hasta 400€ en el caso de que seas el afortunado de una de las menos asequibles.

A esto hay que añadir el vuelo. Aquí encontramos un panorama de precios difícil de creer: el más económico a través de buscadores como Skyscanner, desde Madrid, nos da una horquilla de resultados que van desde los 500€ hasta 3.000€. Por si fuera poco, hay que decir que la mayoría de ellos haciendo escala.

Respecto al alojamiento, dos noches en camping, tiendas montadas tipo teepee escandinavo, estaría en 354€ por persona, siendo otra opción un hotel de habitaciones compartidas con seis camas. Dormir dos noches en una de esas literas te costará 833€, pero si buscas mayor confort, intimidad, ubicación, categoría y desayuno incluido puedes pagar hasta 3.000€ en el centro de Cardiff.

Pero volvamos con las entradas. Las entradas son repartidas entre socios, empleados de clubes, peñas y afortunados seres del llamado grupo de protocolo y relaciones institucionales compuesto por personas a quien la UEFA especialmente, y los clubes, consideran estratégicamente prudente obsequiar. Tras este reparto muchas de ellas serán revendidas a precios absolutamente indecentes a pudientes ciudadanos asiáticos o procedentes de países árabes, entre otros; fortunas suficientemente holgadas como para gastar 5.000€ en un día sin pestañear.

Y la afición en casa.

Dicho esto, no se trata de pedir aquí a las organizaciones, concretamente a la UEFA, que incorporen en sus criterios de gestión la envidiable lealtad que ostentan los deportes gaélicos o el amateurismo en general, pero desde luego habría que aprender un poco de su falta de codicia, de su autenticidad y de su defensa de los valores deportivos, exigiendo a las organizaciones, que para eso están, la negociación con los agentes implicados- hostelería y turismo, Gobiernos, clubes- de convenios de colaboración que abriesen oportunidades de participación para que estos eventos tengan un carácter más integrador que excluyente y controlando, educando y concienciando sobre los límites éticos de cuestiones como la reventa de entradas.

Pero se está perdiendo la esencia y autenticidad de las cosas, la credulidad. Premiamos la actitud de ver quién es el más listo y estamos construyendo un mundo para ricos donde quien no lo es debería serlo, o si no, actuar como si lo fuera. No estamos hablando de la cantidad de riqueza material que una persona ostente, algo que puede ser admirable y digno de reconocimiento, sino del protagonismo que damos al dinero en la toma de decisiones, en la organización de todas las cosas y en la definición de quienes somos. Eres lo que tienes y tus oportunidades son directamente proporcionales a ello.

Lo que está ocurriendo una vez más con la Copa de Europa es sólo la expresión de un oportunismo sin medida, un abuso de la posibilidad de hacer negocio, lo cual es diferente de saber aprovechar las oportunidades, algo absolutamente legítimo. El secreto de casi todo está en las dosis y, una vez más, no querer entenderlo es simplemente una cuestión de voluntad y de empatía, de capacidad para observar y sentir desde los distintos pies de cada cual y de desapegarse para tener una visión general de las cosas.

Querer o no querer pagar cantidades desorbitadas por lo que consumimos es una cuestión no sólo de poderío económico sino también de libertad e inteligencia, sensibilidad y sensatez. El responsable de todo esto no es Marshall o sus antecesores y la ley de la oferta y la demanda; el mercado no es un ente del que podamos desentendernos porque, en última instancia quienes mandamos somos nosotros, no nos engañemos, los que vendemos y los que compramos y los gestionan y pueden intervenir en él.

Pero el partido termina y el resultado final es la foto en Facebook de quien libremente ha querido pagarlo, mientras muchos observan la instantánea sosteniendo con su anhelo la felicidad del retratado. Y por qué no. Cada cual gasta el dinero en lo que considera. Sin embargo, las organizaciones que se crean y cuyos cargos se soportan con generosas sumas de capital, de todos, sí que tienen la obligación de ceñirse en su gestión a los valores que soportan su identidad y el fin para el que fueron creadas.

Así pues, que gane el mejor y que vaya el que pueda y lo quiera pagar. En cualquier caso, los de la UEFA estarán allí.