Hace unas semanas acabó el mundial de Fórmula 1 más emocionante de los últimos años, con un título que se decidió en la última vuelta del último gran premio y con dos pilotos de gran talento y carácter ultra competitivo estando empatados a puntos. Ganó Verstappen, tras adelantar a Hamilton en una carrera que este había dominado casi en su totalidad, aunque con polémica.

Ambos pilotos habían ido subiendo el nivel competitivo a lo largo de la temporada, con grandes dosis de controversia, que mostraron las enormes carencias de la FIA y de sus comisarios; debilidades que habían estado ocultadas estos últimos años por la abultada diferencia de Mercedes con sus competidores. A la que las decisiones de esos comisarios podían valer el título, se les vieron las costuras por todos lados.

La tensión subió entre el experimentado Hamilton, con una carrera tan exitosa como repleta de polémicas que señalan al británico, y el joven Max Verstappen, alguien con mimbres para ser muy grande y que no se arrugó ante el británico en episodios no aptos para menores. Hasta el punto de que, tras la penúltima carrera, ni se miraron en el podio. Pero, al acabar la última, inglés y neerlandés se abrazaron y felicitaron. No fue un gran abrazo, más bien frío, pero sí uno muy simbólico. Un reconocimiento entre esos grandes rivales, que se hacen mejores a través de competir, y que son conscientes de que ofrecieron un espectáculo a la altura de muy pocos durante muchos meses.

El mismo fin de semana de la última carrera de Fórmula 1 de 2021, el Real Madrid de baloncesto visitaba al Barcelona luchando por el liderato de la gran competición que hoy día es la Euroliga. El cuadro blanco salió bastante trasquilado, perdió de 13 y pudo ser de bastante más, en un partido de alta tensión que acabó con Sergio Llull haciendo una peineta a la afición culé. El balear se disculpó poco después. Igual que los pilotos, rectificó al final.

Las grandes rivalidades del deporte siempre han tenido momentos de tensión, que no deberíamos poner en las escuelas, pero también han solido acabar con gestos de reconocimiento, admiración y respeto entre los contendientes, que a menudo reconocen en sus rivales un talento como el suyo, que solo se resuelve a favor de uno por detalles.

Esos momentos son lo más bello de estas situaciones, que resumen los principios del olimpismo: «Tu eres mi rival, pero no mi enemigo porque tu resistencia me da fuerza, tu voluntad me da coraje, tu espíritu me ennoblece. Y a pesar de que quiero vencerte, si lo logro, no te humillaré. En lugar de eso te honraré porque sin ti no sería nada».

Pese a la presión, hay aún muchos momentos en que el deporte y los deportistas nos brindan situaciones que nos reconcilian con esos bellos principios y con nuestra condición humana. Qué bien vendría aplicar estos principios honorables a todos los ámbitos de nuestras vidas y nuestras sociedades.

Aprovecho para desearos a todos unas felices fiestas.