Los venezolanos se han acostumbrado a realizar largas colas para intentar adquirir algunos de los alimentos básicos. Una realidad que afecta a todos los ciudadanos por igual, sin que importe su nivel social o preferencia política. Así lo indica la Alianza Nacional de Usuarios y Consumidores, que ha precisado que 6 de cada 10 venezolanos padecen esta situación al momento de comprar alimentos, ya sea en establecimientos públicos o privados.

Las largas colas son la consecuencia de un modelo económico que sacrificó la producción nacional a favor de las importaciones. Antes de la llegada al poder de Hugo Chávez, el país solo traía del extranjero el 30% de su consumo, pero tras la implementación del modelo del Socialismo del Siglo XXI, el 40% del aparato productivo cayó en manos del Estado y, ante su fracaso, las importaciones alcanzaron el actual 70% del consumo. Lo que ha obligado a que los alimentos sean más costosos, limitados y distribuidos nacionalmente según criterios más políticos que sociales.

La canasta básica familiar en Venezuela, a marzo de 2015, costaba 35.124,45 bolívares, una cantidad que equivale a 6,2 salarios mínimos, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM). El alto valor de la comida obliga a que las familias hagan auténticos malabares para comprarla, pero siempre viéndose condicionado por la constante escasez de los 40 productos básicos regulados, entre los que se encuentran leche, carne, pollo, harina de trigo y maíz, café, azúcar, huevos, mayonesa y otros productos como el papel higiénico, desodorante, preservativos, jabones, compresas y champú.

El Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros precisa que el 29,3% de los 58 productos básicos que contiene la canasta alimenticia están desaparecidos de los anaqueles, lo que ha obligado a la población a cambiar sus hábitos. Según nutricionistas, dicha alteración está generando problemas de salud, especialmente, en el desarrollo de los jóvenes y en la ralentización de la recuperación de las personas enfermas.

El desabastecimiento, que según cifras oficiales del Banco Central de Venezuela alcanza el 60%, imposibilita que los ciudadanos realicen compras programadas de alimentos. Si antes las familias acudían al supermercado cada 15 días, ahora la estrategia es otra: buscar todos los días en distintos puntos de la ciudad aquellos alimentos que requieran. Una persecución de los alimentos que, en numerosas ocasiones, lleva a hacer una cola sin saber qué producto se ofrecerá o si es cierto el rumor de que llegó alguno de los productos que escasea.

Como suele ocurrir cuando un mercado es incapaz de satisfacer las necesidades de todos los ciudadanos, se crea un mercado paralelo. En este caso, en Venezuela ha surgido la figura de los “bachaqueros”, quienes son personas que se dedican a revender los productos regulados con un valor que triplica o quintuplica su precio original, pero que evita tener que acceder a lugares más peligrosos de las ciudades o realizar colas que duran entre 8 y 10 horas.

Lejos de tomar medidas que reconduzcan la situación, el Gobierno ha decidido mantener su línea económica, viéndose aún más afectada la producción nacional, así como profundizada la dependencia a la importación. Una tendencia que, sumada a la falta de divisas en el país, ha generado que los distribuidores de alimentos solo tengan inventarios para 10 o 20 días, según precisan los datos de la Cámara Venezolana de la Industria de Alimentos.

Venezuela ha cambiado. Poco queda de aquel país que, gracias a su crecimiento petrolero, se pronosticaba líder de América Latina y el Caribe. Ahora, solo queda la sombra del futuro inalcanzado y una población que, todos los días, hace largas colas para poder adquirir, si la revolución quiere, un mísero kilo de carne o dos paquetes de azúcar.