cambiar:
(Del galolat. cambiāre).
1. tr. Dejar una cosa o situación para tomar otra. 2. tr. Convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria.

Nunca una palabra ha marcado tanto la vida de un país en un periodo tan corto de tiempo como esta. Se ha pronunciado con miedo, inseguridad y contundencia, para ilusionar y para asustar. Ha estado presente en todos los discursos, eslóganes y conversaciones sobre política española dentro y fuera del país durante los últimos meses. Primero, como arma arrojadiza e instigadora de masas, ahora, como reto y representante de la incertidumbre de lo siempre desconocido.

Tras una dura y apasionante recta final, España celebró el pasado 24 de mayo sus elecciones municipales y algunas de sus autonómicas y, por primera vez, la situación cambió. Lo hizo como una “esperada sorpresa” que los perjudicados no querían ver y los beneficiados no llegaban a imaginar.

Tomó forma bajo las siglas de Ciudadanos y de Podemos, dos nuevos partidos políticos que han hecho temblar hasta el último de los cómodos escaños que ocupaban hasta entonces los símbolos del bipartidismo español.

Podemos, partido comparado con la Syriza griega y que ya en las elecciones europeas consiguió dar un fuerte golpe de efecto en España, complicó desde sus inicios la recuperación de la maltrecha izquierda tradicional del país, representada por un PSOE muy débil desde su última legislatura. Mientras tanto, en el otro extremo, el gobierno conservador del PP contemplaba la situación desde la comodidad de la lejanía.

La nueva formación debilitaba más a los de su propia ideología y “los populares” veían que pese a sus innumerables tramas de corrupción, incumplimientos programáticos y medidas impopulares seguían encabezando la intención de voto en los sondeos.

Todo cambió cuando Ciudadanos, que hasta entonces solo competía por la presidencia de la Generalitat de Cataluña, decidió ampliar sus horizontes y presentarse en todo el territorio nacional. A poco más de un mes de los comicios, el partido comenzaba una intensa carrera electoral que le ha convertido en clave para la formación de muchos gobiernos y en rival para quien tenía la seguridad de verse sin adversarios directos.

El falso mapa azul

En 2011, tras el azote de la crisis, el PSOE iniciaba una debacle sin fin y el PP conseguía teñir el mapa de su color azul. La escena volvía a repetirse aparentemente el pasado 24 de mayo en las elecciones municipales, cuando el Partido Popular ganaba en la mayoría de las ciudades a pesar de haber perdido casi 2 millones y medio de votos, y con ellos, muchas mayorías absolutas que predecían el mapa multicolor que ahora se acaba de esbozar.

La misma noche electoral se empezaban a diseñar pactos y estrategias. Si el cambio empieza por las grandes ciudades, las grandes ciudades habían cambiado, las mareas y movimientos ciudadanos -en los que mayoritariamente iba incluido Podemos- se hacían con Madrid y Barcelona y los grandes bastiones del PP caían en desgracia.

Feudos como Valladolid con León de la Riva, Valencia con Rita Barberá o Madrid con Esperanza Aguirre, veían sus murallas derribadas y sus representantes, con décadas de mucha política y no pocos escándalos a sus espaldas, veían llegar lo inesperado: su fin y con él, el colmo de la desesperación por el poder.

Desde el “qué hostia, que hostia” pronunciado por Barberá, al “agarrarse a un clavo ardiendo” de Aguirre, que en su afán por aferrarse al poder proponía en tres días tres soluciones diferentes para boicotear la decisión ciudadana, amedrentar a los madrileños y seguir al frente del gobierno. Viendo soviets como fantasmas, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid clamó por pactos con la izquierda socialista, gobiernos de concentración o incluso una refundación del partido, encabezada generosamente por ella misma, incapaz todavía de verse fuera del poder.

Cambio o vanas ilusiones

Las elecciones municipales de 2015 y sus meses precedentes marcarán, sin lugar a dudas, un antes y un después en la política española y serán recordadas por haber significado un cambio que no se veía en España desde los años 80. Por haber devuelto la ilusión en la política a millones de personas y recuperado e involucrado nuevamente en ella a miles de jóvenes.

Al frente de este proceso, dos mujeres: Ada Colau, futura alcaldesa de Barcelona y famosa por encabezar durante años luchas sociales y antideshaucios, y Manuela Carmena, ex jueza, ganadora del Premio Nacional de los Derechos Humanos 1986 y futura alcaldesa de Madrid. Ambas tendrán la gran responsabilidad de hacer que la esperanza depositada en ese “cambio” se convierta en una realidad y haga de la política otra cosa, a ser posible limpia, transparente y mejor.

Con todo en marcha, tienen pocos meses antes de que la ciudadanía examine y decida en las próximas generales si sus nombres y los de sus partidos son merecedores de ir ligados a "cambio" o si, por el contrario, toda la ilusión fue en vano.