La comuna de Diamaguene-Sicap Mbao, en Dakar, Senegal, es una de las zonas más deprimidas de la capital senegalesa, pero a la vez la más dinámica en movimientos sociales. Mujeres, jóvenes, padres y madres de alumnos se reúnen en asociaciones y colectivos con el objetivo de mejorar las penosas condiciones de los barrios. Gestionan de manera ejemplar los escasos recursos de que disponen, mantienen reuniones semanales y aún les queda tiempo para organizar iniciativas culturales o deportivas destinadas a los más jóvenes. Todo esto teniendo en cuenta que viven en una capital de más de tres millones de habitantes. Miles y miles de senegaleses repartidos en el extrarradio de Dakar. Una zona vasta, completamente desorganizada, de calles de montones de metros de arena, con tomas de agua en la calle ya que a muchas casas no llegan las canalizaciones, sin cocinas propiamente dichas y donde son frecuentes los cortes de luz.

Estas son las adversidades que cada día deben de afrontar los senegales que viven en las barriadas del extrarradio de Dakar. Y para mí resulta admirable cómo sacan pecho ante estas carencias. Hay valores que para ellos son incuestionables. Por ejemplo, la solidaridad entre los vecinos. Si una casa tiene grifo, el resto de vecinos cogen agua de ahí. Si alguien tiene frigorífico, todo un lujo en África, los otros vecinos acuden a meter alguna botella de agua para enfriarse o algún alimento perentorio. Solidaridad entre vecinos, colaboración entre ellos y organización entre ellos mismos para hacer la convivencia más placentera ante el mundo hostil que les rodea.

En medio de todo este descontrol transcurre la vida diaria en la comuna de Diamaguene-Sicap Mbao. Una comuna donde las mujeres senegalesas, como en toda África, tienen un papel importante y son el pilar fundamental que sostienen a las familias. Ellas están organizadas en la Asociación de la Mujer para el Ahorro y el Crédito. Una original iniciativa con la cual las mujeres han hecho frente a los bancos, creando su propia Caja de Crédito. Casi 2.000 mujeres se organizan así y funcionan de manera autónoma para hacer funcionar sus humildes negocios, paradas de ventas en los mercados, ventas en la calle o pequeñas boutiques de alimentación.

La secretaria de esta cooperativa, Ami Diop, me cuenta que existe una caja de crédito, una caja azul, donde la primera semana de mes las mujeres depositan una cantidad de dinero en forma de crédito. Las cantidades van desde un mínimo de 200 francos cefas (menos de un euro) a 1.000 francos, que son casi 2 euros.

El crédito que depositan está en función del poder adquisitivo que tengan en cada momento. Hay algunas que pueden poner más y otras menos. Pero además, lo que más me sorprendió es que tienen la llamada caja de la “solidaridad”. En esta, cada una pone el dinero que puede y las cantidades se destinan a hacer frente a emergencias de familias, a costear la sanidad de algún enfermo que no puede pagar la consulta del médico o a abonar la escolaridad de los niños.

Para garantizar la eficacia de la asociación, las mujeres se reúnen en grupos de 20 a 30, llegando a más de 50 grupos en toda la Comuna De Diamaguen-Sicap Mbao de Dakar. Muchas de ellas las podemos ver defendiendo sus paradas en los diferentes mercados de las barriadas de Dakar. Mi amiga Mariama me acompañó una de las mañanas de mi reciente viaje a Senegal al mercado de Sicap Mbao. Tuve que ir con ella que previamente había ya negociado con las mujeres que iría una periodista a filmar y hacer fotos para acompañar el audiovisual que realizaré sobre el centro de rehabilitación para personas con drogodependencia Sopi Jiko.

Llegamos muy de mañana al mercado. Las mujeres senegalesas, presumidas donde las haya por toda África, iban vestidas con los trajes típicos y se mostraron sonrientes y alegres ante el objetivo de mi cámara. Miles de ellas acuden al mercado cada mañana en busca de la comida diaria. Se ven obligadas a comprar al día por muchas razones. Algunas porque no saben con qué dinero contarán mañana para subsistir. Otras porque no tienen frigorífico y con el calor del trópico no pueden conservar los alimentos arrinconados en lo que ellas consideran como cocina. Y las muchas porque no entienden la vida de otra manera. Mujeres y hombres que han nacido con unas costumbres muy marcadas, que ni tan siquiera se plantean cambiar.

En el mercado de Sicap Mbao se pueden comprar muchas cosas y a precios asequibles para las familias. En Dakar hay muy pocos supermercados. Los hay en la ciudad, aunque están destinados para los blancos que viven en el centro o senegaleses de buena posición.

Así que ir al mercado es otros de los rituales más característicos de la mujer africana. Aquí compran las pequeñas verduras, las especias, el picante, el pescado o la carne para preparar cada día los platos típicos de Senegal: el thiabouyen, Thuiabouyab, el Yhasa, el Maphe. Platos a base de arroz, patatas, mandioca y pescado de muy diferentes tipos. El pollo y el cordero son más caros y los reservan para días especiales o para fiestas como la Korité (el final del Ramadán) o el Tabaski.

El mercado lo conforman estrechas calles de tierra sin asfaltar. En el centro se levanta una nave cubierta donde venden el pescado y la carne. Llama la atención el colorido de los productos y los vistosos colores de los vestidos de las vendedoras. El regateo está integrado en todo este continente. Pero hay algo que esta vez, después de tantos viajes que he hecho a África, me llamó la atención: comprobé que el precio no es el mismo para todos. Depende de si eres buena vecina, amiga, o si eres una personalidad importante en el barrio, las vendedoras te hacen un precio u otro. Curioso. Mariama sabía de antemano a qué paradas debía ir a comprar y por supuesto las mujeres la recibieron con halagos y simpatía. Encima iba acompañada de una periodista tubab (así llaman a los blancos en Senegal) que mostraría al mundo este exótico y a la vez agobiador mercado de Sicap Mbao.

Me sorprendieron más cosas de los barrios de Dakar. La manera en que los vecinos y vecinas se organizan en la comuna de Diamaguene. Por ejemplo en la pequeña escuela del barrio de Sam Sam, donde Lamine, coordinador del centro de Sopi Jiko, es representante de los padres en la asamblea del colegio. Cada sábado se reúnen en la escuela padres, madres, alumnos, profesores, asociaciones de mujeres, el alcalde... Hacen seguimiento del funcionamiento de la escuela, de sus carencias y de los graves problemas de inundaciones del centro en época de lluvias. Sacan recursos de debajo de las piedras: un poco los padres, el ayuntamiento con una ínfima subvención y aunque la escuela es pública, el Estado solo paga los salarios de los profesores. La escolarización, la matrícula y los libros estàn a cargo de las familias. Así están las cosas en África. Aunque hay escuelas y hospitales públicos, padres, madres o pacientes deben pagar los servicios prestados.

De ahí mi admiración por el colectivo de vecinos. Los senegales le echan mucho coraje, esfuerzo y voluntad para salir adelante, para subsistir o simplemente para que sus niños puedan curarse de un simple resfriado.

El centro Polifuncional de Sam Sam es paradigma de esta organización vecinal. En este centro, que no recibe ayuda alguna del Estado, los niños tienen la posibilidad de practicar diversos deportes, como el kárate u otras actividades, como talleres de costura, fotografía o informática.

Es increíble la felicidad de los niños y niñas que cada sábado acuden a este centro. Aquí se sienten protagonistas, practican lo que les gusta y de niñas demuestran grandes habilidades. Por ejemplo en la pràctica del Kárate, el baloncesto o el futbol. El centro es la mejor infrastructura que pueden encontrar en el barrio. Cuando salen al exterior se encuentran con calles estrechas de barro, de arena, donde juegan cada día después de la escuela porque no tienen nada más.

Así transcurre la vida en las barriadas más deprimentes de Dakar. En calles de mucha suciedad porque no existe un buen sistema de recogida de los desechos. Aquí viven millones de senegaleses y de otras zonas de África. En casas hacinadas, sin cocina, sin nevera, algunas sin agua (las tomas de agua están en las calles o en pozos). Los vecinos practican aquello de que “si no lo hace ellos, quien lo va a hacer”. No esperan las reformas prometidas de los diferentes gobierno que no llegan nunca. Por eso es admirable comprobar cómo se organizan entre ellos, mujeres, hombres, alumnos y profesores para mejorar las condiciones de vida y lograr los derechos mínimos: la educación y la sanidad.