Ya no somos personas. Desde hace un tiempo, los trabajadores españoles somos recursos. Como la materia prima, pero con menos valor. Somos mero instrumento para que otros consigan elevados fines, que no compartirán con aquellos que les han ayudado a obtenerlos porque no somos nadie. Somos “algo”, un útil, una herramienta, una cosa sin alma y sin vida. En eso nos hemos convertido los esclavos del siglo XXI en países como España, que “reforma” a “reforma” (o recorte a recorte) retrocede a pasos de gigante en libertades, en bienestar. Luchamos en trincheras ajenas, ambiciosos de conquistas, para olvidar que el pueblo se muere de hambre y tristeza. Se muere podrido de mentiras que no importa obviar. Se mata, poco a poco, lamentablemente estúpido.

Recursos, meros recursos. Solo importa cuándo entran, cuándo salen, controlando cada minuto que le roban a esa latente “productividad” que solo se mide en horas. Da igual si vales o no, da igual si eres tan rápida y eficaz que a veces te aburres o si eres una incompetente redomada y necesitas un equipo de diez “recursos” para hacer el trabajo que tú, “director/a”, no sabes hacer. Sí, así es España y, por lo visto, así va a continuar. El cerebro nunca ha valido para nada, aparte del Arte, que se considera “una distracción” en esta sociedad de mentes simples y acríticas.

Recursos, solo recursos. Da igual que estés entregando tu alma, vendiendo tu cerebro al que ni siquiera es el mejor postor pero parece haberse convertido en el único, en esta sociedad que no duerme porque unos repeinados musculosos meten un gol de menos, amañan un partido o se meten una copa de más. Sociedad de ignorantes insomnes (a ratos) que por el contrario asiste, impasible, al desmoronamiento de todo lo que un día nos dijeron era cierto. Bueno, correcto. Sociedad que permite a sus ciudadanos caer víctimas de su propia indiferencia y estulticia, de sus propias decisiones, de sus propios e incongruentes votos que permiten perpetuar un sistema injusto, corrupto y cruel donde unos pocos roban mucho y otros muchos son extirpados de sus vidas, de sus esperanzas, de sus futuros. Eso es la democracia hoy en España. En un país aconfesional donde la iglesia católica es un agente político más, con potestad para decidir en Educación, Sanidad y Justicia. En una nación donde la constitución responde a los intereses de las grandes fortunas, los bancos y las grandes empresas que “tributan” en Suiza. En un lugar donde todo importa excepto las personas.

Nada es perfecto, todo tiene sus posibles mejoras… Pero la democracia en España es una mentira. Una enorme y hedionda mentira que rezuma odio e ignorancia por todos sus poros. No hay más que ver la imagen que ha dado la vuelta al mundo más de una vez, en la que se ve al presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, igual que su predecesor, solo en un rincón ante su incapacidad para hablar con sus “colegas” europeos en inglés. Sí, el presidente no sabe hablar inglés, pero a los licenciados con formación se nos exige saber de todo para pagarnos, como mucho, mil euros (que hoy no dan ni para pagar los gastos fijos). Una gigantesca mentira, que contribuimos a construir, nos paga un sueldo precario. Un sueldo que no paga mis ideas, mis palabras, mi creatividad, mi entrega. Un salario que no cubre una vida digna, ya no de lujo, sino digna.

En este caso, la verdad no es relativa. La verdad es que nos mienten para seguir manteniendo una horda de pobres recursos que haga el trabajo, y muera de hambre y estrés y tristeza y rabia y pobreza, mientras una élite de ricos (en dinero) vive de lujo. Y lo más desolador es que las mentiras que rigen las vidas de esos pobres recursos no nos impiden dormir. Es más, algunos siguen eligiendo a los mismos niños mimados para que continúen manipulando sus marionetas, sus “recursos”, robando, coartando y engañando, sin ni siquiera disimular. Generación tras generación, infravalorando, menospreciando y matando, unos pocos se comen las vidas de otros muchos.

Recursos, eso somos. Recursos para que otros consigan sus fines. Recursos sin pensamientos propios, pues a muchos se los han borrado. Ya no tenemos derecho a metas, nos las han arrancado. No tenemos derecho a sueños, nos los han robado. No tenemos derecho a alas, nos las han cortado. Por no tener, no tenemos ya ni derechos, los han amordazado todos.