Así, poco a poco, sin darnos cuenta, fueron sucumbiendo. Fueron muriendo. Como algunas palabras que caen en desuso, como aquellas prendas que pasan de moda, como los animales que se extinguen por el egoísmo humano. Así, poco a poco, la mujer se desvaneció del mundo. Así, golpe a golpe, silencio tras silencio, muerte tras muerte, perdieron la batalla que jamás quisieron luchar. Que nunca debieron luchar.

Sus luces se apagan, sus chispas tiemblan cada vez que otra cae. Cada vez que otra muere. No todos, pero sí son ellos. Los responsables. No todos, pero sí muchos. También yo seré responsable de la próxima muerte. También tú serás culpable de la próxima mujer que abandone obligada el mundo por causa de la violencia de un hombre. Por causa de la violenta sociedad que no solo permite, sino que premia sutilmente a los hombres violentos, egoístas, inmaduros y crueles. Esta sociedad que se ha construido a imagen y semejanza de la testosterona.

Sí, todos somos culpables de que ellas sean menos, de que ellas valgan menos, de que ellas puedan menos. Culpables de que haya personas de primera y personas de segunda. Responsables de que ellas siempre estén en tercer lugar. Después de ellos, después de todo. También nosotras somos culpables de habernos dejado educar para complacer. Culpables de no querernos lo suficiente, creyendo que es otro el que nos tiene que querer. Pensando que son ellos quienes nos tienen que buscar un sitio en el mundo. Desatendiendo la lógica aplastante que grita que nuestro sitio está muy claro. Sin ellas, nadie será nada en un futuro. Sin ellas, no habrá futuro para ellos.

Ellas van muriendo sin que la sociedad despierte. Sus muertes no se oyen, casi ni se sienten. Ocurren, a diario. Son mucho más numerosas que otras muertes aunque no interese destacarlo. No son vidas perdidas accidentalmente. Sus muertes son asesinatos y el silencio que las rodea se ha convertido en cómplice. Sus muertes no son aisladas. Responden a un denominador común. Sus muertes pesan menos que otras muertes. A pesar de ser muchas, pesan menos que otros asesinatos. Tal vez porque no interesa linchar públicamente al grupo terrorista. Tal vez porque el terrorista es la sociedad patriarcal, dominada por un machismo intrínseco que mantenemos oculto tras nuestros párpados, tras nuestros hábitos, tras nuestros sentimientos, tras nuestra educación, tras nuestras aspiraciones… Un machismo intrínseco que mata mujeres.

Y así, en esta sociedad de ojos cerrados y bocazas abiertas, ellas fueron sucumbiendo. Poco a poco, sin querer darnos cuenta, fueron muriendo. Fueron desvaneciéndose silenciosa y solitariamente. Fueron apagándose las tenues chispas que sostenían la esperanza de este mundo desesperanzado.

Y así, impasible, la humanidad asistió a su propio genocidio.