Es momento de hacer las maletas. Maletas llenas de ilusiones, miedos e inseguridades. Maletas preparadas para la aventura, para lo inesperado, para sorprender y para romper con la rutina.

Estos días, miles de jóvenes ponen los pies en la universidad por primera vez, entre novatadas y cientos de personas desconocidas. Lo hacen después de haber disfrutado del verano más largo y probablemente más intenso de sus vidas, lo hacen después de compartir más de un abrazo y alguna que otra lágrima con los que hasta ahora han sido sus compañeros de clase, de fiesta y de confidencias desde lo que parece ser una “eternidad”. Lo hacen entre promesas de que “nada va a cambiar”.

Con suerte, muchos de ellos seguirán estando cerca e incluso compartirán ciudad. Pero quizás, con tanta o más suerte, otros se meterán en un tren o autobús que les dejará perdidos en una ciudad desconocida, llena de gente desconocida y de veteranos ansiosos por verlos sufrir un poco. Es el principio del fin, el principio de una etapa que cambiará sus vidas para siempre.

Lejos del cobijo de sus padres, aunque seguro que con más de uno y de dos tuppers de comida bajo el brazo, llegarán a sus residencias, pisos y clases cargados de sueños, de ambiciones o simplemente de “ganas de fiesta”. Pronto se encontrarán con una gran “N” de “novato” pintada en la cara y buscando algo de complicidad en los desconocidos sentados a su lado. Unos desconocidos que, con toda probabilidad, serán sus nuevos “mejores amigos” durante una etapa que una vez más creerán eterna y cuyo esperado fin les sorprenderá entre nuevas promesas de fidelidad futura.

Son años en los que la vida cambia, en los que se madura, se viven experiencias inolvidables, se viaja y en los que se conoce a gente que se convertirá en prácticamente familia. Años de decepciones y de aterrizaje en la realidad, de amigos que en la lejanía resultan no ser tan amigos y de amigos que descubrirás que, pese a los kilómetros, te acompañarán toda la vida.

Son años intensos, en los que muchos también dan comienzo al ansiado sueño de formarse para trabajar en lo que siempre han querido y cuyo final será, en esta ocasión, un principio. El principio de algo completamente inesperado y para lo que no estaban preparados, del abismo y de el “buscarse la vida”. Todos volverán a hacer las maletas, algunos de vuelta a casa, otros a nuevas ciudades en las que realizar sus esperadas prácticas universitarias y otros al extranjero.

Todos recogerán lo que hasta entonces habían sido sus habitaciones y casas y empaquetarán todo entre deseos de buena suerte, la tristeza de ser conscientes de la lejanía de un próximo reencuentro y el miedo que supone el saber que por segunda vez vuelven a meter toda su vida en una maleta con un destino que, en esta ocasión, es desconocido. Nadie dijo que fuera fácil.