Evocar la sociedad oriental da la sensación de que nada tuviera que ver con la europea y aun menos con la española. Culturalmente, hablamos de tradiciones muy distintas, pero también de un espíritu bien distinto. Seriedad, altos niveles de exigencia, extremo sentido de la responsabilidad, ausencia del humor, compromiso absoluto con el trabajo... Y dos fenómenos significativos: la tasa de suicidios y los hikikomoris.

Sin embargo, en relación con este último, fenómeno bien curioso, ojeando entre otros de tipo nacional, he topado con los "encamados", también conocidos como "tumbados" o "acostados", de cierto parecido con el citado fenómeno japonés. Resulta que España, país de la fiesta, los toros y los bares, también lo es de la siesta, y esto nos lleva a lo anterior.

Luis Landero, muy interesado en dicha cuestión, dice de este grupo: "No son holgazanes, ni neuróticos, ni siquiera son simples enfermos imaginarios, sino que son personas que un buen día optan por suspender su actividad social y se abandonan espléndidamente a la inacción".

Así es. Un buen día, sin previo aviso, sin motivos para ello, sin ninguna enfermedad (al menos, aparentemente) uno decide no levantarse de la cama y, de este modo, puede permanecer en ella hasta el fin de sus días. En otros casos, transcurrido un tiempo indefinido (que pueden ser décadas), de la misma manera que adoptó la posición horizontal, decide incorporarse y reanudar sus actividades cotidianas.

Estos parecen casos propios de la literatura, de hecho también en ella podemos encontrar ejemplos, como el propio Don Quijote o el personaje de Jardiel Poncela, que llegaba a viajar desde su cama. Sin embargo, nos encontramos con seres muy corrientes cuyas vidas están alejadas de toda fabulación. En algunos casos hablamos incluso de escritores (entonces, no tan corrientes, dada la peculiaridad que con frecuencia les caracteriza). Juan Carlos Onetti, Valle-Inclán y Unamuno son muestras significativas: hicieron de la cama su lugar de vida y de trabajo, que no abandonaban ni siquiera para recibir a las visitas que acudían del exterior, y así dotaron a sus obras, si cabe, de mayor intensidad de la que habían gozado antes de adquirir la posición horizontal.

El fenómeno que nos acontece ha sido de gran interés para otros literatos. Luis Landero da algunas pistas de sus investigaciones al respecto: se suele dar por la España sureña o meridional de la década de los 50, en familias humildes, normalmente varones de carácter tranquilo, laborioso y de comportamiento ejemplar. El hecho tiene lugar por la mañana: cuando llega la hora de levantarse, el sujeto responde con un "silencio tozudo a los requerimientos de la esposa que lo apremia al desayuno". Lejos de suponer una vergüenza para la familia, como sucede con los hikikomoris, estos lo asumen, aunque con pesar, y obtienen el apoyo de la comunidad, que acude al hogar para acompañarles, como si se tratase de "un velorio sin muerto, o con el muerto vivo".

José Caballero Bonald también expone sus conocimientos al respecto. En este caso, basados en la experiencia personal, contando hasta cinco sus familiares directos "acostados". Valora la existencia de un "imperativo hereditario, sin que medie más enfermedad que la de una especie de atracción endémica por la cama", llegando a calificarlo de "predilección familiar". Este anuncia que el origen no reside solo en familias humildes y que, además, también se da en mujeres, siendo el caso varias de sus tías: la tía Carola, que eligió encamarse tras terminar la Guerra Civil, como si del ingreso en un convento se tratara; y la tía Isabela, que tan solo lo hacía por temporadas, para pasar los inviernos.

España no es solo charanga y pandereta, que escribía Antonio Machado, sino también extrañas costumbres increíbles de descubrir.

Con estas líneas resumimos lo que puede ser un hábito extravagante, pero también una forma de vida opcional, una manera poco convencional de estar en el mundo, un retiro voluntario de lo mundano para conectar con uno mismo y quizás sacarlo fuera en forma de creación.