Hoy tengo que hablar claro, necesito hablar claro, porque siempre he pensado que aquellos que tenemos la oportunidad debemos hacerlo por los que no la tienen, que tenemos la obligación moral de defender los derechos de todos los que no los tienen y porque siempre he pensado que sin la ayuda de los de arriba difícilmente se pueden cambiar las circunstancias de los de abajo. Así que hoy hablo. Hablo esperando que algunos de esos de ahí arriba quieran escuchar las palabras de esta chica de aquí abajo. Hablo esperando que esto le pueda interesar a alguno de ellos y que por un instante su preocupación sea la de hacer un mundo mejor para todos, y no solo para ellos.

Desde que era niña siempre he escuchado que «el trabajo dignifica», pero nunca fui capaz de entender que una persona fuese menos digna por no tener trabajo. Ahora tengo 29 años y, tras convertirme en lo que ahora se conoce como «parada de larga duración», lo he entendido perfectamente. El trabajo no te hace una persona más digna, pero la vida que te permite llevar sí lo es.

Y cuando digo digna no me refiero a vivir con ropa nueva todas las temporadas, a tener un móvil o una tablet de última generación, o a irte de vacaciones todos los veranos. Me refiero a poder comprarte el chaleco que te hace falta para no pasar frío en invierno, a poder recargar la tarjeta de transporte o a poder ir al dentista cuando te duelen las muelas. Me refiero a no sentir vergüenza porque no puedas pagarte un café con tus amigos, a no tener que decidir entre pagar la luz o el agua, a no sentirte mantenido por tu pareja o tu familia o a no sentir que no eres capaz de valerte por ti mismo.

Hace ya algún tiempo, buscando trabajo a través de Internet, como otra de tantas rutinas diarias que tengo, me encontré con esta oferta en la que podéis observar que además de pedir buen nivel tanto de inglés como de español, ofrecen una jornada laboral de 40 horas a la semana (a saber cuántas de ellas cotizarás) por 200 euros mensuales.

Hay que saber distinguir el bien del mal, y saber diferenciar al que da una oportunidad del que quiere aprovecharse del prójimo, de los lobos con piel de cordero que te hacen creer que son amigos, pero por detrás se enriquecen no solo a nuestra costa, sino a costa de nuestra desesperación.

¿Cómo puede alguien aprovecharse tanto de las necesidades de una persona? Se le debería poder retirar automáticamente el título de persona a aquella que intenta sacarle provecho a otra sin que esta vea un solo beneficio en su vida. ¿Qué hay de digno en ofertas de trabajo como esta?

Para algunos, la expresión sin vergüenza se les puede quedar corta, pero a mí mis padres me enseñaron que la vergüenza y el honor van de la mano. Y lo triste es que la mano de esta gente que tiene la posibilidad de ayudar a una familia a salir adelante va directamente al cuello. Si Dios aprieta pero no ahoga ¿por qué lo hacemos nosotros? Dan limosnas cuando tienen millones y encima exigen que les demos las gracias.

En esta sociedad que presume de vivir en el siglo XXI y de ser la más avanzada, resulta que solo sabemos volver atrás. Tan atrás que da la sensación de vivir en un feudalismo enmascarado o en la época de Felipe IV, en la que se exprimieron los reinos más ricos de la historia para mantener a los más adinerados. Un país puede estar en crisis, pero no puede exprimir a sus ciudadanos hasta la extenuación para mantener el nivel de vida de unos pocos «afortunados». ¿Cómo es posible que el sueldo base de un obrero sea inferior a las «dietas» de un diputado que ni se molesta en asistir a las sesiones del Congreso?

Ya estoy cansada de ver gente con jornadas laborales interminables por sueldos míseros que no les da para comer, pero a la que se le exige impuesto tras impuesto sin cotizar, sin vacaciones, sin pagas extra. Estoy cansada de ver gente que no puede tener una vida familiar ni cuidar de sus hijos o sus padres mayores porque tienen hasta dos y tres trabajos para llegar a fin de mes. Estoy cansada de ver gente que no puede independizarse ni formar una familia mientras otros ganan millones sin levantarse de la cama, pero que saben muy bien cómo «ajustar» sus cuentas para hacer ver que están en la más absoluta ruina y seguir consiguiendo ayudas, subvenciones y todo lo que puedan acaparar de un Estado transigente y despilfarrador que piensa que el dinero de las arcas es gratis.

Estoy cansada de ver familias separadas por la distancia porque algunos de sus miembros han ido a buscarse la vida al extranjero, de ver ingenieros, médicos, profesores y abogados trabajando de camareros, cajeros, reponedores, dependientes o repartidores que encima tienen que escuchar frases como “al menos tú tienes trabajo”.

Estoy muy, muy cansada y por eso… hablo.