Tal vez parezca un poco rocambolesco culpar a los idiomas de la opresión económica y cultural que unas sociedades han ejercido sobre otras a lo largo de la historia. Puede que sea exagerar el atribuir a la lengua el poder de acabar con una cultura o de alterar los modos de vida de un territorio. Pero lo cierto es que desde hace décadas vienen sucediendo en el mundo fenómenos de este tipo que parecen íntimamente ligados a la imposición velada del inglés como lengua oficial para todo lo que tenga que ver con política y economía global. Poco a poco, las sociedades de casi todos los rincones del planeta han ido interiorizando que sin inglés no hay trabajo, no hay progreso y que es la única opción si queremos hacernos entender fuera de nuestras fronteras. No parece haber alternativa, a pesar de que el chino mandarín sea oficialmente la lengua más hablada del mundo. De la misma manera tampoco se puede negar que la expansión del inglés en los últimos años ha facilitado la comunicación global y las relaciones políticas y económicas y que esto ha ayudado a que ya no concibamos una educación completa sin el conocimiento de otro idioma, aunque la primera opción casi siempre sea el inglés.

Sin embargo es inevitable pensar que esta aceptación de la lengua anglosajona como solución común a los problemas de comunicación entre personas de diferentes nacionalidades haya empezado y se perpetúe como reflejo de una hegemonía económica y cultural. La lengua en que está escrita este artículo es ejemplo de imperialismo lingüístico también. América Latina perdió muchas de sus señas de identidad, incluidas muchas lenguas que se hablaban antes de la colonización española, en detrimento del castellano, que se impuso como lengua oficial. Los colonos supieron que la dominación de los pueblos conquistados pasaba por la religión y el idioma.

Intentos infructuosos de crear un idioma común y neutral para todos los ciudadanos del mundo fue el Esperanto, esa lengua que surgió de la mente del oftalmólogo polaco L.L. Zamenhof en 1876. El espíritu de este nuevo idioma fue el de fomentar la solidaridad por encima de barreras étnicas, lingüísticas y estatales y apostar por una herramienta de comunicación colectiva que no implica la primacía de una lengua sobre otra.

A día de hoy, no hay escapatoria. Si quieres crecer en tu profesión tienes que hablar inglés. Por eso, gobiernos como el de España, país que no puede presumir precisamente de haber ofrecido hasta ahora una educación en idiomas demasiado elogiable, intenta por todos los medios llevarse el mérito de sacar al país del “aislamiento lingüístico” en el que se encuentra. De ahí nacen iniciativas como la de la Comunidad de Madrid y sus centros bilingües. Como se cuestiona Olga R. Sanmartín en un interesante artículo, la importancia que se le está dando a vender que nuestros hijos son bilingües está haciendo que dejemos de lado otros factores a la hora de valorar los métodos de enseñanza. Profesores que no están todo lo preparados que deberían en las materias que imparten pero que son seleccionados solo porque son bilingües o tienen una certificación alta en inglés, buenos profesores que se ven obligados a obtener rápidamente la titulación y a dar su clase en otra lengua o cambios de criterios en las evaluaciones debido a la difícil asimilación de los contenidos por parte de los alumnos son algunas de las consecuencias de este nuevo sistema educativo. La manera forzada y sin previsión en la que se están tomando medidas para mejorar el nivel de inglés de los estudiantes españoles es consecuencia de la presión que el mercado laboral está ejerciendo en este sentido. El inglés es un requisito cada vez más común para cualquier puesto de trabajo. Claramente ha habido y continúa existiendo un problema en el sistema educativo español, que no ha sabido desarrollar planes de estudio en los que el aprendizaje de otras lenguas (aparte de las lenguas autonómicas) fuera efectivo. De hecho, en contra de lo que argumentan muchos, preguntándose que cómo es posible que un país en el que no hablamos inglés se defiendan idiomas menos necesarios en el mercado laboral como el gallego o el catalán, estos nos ayudan a su vez a aprender otros idiomas. Si hablas gallego será más fácil que aprendas portugués y si hablas catalán podrás asimilar más fácilmente el francés o el italiano. De alguna manera, los que cuentan con una segunda lengua materna tienen más facilidad para aprender otros idiomas y eso les enriquece. El que se estudien en los colegios las lenguas regionales no debería suponer ningún impedimento para que se aprendiera bien otro tercer idioma, sino todo lo contrario.

Pero no solo debemos culpar a la educación primaria y secundaria de la falta de formación en idiomas que sufren los españoles. En otros países, como Alemania o Dinamarca, el contacto con lenguas extranjeras es algo común; en la universidad los profesores utilizan textos en inglés para completar sus contenidos y los alumnos se ven obligados a consultar materiales en este idioma constantemente. Prueba de que esto funciona la tenemos en nuestro propio país. Los estudiantes españoles de Ingeniería Informática, por ejemplo, sí tienen que utilizar materiales en inglés habitualmente, esto hace que su nivel de inglés al finalizar sus estudios superiores sea un poco más elevado.

No olvidemos el cine y las series. Cualquier persona que haya vivido en el extranjero se siente incómodo escuchando el doblaje indiscriminado que se hace en España. Puede que la industria española del doblaje sea de calidad y que dé lástima acabar con ella, pero, sin duda, tiene mucho que ver con que nuestro oído esté bloqueado a las lenguas extranjeras. El cine y la televisión son ventanas al mundo y son un pilar fundamental a la hora de estudiar un idioma, a familiarizarnos con sus sonidos, sus fonemas, sus expresiones, etc.

De cualquier modo, como suele decirse, el saber no ocupa lugar. Los españoles tenemos que concienciarnos de que un mundo global en el que vivimos exige que salgamos de nuestra burbuja lingüística y que aprendamos otro idioma. Es doloroso admitirlo, pero el inglés se postula como imprescindible. Tampoco estaría mal que fuéramos cambiando la mentalidad y nos atreviéramos a darle una oportunidad al chino mandarín, al hindi o al árabe, ya que en cifras, son más que relevantes y así, puede, equilibraríamos poco a poco la balanza de poder para que no se impusieran siempre los mismos.

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Artículo de Olga R. Sanmartín