Rusia padece los bandazos de un atípico invierno que se ve reflejado en los números rojos de su economía, en la que tiritan los precios del petróleo y el valor de las divisas. Como resultado, el rublo se ha convertido en moneda basura, evocando el terror en la sociedad causado por crisis anteriores como la de 1998.

La posible caída del gigante ruso es tema habitual en los medios occidentales, en los que intervienen expertos economistas, politólogos o incluso algún futurólogo, puesto que el horizonte es tan desconocido como el universo que nos rodea. Los números son tan intangibles, tan ingobernables que cualquier previsión es una lotería, aunque algunos como Bloomberg se lancen a publicar que la economía rusa será una de las peores en 2016, con una contracción del 0,5 por ciento, llegando a tener de compañeras a las cuentas de Grecia, Venezuela o Brasil.

El gigante latinoamericano comparte membresía con Rusia en el BRICS, estaba llamado a ser la esperanza de la economía emergente pero hoy también está al borde del abismo.

El producto interior bruto ruso se contrajo un 3,7% a lo largo del año pasado en base a dos situaciones, ajenas al país en parte; la caída del precio del crudo y la guerra de las sanciones motivadas por la anexión de Crimea y el rol que Moscú mantiene en Ucrania. Estos ‘ataques colaterales’ no le sirven de excusa a un país que ha marcado su peor crecimiento desde la crisis, presentando unos resultados poco favorables con un retroceso del 15,3 por ciento en las ventas minoristas, cayendo durante los cuatro últimos meses.

El efecto dominó también perjudicó a la inversión que perdió un 8,7%. Son datos que no invitan a la esperanza y así lo confirma el Fondo Monetario Internacional, que anuncia un crecimiento negativo del -1% para Rusia con un repunte en 2017 del 1%. Mientras, el país mantiene una cauta política económica, enfocada casi exclusivamente en controlar los vaivenes monetarios tras lo ocurrido a finales del 2014.

En esa tesitura, el Banco Central de Rusia mantiene sin variar su tasa de interés en el 11 por ciento desde julio del año pasado. Una situación que choca con la inflación que sigue subiendo y los consumidores ven cómo los precios aumentan hasta un 12,9% en diciembre, aunque se prevé que este índice baje entre el 8 y el 9 durante el primer trimestres y al 7 por ciento en 2017. Esperanzas con las que desde el Kremlin se esfuerzan para lograr el objetivo del 4%.

El precio del petróleo es la causa de todos los males de la economía rusa y, no en vano, las autoridades rusas habían realizado un severo reajuste del presupuesto nacional dejando muy atrás las primeras estimaciones con un valor de tres dígitos, después en unos 70 dólares y acabar situándolo definitivamente en los 50. Ni la versión ‘más real’ presagiaba que el oro negro se moviera en la treintena, haciendo añicos las esperanzas de Vladímir Putin y su gabinete.

El Banco Central afirma que el crudo volverá a repuntar, aunque ha corregido esta versión tras conocer las previsiones del Banco Mundial, fijando un precio de 37 dólares por barril de media anual. Al presidente ruso no le salen las cuentas y, aunque el apoyo de la población es total, la ciudadanía traga saliva cada vez que acude al supermercado, mira los balances de su entidad bancaria o piensa que debe afrontar el mes con 12.000 rublos de pensión.

Las arcas estatales están vaciándose apagando fuegos que la ciudadanía el año pasado no cuestionaba y ahora empieza a dudar. Y es que Rusia mantiene abiertos varios frentes fuera del país con más acierto o menos, como por ejemplo la campaña antiterrorista en Siria o el conflicto interno en el sureste ucraniano, sin olvidar la península de Crimea. Todos ellos son una sangría que afecta indirectamente al ciudadano común y muchos de los efectos son visibles a simple vista, por ejemplo, la pérdida de servicios. Peor son aquellas consecuencias que no se ven pero no tardarán mucho en sentirse.

Entre ellas, los reajustes de plantilla que empresas e instituciones están llevando a cabo, desarrollando o estudiando. El presidente ha encargado un fuerte ajuste a todo el Gobierno con el objetivo de adelgazas las entidades públicas y así equilibrar las cuentas ante un escenario mucho peor del previsto. Pero los responsables del área económica rusa no ven la gravedad –o no la quieren ver- del asunto y prevén un repunte del precio del petróleo, por lo que Rusia corregirá su situación recuperando el equilibrio.

Una hazaña complicada para un país en el que los hidrocarburos aportan más del 50 por ciento del presupuesto. El país tiene grandes reservas de crudo y gas, lo que animó a las autoridades a lanzarse de pleno a este nuevo sistema, abandonando otros sectores tradicionales –tecnológico o industrial- donde Rusia (Unión Soviética) había sido una gran potencia mundial. No olvidemos que fueron los primeros en enviar un hombre al espacio, el bueno de Gagarin.

El primer ministro, Dmitri Medvédev, ha sido el único que ha lanzado seriamente la voz de alarma entre sus compañeros y ha iniciado un osado paquete de medidas con la meta de quitar lastre al Estado en forma de gasto y plantilla. Además, en ese plan se contempla que Rusia abandone algunos proyectos en marcha y renuncie a otros futuros. Incluso va más allá y aborda medidas tabús como abrir la puerta a la privatización o entrar de lleno en la necesidad de un giro de rumbo, reduciendo la dependencia a los hidrocarburos y apostando por ámbitos como la tecnología. La misma propuesta se realizó ya en diciembre del 2008 cuando cayó a 43 dólares el crudo.

Pero mientras la economía rusa juega a la ruleta a la que da nombre y el futuro se llena de las buenas intenciones de Medvéded, la realidad es bien diferente. El rublo sigue su espiral autodestructiva y da vértigo mirar los valores cada semana y día. El Brent es un tsunami que arrasa todo a su paso sumando nuevas muescas de países víctimas de su azaroso valor. Sin olvidar que la cesta de la compra de hoy será más barata que la de mañana y el fantasma del paro se hace presente a través de oleadas de despidos de funcionarios e interinos.

Parece que Rusia afronta un duro invierno y no será por sus gélidas temperaturas. El Gobierno ha fijado todas sus esperanzas en la OPEP, a la que pide una rebaja de la producción del 5 por ciento para que la oferta sea más real y se equilibre a la demanda, con la consecuente subida del ‘oro negro’ y de un poco de respiro al país. Moscú ha logrado que la organización convoque una reunión de urgencia a la que se sentarán delegaciones –como Rusia- no miembros con el objetivo de intentar acordar los 2 millones de barriles al día. De conseguirse, las aguas volverían a su cauce y no habría cambio en el modelo económico ruso, pues no haría falta en apariencia. Una actitud arriesgada que tanto desean los ministros conformistas de Putin pero ¿por qué no hacer caso a Medvédev?