Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver La Gran Apuesta, una película basada en el libro The big short, donde el periodista Michael Lewis desgrana cómo algunos avispados inversores fueron atisbando de primera mano la formación de toda la burbuja subprime que nos llevó a la Gran Recesión – en el libro se refieren a doomsday o Apocalipsis, un concepto marketiniano negativo que, por algún extraño mecanismo psicológico, vende mucho en este siglo-. Hasta Risto Mejide comenzó sus pinitos en el arte del coaching defendiendo esto.

Más allá de revivir – como si de un juicio forense se tratase – no solo las razones que nos llevaron a este cataclismo socio-económico sino a comprobar la incompetencia y avaricia manifiesta de los supuestos “gurús” de la economía mundial con la aquiescencia de políticos incompetentes y aún más avaros que juegan con todo el dinero de los ciudadanos porque, bajo una misteriosa ley universal, parece solo pertenecer a unos pocos. Sin dar más detalles para invitarles a que puedan disfrutar la historia – aderezada con unos actores brillantes, un guión rápido y guiños de humor a lo Martin Scorsese – hay una escena en la que uno de estos inversores denuncia justo antes de una ponencia de Alan Greenspan – ex Presidente de la Reserva Federal – que finalmente todo el despropósito lo achacarán a los pobres y emigrantes que serán quienes lo pagarían. Como siempre, sin rechistar.

Me llamó mucho la atención que en este inicio de año numerosos líderes internacionales han querido mostrar sus buenas intenciones acercándose a través de los medios de comunicación a la “opinión pública” – ese ente abstracto tan poderoso – para demostrar su hoja de ruta de cara a afrontar el 2016. Desde Christine Lagarde, Presidenta del Fondo Monetario internacional, a Jean-Claude Juncker, Presidente de la Comisión Europea, han expuesto desafíos y oportunidades a nivel económico, político y social para estos tiempos volátiles e inciertos que vivimos. Ahora bien, ¿tenemos más incertidumbre que en otras épocas de la historia? La respuesta es que, muy probablemente, hubo tiempos mucho más oscuros.

Sin embargo, hay una clave que observé en una de estas “cartas abiertas” escrita por el ex Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan: tenemos el conocimiento, la formación; pero no el liderazgo, la organización, la inquietud por conseguir metas complejas pero alcanzables a través del consenso colectivo y la política. Priman los intereses espurios frente a la lógica. La tecnología no puede sustituir en todo a la fuerza de la iniciativa, el consenso y el sentido común.

Vivimos en una sociedad global bajo eslóganes publicitarios constantes pero no debemos dispersarnos y, como bien apunta Annan, debemos ejercer como ciudadanos responsables. Más allá de consumidores, somos ciudadanos que exigimos a nuestras instituciones, a nuestros representantes, a nuestras empresas que de verdad se muestren al mundo como son, sin jugar al casino. Un mundo en el que ejerzan un liderazgo consciente y responsable, pero donde la voz de la gente se oiga de verdad.

Solo a través de la cultura y de la educación, podremos lograr este objetivo, porque solo mediante el pensamiento crítico, el conocimiento y la voluntad se saltan las barreras. Para que situaciones tan esperpénticas y absurdas como la mayor estafa a escala global en siglos nunca vuelva a suceder y seamos verdaderamente seres libres, conscientes, seguros de definir nuestro camino.