Fui a ver la premiada película Spotlight unos pocos días antes de que la periodista Andrea Noel, reportera de Vice, sufriera una espeluznante agresión sexual en uno de los bulevares más transitados de la cosmopolita colonia Condesa, en el corazón de la Ciudad de México. Spotlight muestra cómo un grupo de periodistas de The Boston Globe, encabezados por el legendario editor Ben Bradlee jr., logra denunciar miles de casos de abuso infantil perpetrados por prominentes miembros de la Iglesia católica. El mediodía del pasado martes 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Andrea Noel caminaba por la Condesa cuando un joven se le acercó por detrás, le subió el vestido y le bajó los calzones. Ambas historias expresan sexo no consentido e involucran a periodistas, pero tal vez convenga pensar que los puntos de contacto entre la incómoda película estadounidense y la áspera realidad mexicana no terminan allí.

En Spotlight, los reporteros construyen su investigación en distintas direcciones. Tantas, podría decirse, como las que el caso exige para poder comprenderlo en su multívoca complejidad. Uno analiza el perfil psicológico del abusador. Otro se entrevista con quienes muchos años atrás fueron abusados por los religiosos. Y el jefe busca testimonios entre los poderosos que podrían haber sido cómplices. A través de ese caleidoscopio de confesiones, datos y declaraciones conseguidas en persona o a la distancia, el equipo periodístico obtiene las pruebas de su acusación, y sobre todo, un panorama que permite saber cómo y por qué ocurrió lo que ocurrió. El resultado es una tragedia coral en la que todos son responsables en alguna medida. Las familias de los abusados por creerle más al cura de la comunidad que a sus propios chicos. Los periodistas por haber desdeñado el asunto en algún momento. Y la población en general por consentir a los representantes del poder institucionalizado y cerrar los ojos ante los problemas de quienes malviven en los márgenes de la sociedad.

El infame ataque a Andrea Noel ha servido de excusa para que periodistas y otros formadores de opinión cuestionen la moral de la sociedad mexicana o se lamenten por los condenables efectos del machismo que atraviesa al país. Lo que no se ha visto aún, y se extraña, es un esfuerzo profesional como el que narra Spotlight, que implicaría construir una investigación en distintas direcciones que ponga al alcance todos los elementos y testimonios disponibles. ¿Cómo es el mundo cotidiano de un abusador? ¿De dónde vienen, cuál es su entorno, cómo son esas familias? ¿Los hay arrepentidos, quizás en algún centro de rehabilitación de adictos al sexo? ¿Algunos de ellos están entre los trolls que se burlaron de Noel en Twitter? Ante una noticia como la que protagonizó Noel, cabría imaginar que en las redacciones de diarios y revistas habría más de un editor y un reportero listos para contestar esas y otras preguntas del estilo. Sin embargo, por alguna razón, esos interrogantes permanecen sin respuesta.

Las columnas periodísticas y las redes sociales se agotan en la indignación y el enojo, como si la rabia fuera suficiente para estar a la altura de las circunstancias. Pero si los periodistas de Spotlight se hubieran limitado a ofenderse por lo que veían, ¿hubieran producido una denuncia sólida y contundente como la que hicieron? Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 72% de las mujeres que residen en la Ciudad de México dicen haber sufrido algún tipo de violencia sexual. En los pliegues de esa cifra habita una extraordinaria cantidad de acosadores, muchas veces captados en las calles por las cámaras de seguridad (como demostró la propia Noel al subir esos vídeos a su cuenta de Twitter) o denunciados con nombre y apellido en los archivos del Ministerio Público. Pero, a pesar de la relativa accesibilidad de esos datos, la información que permita indagar en las razones (sociales, culturales, psicológicas) de un fenómeno dramático de la sociedad mexicana sigue sin aparecer.

Los reporteros de Spotlight tocaron el timbre de la casa de un cura violador, hablaron con él y obtuvieron su testimonio. En México, la Justicia no puede encontrar a un joven grabado por al menos dos cámaras de seguridad de la Condesa en un domingo lleno de testigos potenciales. La Justicia no lo encuentra, y el periodismo tampoco. No lo encuentran a él, ni a ninguno de todos los que habrían agredido al 73% de las mujeres de la capital. Ahora mismo, muchos de ellos quizás se encuentren en las salas de cine que exhiben Spotlight. Cuando salgan y comenten la película con sus amigos o esposas, tal vez se asombren de todo lo que el buen periodismo puede conseguir. Y, la verdad sea dicha, en ese caso sería un asombro justo, legítimo, por ver en otros países lo que en el de uno no hay.