Cuando la sociedad vive momentos de crisis suelen recordarse momentos de la historia que marcaron un punto de inflexión. Han pasado casi cincuenta años desde que el mundo asistió a la imagen de un pueblo apoderándose de los edificios y de estudiantes con flequillo manifestándose en la Facultad de Nanterre.

“Queremos el mundo, y lo queremos ahora”, el eslogan de Jim Morrison era coreado por los ciudadanos que salieron a la calle y pusieron contra las cuerdas al general De Gaulle. La fecha, mayo de 1968. El lugar, París. Ocurrió el mismo año de la primavera de Praga, del asesinato de Luther King y Robert Kennedy. Un año antes mataban al Che en Bolivia, un año después Neil Armstrong pisaba la luna.

Desde 1948 hasta finales de los 60, la media de crecimiento económico fue notable, entre el cinco y el seis por ciento. El capitalismo parecía haber superado sus contradicciones, la estabilidad política estaba garantizada, al menos sobre el papel. Sin embargo, la denominada “edad de oro del capitalismo” había trasladado a los países dependientes y coloniales los conflictos armados. A la revolución cubana se suma la china y la descolonización de muchos países africanos, con Argelia a la cabeza. Al comenzar la década de los 60, ya con la V República del general De Gaulle instaurada, el sistema empieza a dar síntomas de declive: caídas en la tasa de crecimiento, subidas en los precios de las materias primas…

El boom económico de la postguerra entraba en crisis. Determinados sectores de la sociedad comienzan a criticar los defectos y desigualdades que creaba el “nuevo sistema de moda”. Así, el filósofo y miembro de la escuela de Francfort, Herbert Marcuse, denunciaba a la vez el marxismo soviético y la sociedad unidimensional. Para él, la sociedad de consumo, impuesta bajo la apariencia de un alto grado de libertad, escondía un rígido dominio social que excluía a cualquiera que propusiera cambios capaces de poner en peligro el stablisment. El hombre unidimensional se convirtió en la lectura de cabecera de muchos jóvenes esperanzados con la idea de ese cambio. Mientras, en el barrio de Saint-Germain-des-Prés los existencialistas se asentaban con Jean-Paul Sartre a la cabeza para alentar la revuelta estudiantil: “La única relación que los estudiantes pueden tener con esta universidad les lleva a romperla. Y para romperla sólo hay una solución: salir a la calle”. Dicho y hecho.

Dany el Rojo

En la Facultad de Humanidades de Nanterre, en las afueras de París, comenzaba a bullir un movimiento que defendía una mayor libertad de expresión política. El 22 de marzo, un grupo de estudiantes creó el “Movimiento de 22 de marzo”. Daniel Cohn-Bendit, un estudiante de sociología conocido como “Dany el Rojo”, lo lideraba. Las instituciones universitarias reaccionan de manera autoritaria y Cohn-Bendit es detenido. La Facultad de Nanterre es desalojada por la policía. El viernes 3 de mayo se realiza una concentración en La Sorbona en solidaridad con Nanterre. Esa noche los estudiantes toman el Barrio Latino y estallan los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía.

Huelga general

A la revuelta estudiantil se suma un movimiento obrero que lleva a cabo su primera acción el día 13 con la convocatoria de una huelga general bajo el lema “alto a la represión, libertad, democracia, viva la unión de obreros y estudiantes”. Al día siguiente se produce una de las mayores manifestaciones desde la Liberación en el año 45: más de un millón de franceses de toda condición marchan por las calles de París: profesores, obreros, intelectuales, artistas… El día 14 los estudiantes se trasladan a las fábricas para concentrar sus protestas allí y el día 15 se produce un hecho de gran carga simbólica: un grupo de jóvenes obreros se encierra en la fábrica Renault y secuestran a varios de sus directivos. Para el 20 de mayo Francia está completamente paralizada. En ese momento gobierno y organizaciones firman los pactos de Grenelle, que recogían algunas mejoras en las condiciones salariales. Ante el caos desencadenado, el presidente De Gaulle disuelve la Asamblea Nacional y convoca elecciones generales. A partir de ese momento las cosas comienzan a calmarse. El 16 de junio los estudiantes regresan a La Soborna. Las elecciones del día 23 de junio dan el apoyo a los gaullistas y suponen una clara derrota de la izquierda. La revolución de mayo del 68 había terminado. El mito acababa de nacer.

Símbolos de una época

Daniel Cohn-Bendit increpó a un ministro francés en su primera intervención pública pidiéndole que suspendiera su discurso oficial durante la inauguración de un escenario deportivo y lo sustituyera por un parlamento algo más desenfadado, “más bien sobre sexo”. La revuelta de mayo quiso cambiar las estructuras sociales a través del arte, de la música, del teatro, de la poesía… La música constituyó una excelente vía de identificación colectiva para los jóvenes, especialmente el pop y el rock and roll propuesto por Janis Joplin, The Rolling Stones, Jimmy Hendrix, The Doors y, por supuesto, The Beatles. La música representaba una postura estética con un fuerte mensaje ideológico que tenía como objetivo provocar emociones, remover conciencia, aportar algo.

En ese momento un tal Robert Zimmermann, rebautizado con el nombre de Bob Dylan en honor al poeta galés Dylan Thomas, presentaba en el Carnegie Hall de New York su nuevo disco en homenaje a otro revolucionario muerto en octubre de 1967, Woody Guthrie. Por su parte, los “escarabajos” de Liverpool sorprendían al mundo con Yellow Submarine, la increíble película de dibujos animados en la que dejaban huella sobre la sensibilidad de una juventud rebelde, empeñada en cambiar su forma de ver el mundo.

En el campo literario, los autores predilectos fueron los poetas de la llamada “Generation Beat”: Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs. El movimiento hippie devoraba On The Road, el libro de Kerouac en el que su protagonista sólo necesitaba “un coche rápido, una larga carretera y una mujer al final del camino”. Los hippies encontraron en los conciertos y festivales de música un excelente espacio de expresión y convivencia. Entre ellos el más célebre fue el festival de Woodstock de 1969, en el que se propuso el inmortal lema “Peace and Love”.

¿De qué sirvió el 68?

Probablemente la palabra revolución resulta inapropiada en este caso, ya que lo que ocurrió en París en aquel mayo no trajo consigo un cambio radical de la estructura social y política del Estado. A pesar de su voluntad innovadora no generó una nueva realidad de organizaciones sociales y los sectores que dirigieron el movimiento tuvieron su continuidad más tarde dentro de organizaciones de izquierda instaladas en el sistema. El contestatario Cohn-Bendit fue años después un eurodiputado de la Tercera Izquierda Verde con ideas perfectamente asumibles dentro de la doctrina neoliberal. Muchos de aquellos jóvenes ocupan puestos directivos en las grandes multinacionales del siglo XXI, en el mundo del Marketing, de los Medios de Comunicación o las finanzas.

Pero es indiscutible que la agitación de aquellos días propició ciertos avances en la mentalidad de los gobiernos occidentales. Se introdujeron nuevos valores, se liberalizaron las costumbres, se democratizaron las relaciones sociales y las generacionales y además, el sistema de enseñanza cambió sus rígidas formas.

Las relaciones entre sexos dieron un giro radical con la liberalización sexual que vino de la mano de las reivindicaciones de las mujeres en la sociedad. Su incorporación al mundo del trabajo fue en parte un logro del 68, que cuestionó sus tradicionales roles. Por primera vez en la historia la mujer empezó a tomar las riendas en su vida. La reivindicación de su capacidad para decidir sobre su propio cuerpo fue decisiva y marcó un cambio cualitativo respecto al discurso del movimiento feminista.

En el plano político se inician campañas a favor del divorcio, al derecho al aborto, a la igualdad de salarios… Aparecen en escena un buen número de actores y movimientos sociales: ecologismo, pacifismo, feminismo, hipismo… Pero, sobre todo, aquel episodio se convirtió en el punto de referencia para futuras movilizaciones con el mismo talante.

Aquellos jóvenes que repudiaban el sistema consiguieron levantar la mordaza que habían estado tapando durante demasiado tiempo las bocas equivocadas. Y nos permitieron escuchar unas cuantas verdades que hoy, como entonces, son imperecederas.