Así ven muchos españoles esa caja transparente donde echar el voto. Algunos por el sinsentido que les supone votar, son los que no se sienten identificados con ninguna opción del abanico político; y otros porque ya no guardan ninguna confianza en los candidatos que se presentan. Son los que se abstienen.

El pasado 20 de diciembre la abstención rozó el 30% del electorado y las encuestas comienzan a arrojar resultados sobre el incremento de los españoles que no votará el 26 de junio. Un domingo de terracitas, playita, piscina, barbacoa… que lo de ir a votar, ¿para qué?

Nuestra democracia nunca demostró tanta torpeza agrandada en los que quieren dirigirnos. Sabemos que a estas altura del partido todos nos sentimos cansados, muy cansados de oír negativas al dialogo, saturados de casos de corrupción, hastiados de ansias de fragmentación y de políticos titiriteros… lo sé, pero vivimos una situación inédita en la historia de nuestra democracia.

En estos momentos España es todo corazón, herida por el paro, la pobreza y la decepción política. El país piensa poco y siente mucho. Y sangrando nos toca demostrar que somos un país con cabeza, controlar esa emoción que nos empuja a pasar de todo. Hay que ejercer el voto y hacerlo de forma meditada.

Abstenerse no está justificado a pesar de que los semidioses -¡perdón, candidatos!- se hayan perdido entre tantas líneas rojas. A pesar de tanta izquierda hinchada de ego y a pesar de la romería frustrante ante el rey para llegar in extremis a no concluir nada de nada.

Así es, no existe candidato que cuente con los apoyos necesarios para que el Congreso de los Diputados le otorgue su confianza. Si señor, no ha funcionado la vieja política, pero tampoco la nueva. No ha funcionado tanta prostitución mediática en las televisiones y la gran coalición no es creíble, ni a la valenciana ni a la que el señor Iglesias quiera inventar.

Llegados a este punto empiezan los crímenes de familia dentro de la izquierda, las siglas de IU y Podemos se unen a pesar de la negativa de muchos de sus militantes; a Sánchez no le tenemos que apuñalar porque ya lo hizo él solito cuando se presentó hace cuatro meses como el único con rigor político y pisando a golpe de prensa triunfalista al PP para acabar como el gran fracasado y sin foco en la gran pista central; y el señor Iglesias ya no necesita al PSOE porque anda sobrepasado de gloria y quiere engendrar la nueva izquierda.

Ya sabes, Pedro, “A tu casa vendrán y de ella te echarán”. Al pie de la letra se lo debe tomar el dirigente del PSOE respecto a la izquierda más radical. Los socialistas se enfrentan a una crisis de existencia, ya que corren el riesgo de quedar como la tercera fuerza política en los nuevos comicios tras la unión de Podemos e IU. En las urnas veremos qué izquierda quiere el votante, la socialdemocracia moderada o la extremada populista.

Mientras, el presidente del Gobierno en funciones ha jugado a la contra y ha mostrado su perfil más conciliador asegurando que el momento actual obliga a pactar. Mariano Rajoy va a las nuevas elecciones dejando a la izquierda desencajada y con muchas cuentas que hacer para repartir escaños. Sin moverse, ha impregnado la idea en la mente de todos los socialistas de que el PP no es su enemigo.

En cuatro meses de bloqueo, Rajoy ha ganado para las próximas elecciones una gran oportunidad de pacto con Ciudadanos y el PSOE, antes impracticable. Seguramente no sea una merienda de té y pastas, pero las tres formaciones se van a necesitar, sabedores de que la competencia es la izquierda táctica.

Si en esta segunda vuelta PP, Ciudadanos y PSOE forman coalición, mi voto el 26 de junio no solo será útil sino que será un voto que dejará atrás la supervivencia para empezar a vivir.

¿Realmente el voto útil es el voto del reproche?