El PSOE se juega mucho en las elecciones del próximo domingo 26 de junio. Entre otras cosas la pérdida de la hegemonía política en la izquierda española. Con las encuestas augurando una catástrofe electoral, puede quedar tercero en votos y en escaños, por detrás de la coalición Unidos Podemos, y conseguir su peor resultado.

Y es que en la vida nada es eterno y las organizaciones políticas tampoco. El 26 de junio puede ser el principio del fin. Solo quedan apenas 10 partidos políticos en el mundo que han transitado por tres siglos, del XIX al XXI, y siguen aún existiendo.

Veamos los tres ejemplos europeos más destacados de ese selecto grupo: los tories del Partido Conservador británico, los socialdemócratas alemanes del SPD y los socialistas españoles del PSOE. Tienen en común algunos rasgos definitorios. Han pasado por tremendas vicisitudes históricas que los han puesto varias veces al borde de la desaparición. Han gobernado mucho tiempo, aunque también han conocido la oposición y, en el caso del SPD y el PSOE, la persecución y la clandestinidad. Han dado grandes gobernantes en momentos cruciales: Winston Churchill, Willy Brandt, Felipe González. Y sobre todo, su historia es inseparable de la de sus países.

El caso es que si el PSOE fuera un individuo y no un sujeto colectivo, un estudio psiquiátrico daría un diagnóstico claro: pauta estable de comportamiento inestable. En él se mezcla un impulso suicida que lo atrae fatalmente hacia el abismo con un poderoso instinto de supervivencia que le hace salir con vida de situaciones desesperadas en las que él mismo se ha metido. Primero se deja hundir hasta el fondo del pozo; y cuando todo el mundo se prepara para el funeral, rebota y aparece flotando de nuevo.

Sus dirigentes y militantes son patológicamente ciclotímicos: pasan de la euforia a la depresión con una rapidez pasmosa y sin causa que lo justifique. Sus conflictos internos son proverbiales: se llaman entre sí compañeros, pero es un partido cainita donde los haya. Y sin embargo, en sus casi 140 años de existencia han sufrido muy pocas escisiones importantes. Algo muy intenso los mantiene pegados a la sigla aunque se maten entre ellos (y no solo figuradamente: en los años 30, prietistas y caballeristas se tiroteaban por las calles y luego se iban a discutir en sus agrupaciones).

Todo lo que concierne al PSOE provoca pasiones fuera de él: los observadores toman partido en sus peleas internas como si fueran propias, poderosos medios de comunicación les marcan el camino a seguir y los elogian o reprenden según sigan o no sus indicaciones. Es curioso lo que le pasa a la España progresista con el PSOE: cuanto peor lo hacen, más ganas nos entran de matarlos… y, a la vez, de acudir en su socorro.

Pero quizá lo más característico de este partido sea su reflejo reactivo. Funciona así: cuando se sienten cómodos y sobrados de fuerzas, tienden a apoltronarse, encadenan errores inexplicables y se debilitan de forma exasperante.

El PSOE tiene el peligro de la liquidación o de 'sorpasso', que viene a ser parecidos. Esta vez la amenaza es seria y cierta (y esta vez lo es en grado sumo). La coalición Unidos Podemos, formada por Podemos e IU, según todas las encuestas, está en condiciones de arrebatar la hegemonía de la izquierda al PSOE. Los antiguos votantes socialistas se están yendo en gran número a Unidos Podemos, como se vio en las elecciones del 20-D.

En este momento, se dan todas las condiciones para que el PSOE sufra un siniestro total el 26 de junio:

Toda la socialdemocracia europea está en una crisis existencial y se bate en retirada ante el empuje de los populismos de extrema derecha (en Austria, Dinamarca, Hungría, Finlandia, Suecia, Reino Unido, Francia, Bélgica) y de extrema izquierda (Grecia, Portugal y España).

La política económica dictada por Europa es de carácter liberal y conservadora y los gobiernos socialdemócratas han aplicado esas medidas, perdiendo su identidad y su coherencia. De esta manera están perdiendo todo el crédito ante los ciudadanos. Por eso se están fortaleciendo o están surgiendo partidos fuertes a la izquierda de la socialdemocracia. Movimientos populistas que pretenden ocupar el espacio que ocupaba históricamente la socialdemocracia.

El liderazgo del PSOE ha pasado del estado sólido (González) al líquido (Zapatero) y de ahí al gaseoso (Sánchez). En correspondencia con ello, desde el cambio de siglo hasta el día de hoy la calidad política y el peso específico de su clase dirigente han sufrido un deterioro progresivo, pavoroso y quizás irremediable.

El Partido Socialista sigue pagando la factura de la crisis de la época de Zapatero. El 12 de mayo de 2010, el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero se vio presionado por Bruselas y EEUU a realizar drásticos recortes en el gasto social, para evitar ser rescatado como Grecia. Aquel gobierno recortó un 5% el sueldo de los funcionarios, se congelaron las pensiones, se recortaron ayudas a la dependencia y se eliminó el "cheque-bebé". Hasta entonces, Zapatero había prometido no rebajar el gasto social, lo que dejó desconcertados a bastantes de sus votantes.

En septiembre de 2011, PP y PSOE pactaron una reforma del artículo 135 de la Constitución para introducir de forma urgente el principio de estabilidad financiera para limitar el déficit. Y, sobre todo, gestionaron mal la crisis económica. Al principio de la misma, no reconocieron ni que existía. Luego reaccionaron tarde y mal, mientras millones de empleos se perdían.

El PSOE necesita tanto como el PP que la recuperación económica sea una realidad comprobada para empezar a obtener la absolución social. Su espacio electoral está amenazado por ambos flancos: por la izquierda, la alianza Unidos Podemos; y por la derecha, Ciudadanos, que tras el acuerdo para la investidura ha pasado a ser el voto amigo, una frontera abierta que ya puede transitarse sin visado.

Y a sus dirigentes se les ve el miedo en la cara desde lejos. Es cierto que lo de la memoria histórica, el reflejo reactivo y todo lo demás no es un salvoconducto para la vida eterna. Que de tanto llevar el cántaro a la fuente, alguna vez se romperá. Y que puede ser esta vez: los socialistas han adquirido muchas papeletas para llevarse la castaña en la rifa del 26-J.

Pero si alguien planifica una campaña que consista en ningunear al PSOE o en darlo por derrotado de antemano, mi recomendación es: yo que tú no lo haría, forastero. Porque podría activar una vez más esa reacción misteriosa y atávica que consiste en defender al PSOE del propio PSOE, y llevarse una sorpresa. Los taurinos saben que las peores cornadas se producen justamente en el momento de dar la estocada.

La crisis de la socialdemocracia europea

La crisis de socialdemocracia se está dando en todos los países europeos. En Grecia, por ejemplo, el PASOK (Partido Socialista Griego) prácticamente ha desaparecido de la política helénica. En las últimas elecciones, el PASOK, que tantos años gobernó Grecia, solo obtuvo el 6% de los votos. Fue la cuarta fuerza, derrotado por Syriza, una coalición más a la izquierda, por la derecha de Nueva Democracia y por la extrema derecha de Amanecer Dorado.

A lo largo de los años han desaparecido algunos partidos socialistas, como por ejemplo el Partido Socialista Italiano, histórico partido fundado en 1892 y disuelto en 1994, tras verse envuelto en el inmenso escándalo de corrupción de Tangentopoli.

Hay pocos casos en los que la socialdemocracia europea tenga verdadera fuerza. Estos son lo de Italia, donde el Partido Democrático de Matteo Renzi gobierna, y en Portugal, donde el Partido Socialista gobierna en coalición con dos partidos de izquierda.

En Francia, a los socialistas no les pueden ir peor. El quinquenio de François Hollande está a un año de su fin, pero, sólo unos meses después de ganar las elecciones en 2012, el presidente empezó a perder protagonismo. Es realmente extraño lo que pasa en Francia. Nunca, desde la creación de la V República, en 1958, un presidente había desperdiciado tanta legitimidad en un plazo de tiempo tan corto. Por primera vez en la historia del Partido Socialista francés desde su refundación en 1971 por François Mitterrand, una crisis telúrica ha irrumpido en su seno. La autoridad del presidente y de su primer ministro nunca había sido pisoteada tan abiertamente, hasta el punto de que unos diputados amenazaron con votar la moción de censura de la derecha. Y no por estar de acuerdo con ella, sino para oponerse a la política del Gobierno de Manuel Valls.

Mire donde mire el Gobierno, sólo encuentra rechazo y desconfianza. En realidad, Hollande ha fracasado en una cuestión de fondo y un método de actuación. La primera se relaciona con las reformas exigidas por Bruselas, tanto por el déficit presupuestario como por la reforma del mercado de trabajo. La reciente aprobación de la reforma laboral por decreto Ley del Gobierno, sin pasar por el Parlamento, ha servido para fracturar aún más las filas del Partido Socialista Francés.

El primer ministro Manuel Valls superó la tercera moción de censura en sus dos años de mandato presentada por la derecha. La reprobación solo obtuvo 246 votos a favor (derecha, centro, ultraderecha, radicales de izquierda y verdes), muy lejos de los 289 de la requerida mayoría absoluta. El debate coincidió con una jornada de protestas contra la reforma laboral, origen de la reprobación, y estuvo plagado de referencias a la guerra interna en el partido gubernamental que amenaza con su implosión. En estos momentos hay unos 50 diputados críticos en la izquierda que no garantizan la gobernabilidad del partido socialista francés. Según las encuestas a las presidenciales, podrían quedar terceros en la primera vuelta, quedando fuera de la segunda vuelta y repitiendo el desastre de 2002. La extrema derecha de Marine Le Pen y la derecha de Sarkozy se disputarán la Presidencia de Francia.

En Alemania, si algo quedó claro el pasado noviembre, cuando los socialdemócratas alemanes celebraron su congreso anual, es que el partido, que se ha ido desplazando hacia el centro ideológico en los últimos años, atraviesa la peor crisis de identidad de su historia. Hoy los sondeos le conceden un 20%, apenas un 5% más que a la ultraderechista AfD. Tras la debacle cosechada en los comicios regionales de tres Estados federados en marzo, la crisis del Partido Socialdemócrata (SPD) se ha agravado hasta tal punto que incluso por primera vez se baraja la renuncia de su jefe, el también vicecanciller alemán y ministro de Economía, Sigmar Gabriel.

Varios de sus correligionarios se apresuraron a decir que la formación no decidirá sobre su candidato para las generales hasta principios del 2017, tal y como estaba previsto, al tiempo que negaron la inminente renuncia de su líder. Pese a todo, la realidad es que Gabriel quedó visiblemente tocado en noviembre, al salir reelegido con el apoyo de tan solo el 74,3% de los delegados. Un fuerte varapalo para el líder de 56 años, que sacó su peor resultado desde que asumió la presidencia del SPD en 2009.

Este panorama, unido a las grietas insalvables que ha abierto la crisis migratoria en el actual gobierno de gran coalición, le complica las cosas a la jefa del Ejecutivo, que no obstante sigue sin tener un rival a su altura para ocupar la presidencia de Alemania en el 2017. Todo apunta a que Angela Merkel tendrá que buscar nuevos socios de gobierno, dada la crisis del bipartidismo y el auge de la ultraderecha.