De todos los mares, el Mediterráneo es el más lleno de historia, es el mar símbolo de todos los mares. Aquí se inicio la civilización que todos conocemos, aquí están nuestras raíces, la fe de nuestros antepasados surgió en estas costas y, por estas y por muchas otras razones, este mar encerrado entre 3 contenientes, este lago salado, donde aprendimos a navegar, esta cuna del conocimiento y de la historia, este puente, que nos ha unido y nos ha separado, es un santuario, símbolo de todos los santuarios y de todos los mares.

El Mediterráneo es un punto de partida y de llegada de muchas civilizaciones, es naturaleza hecha altar y, sin embargo, el Mediterráneo, como todos nuestros mares, está enfermo y malamente herido. Nuestro mar (mare nostrum), como lo llamaban los viejos romanos, se ha transformado en un basural, más cerca de la muerte que de la vida y en sus aguas falta el oxígeno indispensable para la vida de los peces y de las plantas. Su acidez aumenta peligrosamente por los residuos de todos los tipos que en él son vertidos y por los desechos de todos los ríos que hacia él corren, ahogándose en sus tibias aguas.

La agricultura con sus fertilizantes, las refinerías, que vierten 20 millones de toneladas de petróleo en sus azules aguas. El tráfico de naves que representa el 30% del transporte marino a nivel global, que navega en menos del 3% de la superficie oceánica de la tierra con unas 200.000 naves al año, que cruzan el Mediterráneo de lado a lado. Sus costas están altamente pobladas y la falta de sistemas eficientes de purificación de aguas servidas, con 160 millones de personas que viven permanentemente en las costas del Mediterráneo y con sus playas visitadas por 180 millones de turistas al año, suman otro daño al daño.

Todos estos males, además del hecho que el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio para miles de personas que huyen de la guerra y la pobreza, hacen que el paciente moribundo tenga que ser rápidamente atendido y salvado, ya que su muerte sería una tragedia inaudita para todos los que hemos nacido en sus costas o a ellas, por uno u otro motivo, nos hemos acercado. Y este es el dilema de la civilización: o salvarse a sí misma, protegiendo los mares y la naturaleza, preservando el ambiente y la diversidad, viviendo en manera consciente y respetuosa de todos los límites que plantea e impone la vida, o morir en un último desastre. Miles de especies marinas están desapareciendo cada año, la pesca disminuye y el mar muere lentamente y, con él, se apaga la vida, no sólo en el mar, sino que también en la tierra. Ya que el primero es el espejo del estado de salud de la segunda.

La vida, en el planeta azul, nació en las aguas de sus océanos, que cubren el 75% por de su superficie. Y, en un cierto sentido, la Tierra es mar y el mar es la Tierra y nos ha llegado la hora, la hora trágica y definitiva de salvar los mares, empezando de su eslabón más precioso y más débil, el Mediterráneo.

En el día de los océanos

Mar, mar azul,
mar de olas infinitas.
Fuiste la cuna de la vida
y en tu vientre,
la muerte nos espera,
siempre más cerca,
día tras día.
Mar, mar azul,
para que tú vivas,
yo daría parte de mi vida