En realidad es así: cuando pasa algo en Francia, la gente que me circunda lo siente más intensamente en comparación con los acontecimientos recientes de Estambul, por ejemplo. Y esto a pesar de que un muerto es siempre un muerto y un desastre o atentando tendría que movilizar la misma empatía sin considerar mayormente el lugar. Pero, por otro lado, Francia está aquí al lado y Niza es una ciudad por donde paso a menudo. El jueves 14 de julio, el día de la bastilla, a las 9.00 de la noche, una hora exactamente antes de la tragedia, estaba en un restaurante al aire libre, donde voy al menos una vez a la semana. Ese día, exactamente, había un concierto en la plaza y nos encontramos entre amigos. Dos de ellos partían para Francia, pasando por Niza, donde visitarían a otros amigos.

Al lado mío, había una periodista alemana, que hablaba francés y español y que visitaba la ciudad, porque el viernes, el día siguiente, entrevistaría a Massimo Bottura, el famoso chef de “La Francescana”, a la cual le conté que había escrito un pequeño artículo sobre el restaurante y después hablamos de las preguntas que ella le haría. La conversación terminó en el tema de las playas de la costa azul, cerca de la frontera con Italia y esta es la situación, querámoslo o no, Francia está más presente y más cerca. Y esto le da más resonancia a las tragedias que allí acontecen. Esto lo llamo la ley de la proximidad, donde el valor de lo cercano es superior al valor de lo distante.

Para mí, personalmente, una tragedia como esta es siempre una tragedia, independientemente del lugar y del país y desgraciadamente aumenta la frecuencia de estas atrocidades y aumenta también el número de los muertos. No quiero acusar a nadie, el culpable era una persona con graves problemas y desequilibrada, que se dejó influenciar por una propaganda perniciosa, en cierta medida comparable a la que llevan a ciertos policías a maltratar y matar a personas de color y a personas de color a vengarse, matando policías con la piel clara.

Dentro de poco, leeremos en las noticias sobre un nuevo crimen en contra de los emigrantes en cualquier país del occidente y nos preguntaremos atónitos por los motivos que llevaron a esta supuesta atrocidad y los motivos serán siempre los mismos: el odio y la incapacidad de vernos como hermanos sin pensar en el color de la piel, el origen ni al credo. Y yo de todos estos crimines estoy completamente enfermo y hastiado.

La propaganda de los fanáticos de uno u otro color o credo nos ha condicionado mentalmente y las únicas alternativas que existen para muchos son ser verdugo o victimado. Escuchando las conversaciones, que no se pueden evitar, el fanatismo que proyectamos en los otros es parte de nuestro propio fanatismo y en ese sentido somos iguales. Iguales en el mal, en el odio y en el deseo de venganza y estos actos atroces lo confirman cada vez. Por eso pienso siempre en las víctimas y sus familiares y también en otras víctimas anónimas e inocentes de las cuales nadie habla y que atraen un odio creciente, por tener lejanamente algo en común con alguno de los victimarios, sin considerar que la humanidad y la justicia van en contra de la ley de la proximidad y el valor de cada persona es absoluto y uno puede ser solamente considerado culpable, si esto ha sido suficientemente demostrado y si no es así, entonces uno es inocente y digno de ser respetado, independientemente de las atrocidades que otros hayan cometido y si alguien que se auto-declara musulmán comete un crimen esto no puede ser catalogado como responsabilidad de todos los musulmanes.

Son ya 84 los muertos y 100 los heridos,
el paseo de los ingleses en Niza,
después de los fuegos artificiales
se convirtió en un campo de exterminio.
Mujeres, niños, sangre y gritos,
después las lágrimas, las sirenas y el silencio.
Después el vacío, que deja un odio sin límites,
después el más absoluto sin sentido.
Y hoy lloro por todos y por mí mismo,
por esta humanidad sin horizonte.
Por lo que hemos creado sin saberlo,
la miseria total y la falta de espíritu.
Son ya 84 los muertos y aumentarán
y después del día de la Bastilla,
en un espejo roto y fragmentado,
nos miramos otra vez para vernos heridos.