Muchas han sido las interpretaciones que, a lo largo de la historia, se han hecho de uno de los relatos fundacionales de la cultura occidental: el mito de la caverna de Platón (República, Libro VII, 514a-518b). Una vez más, la sabiduría griega nos sirve de acicate pedagógico para desenmascarar una construcción europea que vive en el reino de las sombras, dentro de una caverna por la que circulan los intereses de los poderosos a varias velocidades. Los europeos estamos encadenados a un sistema de construcción de la comunidad política continental que ha olvidado la luz demiúrgica del bien común para concentrarse en los equilibrios inestables de acuerdos y de pactos que nos encadenan a más acuerdos y a más pactos. La Europa de las burocracias gubernamentales produce ciudadanos que sistemáticamente sospechan de la capacidad de los Estados de contribuir a su bienestar. Un bienestar que se siente amenazado por la incorporación de nuevos comensales. Y como decía aquel viejo profesor, aquí no se trata de impedir que vengan más invitados, sino de repartir en más trozos el pastel que tenemos.

El problema de Europa no es primera ni principalmente de matemáticas procedimentales; es de raíces culturales y de principios éticos, de convicciones. El problema de Europa es de convicciones, no de convenciones. La esquizofrenia europeísta del ciudadano concluirá cuando se privilegie una percepción de Europa como comunidad de cultura, de historia y de pensamiento. Entonces, aparecerá el demiurgo capaz de liberarnos del mundo de las sombras en las cavernas de una Europa más ficticia que real.

La Conferencia General de la UNESCO del 16 de noviembre de 1989 hizo público El Manifiesto sobre la Violencia. Fue redactado por veinte eminentes personalidades mundiales de las Ciencias exactas y naturales así como de las Ciencias sociales y humanas. El documento asume cinco Proposiciones básicas, que conviene recordar en estos días:

  1. Es científicamente incorrecto que hayamos heredado de nuestros antepasados los animales una propensión a hacer la guerra.
  2. Es científicamente incorrecto decir que la guerra o cualquier otra forma de comportamiento violento está genéticamente programado en la naturaleza humana.
  3. Es científicamente incorrecto decir que en el transcurso de la evolución humana ha tenido lugar una selección en favor del comportamiento agresivo en relación a otras formas de comportamiento. La violencia no está inscrita ni en nuestra herencia evolutiva ni en nuestros genes.
  4. Es científicamente incorrecto decir que los hombres tienen "un cerebro violento"; sí poseemos en efecto un aparato neuronal que nos permite actuar con violencia que no se activa automáticamente por estímulos internos o externos. Nada existe en la fisiología neuronal que nos impulse a reaccionar violentamente.
  5. Es científicamente incorrecto decir que la guerra es un fenómeno instintivo o que responde a una motivación única.

La Conclusión del Manifiesto de Sevilla sobre la Violencia proclama que la biología no condena a la humanidad a la guerra; que la humanidad, por el contrario, puede liberarse de una visión pesimista de la biología.

Como diría el gran Jose Francisco Serrano, no existen genes del amor o de agresividad. Llegamos a ser lo que somos a través de la educación y de la formación. La paz crece y toma vida en cada uno de nosotros.

Hagamos, por tanto, el amor y no la guerra.