Tras las dos últimas elecciones, los ciudadanos han manifestado su descontento respecto a los resultados de manera contundente a través de las redes sociales. El clamor popular ha dejado sentir su incomprensión ante la victoria de un partido más que salpicado, inundado, por escándalos de corrupción. La perplejidad también se ha referido a la consecución de apoyo de partidos de signo bien distinto. En suma, nadie comprende a nadie.

De todas las quejas de distinto color vertidas parece desprenderse una idea común: los españoles no saben votar. Aunque más específicamente la máxima sería “aquellos que no votan como yo no saben votar”. Porque les engañan o porque se dejan engañar, porque en realidad no entienden de economía, porque no tienen memoria histórica, porque solo tienen escucha las noticias de ciertos medios, porque votan con la misma pasión y ceguera con que siguen a un equipo de fútbol.

Tanto o más importante es saber hacer las preguntas adecuadas como encontrar las respuestas correctas, la cuestión que debemos afrontar es la siguiente: ¿qué necesitamos aprender para saber votar? Y ahí, queridos amigos, vamos a parar delante de la puerta ante la que tantas veces llegamos en cuestiones nacionales: el sistema educativo.

Si queremos ciudadanos que vertebren una democracia sana (lo más sana posible), necesitamos ciudadanos que adquieran los conocimientos adecuados que les permitan formar parte de esa democracia para mantenerla, salvaguardarla y mejorarla. En el caso particular que nos ocupa, necesitamos ciudadanos no que sepan cómo votar, sino que sepan votar con una conciencia crítica adecuada. Véase: que no se dejen manipular, que demanden los derechos fundamentales y aquellos derivados de una sociedad en continuo cambio, que exijan el cumplimiento de los deberes legales en otros asuntos.

¿Qué debemos enseñar para poder ser ciudadanos dotados de una conciencia crítica suficiente que permita ejercer el derecho a voto?

Pocas dudas deja el hecho de que la política es una cuestión de economía. Poderoso caballero es Don Dinero. Si todo ciudadano mayor de 18 años tiene derecho a votar, todo ciudadano mayor de 18 años tiene el deber de saber cómo funciona un país. La inclusión, pues, de una asignatura que permita conocer los rudimentos que forman el engranaje económico de un país se hace necesaria. Conceptos como PIB, fiscalidad, inversión, presupuestos generales, cómo se interrelacionan los agentes económicos a corto, a medio y a largo plazo y un largo etcétera bien merecen ser conceptos claros a la mente del votante.

Conceptos que deberían conocerse como deben conocerse los deberes legales: ignorantia iuris non excusat. Es decir, “la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley”. Todo estamos obligados a cumplir la ley, pero nadie nos la enseña de manera obligatoria. No se trata de transformarnos en una sociedad de leguleyos con toga y birrete, pero sí al menos de inculcar lo básico y dejar claro dónde encontrar las disposiciones legales pertinentes. El conocimiento de nuestros deberes asimismo implica el conocimiento de los deberes de los demás. ¿Nos dejaríamos estafar y engañar con la misma indolencia si bebiéramos desde la escuela qué es la ley y qué consecuencias tiene y/o debe tener su incumplimiento?

Decía Cicerón que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla". Cierto es que la historia se incluye en el curriculum. Pero, ¿se hace suficiente hincapié en la conquista de derechos, en el funcionamiento de los distintos sistemas económicos, de las crisis y sus consecuencias, de las soluciones que funcionaron, de los errores garrafales que se cometieron? Relacionado con el conocimiento de lo anterior debería ir aparejado un estudio de la historia de la economía y de las leyes.

El conocimiento sin sensibilidad no sirve de nada. Se trata de saber que si a mi y a los míos votar esto me beneficia pero perjudica a los demás, la solución no debería ser la mía, sino una que nos favorezca a todos. Se trata en suma de inculcar el bien común, de humanizar la humanidad. Enseñar que la individualidad absoluta no es el mejor pegamento de una sociedad, sino la empatía, la cooperación, los elementos que permiten que esa sociedad sea sociedad y no suma de unos. Potenciar los elementos positivos que hacen del ser humano un ser gregario. ¿Es esto ética, filosofía, ciudadanía? Lo que no parece es tener la relevancia que le corresponde.

Estas nociones, y seguro otras tantas, deberían añadirse al bagaje cultural de una democracia libre. Una democracia sana es aquella en la que sus ciudadanos votan al partido con mejores propuestas, no al partido que han votado de toda la vida. Y dentro del partido, al candidato. Una democracia sana es aquella que no permite que le roben sus derechos y su dinero; ni los políticos ni la ignorancia. Una democracia sana es aquella que no se desgañita en twiter alegando que sus compatriotas no saben votar; una democracia sana es aquella que ante unas segundas o terceras elecciones clama que son sus políticos los que no saben gobernar. Otro tema capital sería qué es necesario para convertirse en político. Adelanto lo que muchos estarán pensando: la honestidad, la cual debería estar garantizada por ley. Y el que no cumpla, a la calle o a la cárcel.