La mayoría. La mayoría es un concepto que venimos escuchando a menudo desde hace tiempo. No es para menos, pues desde las elecciones autonómicas de 2015 no se ha hablado de otra cosa. Quién puede tener mayoría de votos, quiénes pueden conformar una mayoría de escaños, quién es el partido más votado o a quiénes han elegido la mayoría de los españoles. Vemos cómo los partidos se enredan discutiendo sobre qué es lo que queremos los españoles o qué es lo que hemos elegido, pero como no se ponen de acuerdo nos tienen que volver a preguntar ya que nuestra respuesta les resulta confusa. Debe ser que no sabemos lo que queremos.

Si algo se puede afirmar sobre España sin temor a equivocarse es que es un país heterogéneo, pues en su no muy extensa geografía conviven culturas, lenguas y dialectos de lo más diversos. En ocasiones los usos y costumbres de un lugar pueden variar sensiblemente de otro que dista apenas unos pocos kilómetros. Esto se traduce también en nuestra forma de ver la vida así como nuestra forma de entender la sociedad.

Se dice que hemos salido de un bipartidismo político y que ahora nos enfrentamos a un panorama completamente desconocido en el que las mayorías absolutas han dejado paso a la política de pactos, aunque quizá pueda ser que la política española empiece a ser un reflejo más realista de esa sociedad heterogénea en la que, en la práctica, nunca hubo mayorías absolutas.

Algunos números sobre la mesa

Remontémonos al 20 de Noviembre de 2011, día en el que el Partido Popular, liderado por Mariano Rajoy, conseguía la mayoría absoluta más aplastante de su historia obteniendo un total de 186 diputados. El Partido Popular conseguía así una representación del 53’14% de la cámara y, por ende, de los españoles. Sin embargo, el porcentaje que obtuvo en relación al número de votantes fue del 44’63%, dándole la Ley d’Hont ese 8’51% de representación restante. Aún así, si comparamos su número de votantes con el total del censo electoral de 2011 (35.776.615 personas según datos del INE) veremos que el porcentaje de votantes populares representó al 30’37% de la población. Una mayoría absoluta histórica que en la práctica no representaba ni a un tercio de los españoles. Eso no fue impedimento para que, una vez en el Gobierno, llevasen a cabo multitud de medidas capaces de poner a toda la oposición en contra; la Reforma Laboral, la LOMCE, la Ley Mordaza o los recortes en Sanidad son algunos ejemplos.

En las elecciones de 2015, el número de votantes populares bajó en 3.650.814 personas, de las cuáles 690.433 volvieron a votarles en Junio de 2016, alcanzando las 7.906.185 personas en los últimos comicios. Comparadas con el censo electoral total, representan el 21’65% de la población con derecho a voto; a pesar de eso el Partido Popular tiene una representación en la cámara del 39’14%.

De cara a lo que sería su fallida investidura, Mariano Rajoy consiguió el apoyo de Ciudadanos y Coalición Canaria. Si sumamos los votos de estas tres formaciones -suponiendo que el total de los votantes estuviera completamente de acuerdo con la posición de sus respectivos partidos- y hacemos la comparación con el censo, vemos que un 30’41% de la población apoyaría nuevamente a Rajoy como Presidente del Gobierno. Si hacemos la misma operación con el resto de partidos que votaron en contra, nos saldría que un 33’01% de personas se oponen firmemente a su nombramiento, siempre bajo la premisa –idílica- de que la totalidad de sus votantes esté de acuerdo con el voto emitido.

Por otro lado tenemos a los votantes cuyos partidos no obtuvieron representación y que representan al 1’6% del censo electoral, un total de 591.062 personas, de los que casi la mitad -284.848- son votantes de PACMA, partido sin representación parlamentaria a pesar de superar en número de votos al PNV, que ocupa cinco escaños. No podemos saber si estos partidos hubiesen apoyado, facilitado o censurado la investidura de Rajoy, aunque en muchos casos se podría adivinar.

Por último, tenemos un 30`16% de la población con derecho a voto que no lo ejerció, ya fuese por convicción, por imposibilidad o por mero desinterés. De ellos tampoco podemos saber si hubiesen investido o no a Rajoy, pero si pudiéramos preguntarle a cada uno de ellos, muy posiblemente tendríamos un resultado tan variado como el que nos han dado las urnas en dos ocasiones.

Lugares Comunes

Después de ver todo este batiburrillo de cifras, la idea que se puede sacar de España es que es un país variado donde no hay una mayoría ideológica clara; no hay ningún partido mayoritario que refleje el pensar y el sentir de una mayoría de españoles a pesar de que la Ley Electoral se esfuerce en demostrar lo contrario. Sin embargo, no paramos de escuchar a nuestros políticos defender, cada uno desde su tribuna, que en España impera el pensamiento que ellos representan.

Resulta curioso que por un lado nos enorgullezcamos de ser un país plagado de contrastes, pero por otro no queramos que esos contrastes se plasmen en nuestra vida política. Hasta ahora España se ha estado gobernando a base de mayorías absolutas fabricadas en base a una Ley Electoral ineficaz que, en muchos casos, enmascaraba la realidad social del país. Se dice que quien finalmente acabe en el Palacio de la Moncloa lo tendrá muy difícil para gobernar porque tendrá que buscar la aprobación del resto de partidos casi a cada paso que dé, y será algo harto complicado en un Parlamento tan fragmentado. Por otro lado cabría pensar que lo que tenga que ocurrir a partir de ahora es que nuestros políticos van a tener que aprender a hacer su trabajo, el cual consiste en ponerse de acuerdo y buscar soluciones conjuntamente, entre todos.

Y es que España es un país heterogéneo y así debe ser su representación política, pero pese a todo lo variado y contrapuesto que es, hay muchos puntos en los que sí estamos de acuerdo: No queremos corrupción política, queremos una separación real de poderes, queremos unos servicios públicos de calidad, queremos que grandes, medianas y pequeñas empresas prosperen y den más y mejores puestos de trabajo, queremos que se apoye a todo el talento que genera este país, queremos que nuestra economía crezca y queremos que, en definitiva, nuestra calidad de vida sea mejor.

Hemos llegado a un punto en el que los partidos hace tiempo que dejaron de hacer política para dedicarse en exclusiva a hacer campaña. Cada uno se cierra en banda a las proposiciones de según qué partido en lugar de buscar de manera conjunta una solución que realmente funcione. Los españoles necesitamos un saneamiento integral de las estructuras políticas, pero para que eso pueda darse es necesario un previo ejercicio de autocrítica por parte de los todos los partidos que ahora mismo sólo podríamos soñar. Necesitamos que entiendan que son todos partes necesarias del puzle que es España y que tienen que encontrar la forma de encajar unas piezas con otras sin excluir ninguna.

Hasta que eso suceda, seguiremos asistiendo a este vodevil de lo absurdo. No se olviden de comprar palomitas.