Rusia y EE.UU. logran cerrar un nuevo acuerdo para el cese de hostilidades en Siria. El pacto que alcanzaron las dos potencias tras una maratoniana negociación en Ginebra podría suponer el principio del fin de un conflicto sangriento que se ha cobrado miles de vidas. Pero también ha dejado millones de desplazado, es decir, un éxodo que recorre Europa sin rumbo fijo.

La magnitud que ha ido adquiriendo la crisis siria ha sido un episodio más de esa confrontación que traspasa las líneas internas de un Estado. Pronto evidenció que lo que parecía una revuelta contra un Gobierno, el de Assad -elegido democráticamente- conllevaría una espiral de violencia que arrastraría a terceros actores. Coaliciones y agrupaciones armadas a la disputa de un mismo territorio.

Lejos quedaron aquellos momentos donde los medios hablaban de un levantamiento, luego de una contienda civil, después apareció la ‘guerra santa’ para terminar siendo un todos contra todos. La situación se fue de las manos y tanto occidente como el bloque ruso han sabido entender que el escenario actual tiende a parecerse peligrosamente a fracasos como Afganistán, Irak, Libia… y tantos otros donde la injerencia terminó en caos.

Hartos están ya los socios de los bandos -históricamente enfrentados- de ver cómo sus peleas de gallos terminan arrasando el terreno como Atila y sus huestes. Para el caso del país árabe, los todopoderosos de Washington y Moscú venían utilizando agrupaciones locales o suprarregionales a modo de marioneta para golpearse como en un juego de niños.

El acuerdo alcanzado por Serguéi Lavrov y John Kerry pone fin, aparentemente, a esa chiquillada y tras el periodo de tregua anunciado procederán a realizar ataques coordinados contra objetivos y posiciones de Al Nusra y Estado Islámico, ya denominados grupos terroristas a combatir. Olvidando las apreciaciones de ‘moderados’ que alguno tenía sobre uno de las facciones.

Que Rusia y EE.UU. lleguen a un acuerdo causa el mismo resultado que el llamado ‘efecto mariposa’, ya que en este caso sus acciones tienen preponderancia de una forma u otra en el devenir del resto del planeta. La geopolítica al igual que sus conflictos han variado sus dimensiones y lo que parece un incidente aislado en un rincón del globo, pronto tiende a destapar tentáculos en la Casa Blanca o el Kremlin, es decir, dos bloques enfrentados… el mundo en problemas.

Esta consabida ‘muestra de músculo’ queda evidenciada en cada reunión o cita en la que los líderes Vladímir Putin y Barack Obama acaparan toda atención mediática. Célebre o viral ha sido el ‘cara a cara’ que ambos protagonizaron en la reciente cumbre china del G20. Una secuencia que duró unos segundos pero cuya tensión quedará inmortalizada para la eternidad. Como si el genial Sergio Leone hubiera rodado tal escena, quién no imagina el momento. Esos primeros planos de miradas penetrantes llenas de desafío, el silencio roto por la música de Ennio Morricone… la esencia del spaghetti western que seguro el gran Quentin Tarantino quisiera para su próximo delirio.

Sobredosis de testosterona que alejada de los focos tratan de apaciguar los ‘segundas’ espadas. Más concienzudos en buscar una solución que sus jefes, Lavrov y Kerry, Kerry y Lavrov han sabido llevar a buen término gran parte de las tensiones actuales. Gracias a ellos se han logrado acuerdos como el ‘Programa Nuclear Iraní’, los ilusorios ‘Minsk’ o ahora el ‘caso sirio’.

A nadie se le escapa que estos encuentros entre las grandes potencias ocurren cuando en sus respectivos países, se dan una serie de variables que conllevan la equidad. Por ejemplo, Rusia está en aparente recuperación bajo el liderazgo de un Vladímir Putin cuya figura crece cada día, más fuerte e incluso ‘más joven’. Mientras, EEUU camina por su particular desierto con un Barack Obama ya en retirada, más ‘ausente’, cansado y ‘más viejo’. Lo que tiene el poder a unos les sienta mejor que a otros.