Como todo lo que es importante, se sientan las bases desde abajo con la pericia de los años, que ellos saben más que el diablo. Se manipula desde las cajas parlantes las honrosas intenciones para volverlas en nuestra contra, para tenernos corriendo en una rueda que no nos lleva a ningún lado. Se retuercen las injusticias para ponerlas de su lado, para conseguir que sean Trending Topic y manipular desde dentro, que es lo más fácil y de más calado. Así sucede también con el feminismo y con muchas otras palabras acabadas en -ismo.

En la escuela, universidad o en el trabajo ellas se ven sometidas a la presión del entorno. Quizá fue un profesor o un jefe el que premió una buena actitud, un buen comienzo que nunca tuvo visos de ser nada más. Para ella. Gestos de cariño se van sucediendo entre ‘dos iguales’ y que ‘se deben el mismo respeto’. La confusión se genera cuando uno no busca lo que el otro, cuando ambas intenciones se ven encontradas rabiando una la ausencia de la otra.

Ella se siente engañada y le cuesta distinguir si los méritos que él vanagloriaba se deben realmente a su esfuerzo y no a las intenciones que se enmascaraban detrás de las sonrisas y las inofensivas caricias. La mayoría de las veces esa situación se resuelve de manera incómoda, zanjando una relación que no tenía por qué haber muerto, si el entendimiento y la comprensión hubieran nacido entre ambos. Otras, el problema es más grande cuando una de las partes no logra entender lo que ha pasado. Es cuando aparece el acoso enmascarado de un millón de formas.

Quizá él no sea el culpable de su propio comportamiento socialmente aceptado. Quizá él ni entendía por qué la despreciaba cuando ella simplemente se había negado a compartir su cama. Quizá incluso estarán los que digan que ella dio pie a esa situación, que incluso le convenía y que no está exenta de lo malo que ahora le ocurre, que es su justo castigo. Es entonces cuando comienza el acoso. No solo de él, lo que es incluso peor: del entorno.

Se insta a la mala praxis de ella por no haber dejado claro desde un principio un no claro ante una pregunta que ‘se da por hecha’ en el aire. E incluso algunas veces este desacuerdo se destapa con la muerte. ¿Qué ha pasado entonces?

Es sencillo. Ella le creyó como un igual. No sabía que tenía que aprender a leer entre líneas. A encontrar la sonrisa desafiante de aquel que quiere algo más. A no saber que quien se haya en una situación de superioridad puede ejercer la fuerza psicológica de mil maneras diferentes. Simplemente porque pensó que jugaban el mismo partido y que no había rival. De igual a igual.

Pero aprende. Es lo bueno que tiene el ser humano: que aprende de todo y de todas las situaciones. Aunque ese día llega a casa y llora su culpa. La estupidez de no darse cuenta de algo que era obvio para todo el mundo menos para ella. Mientras, los años la vuelven desconfiada, desafiante y más dura. Cuando siempre le había gustado la gente, estas situaciones hacen que la deteste y encima ni siquiera entienda por qué. Por qué cuando le miran el escote le produce repulsión, por qué cuando un compañero la toca por la espalda sin ninguna maldad, brinca como un resorte, por qué hace mucho tiempo que no tiene ganas de acostarse con el gentil hombre que eligió como compañero de vida. Por qué las mujeres que se denigran entre ellas le parecen tan estúpidas como un día de lluvia y por qué la vida juega una partida contra ella.

¿Somos feministas si encontramos aquí una realidad? ¿Somos menos hombres por aceptar que esto sucede todos los días? No, somos simplemente realistas.

Y para ello no se necesita una corriente que enaltezca más el odio entre seres que son iguales. Un feminismo que aleje a las mujeres más de los hombres incidiendo en lo crueles que son ellos y en la presión que ellas soportan. Es cierto que visibilizar el asunto es ya un comienzo, pero eso no justifica el resto.

No justifica que ahora tiranicemos al hombre resurgiendo las ‘nuevas mujeres’ como seres por encima del bien y del mal que sabemos lo que les conviene. El machismo existe, sí: la sociedad en la que vivimos se instaura en sus bases. Pero si comenzamos una guerra entre iguales acabaremos matando todo lo que nos une. Aquí no hay partidos, no hay jugadores, ni colores que nos distingan. El hembrismo o el feminazismo como lo llaman para reírse de una corriente que destapa la realidad que atormenta cada día a millones de mujeres acaba siendo contraproducente. Nos acaba separando de un mismo objetivo o, mejor dicho, del objetivo común.

De que un padre acepte que su hijo luche por las mujeres a través de la igualdad y no de un partido. De un hombre que aprenda a controlar el instinto y valorar a quien tiene delante. De una mujer que no critique a otra cuando decide alternar con varios hombres y no atarse a nadie. De la decisión propia de vivir la vida como cada uno decida pero sin hacer daño al resto. Esa es nuestra prioridad, cambiar las bases para que la mujer sea libre y deje de tener que leer entre líneas. Libre de sonreír a alguien y que no tenga que pensar si le dio pie a segundas intenciones. De que ella pueda vivir la vida a su manera sin tener que dar explicaciones. De que los partidos políticos no dirijan nuestro pensamiento y mucho menos nuestras elecciones. De que no hay corriente que nos ate.

Nos impusieron las desigualdades, pero es ahora cuando hombres y mujeres deben romper las cadenas. Sin corrientes, ni ataduras que sujeten lo que pensamos. Sin feminismos, sin incoherencias y con la igualdad en la mano.