En el MNA terminamos el 2016 haciendo un viaje a la infancia con el ciclo de actividades Cuando éramos niñ@s y de la mano de las imágenes del fotógrafo asturiano Valentín Vega, que podrán verse en el museo hasta la antesala de la primavera del año que viene.

Se trata de una exposición organizada junto con el Museo del Pueblo de Asturias, que alberga una rica colección de fotografías que permite mostrar la vida en sus múltiples facetas, y entre cuyos fondos se encuentran los archivos fotográficos de Valentín Vega (1912-1997), un fotógrafo que realizó un impresionante trabajo de calle y que trabajó en la cuenca minera asturiana entre 1941 y 1951. En esta exposición se muestra concretamente una selección de su trabajo centrado en imágenes de infancia, a las que acompañarán otras de distinta temática.

Con esta exposición se repite la fructífera colaboración entre el Museo Nacional de Antropología y el Museo del Pueblo de Asturias, que tuvo una primera etapa con las imágenes del siglo XIX realizadas por Baltasar Cue.

En 1941 España acababa de salir de una guerra civil y Valentín Vega de la cárcel, donde estuvo preso tres años por su militancia en un partido de izquierdas. No tenía trabajo y decidió dedicarse a la fotografía ambulante, siguiendo el ejemplo de sus tres hermanos que ya ejercían este oficio. Vivía por entonces en Gijón y se trasladaba casi todos los días a pueblos y villas de la cuenca minera del Nalón. Iba en bicicleta o en tren.

Utilizaba una cámara tipo Leica y revelaba sus negativos en el estudio de un hermano en Gijón. Así, hasta 1951 en que se instala en un pueblo de esa cuenca, El Entrego, y abandona la fotografía de calle. De ese periodo nos quedan setenta y seis mil negativos de 35 mm, que conserva el Museo del Pueblo de Asturias.

A lo largo de esos diez años retrató la vida entera de aquella población en la calle, en el trabajo, en el mercado, en bares y tiendas, en celebraciones de todo tipo, en la escuela y en los cementerios, de la cuna a la tumba. Con carácter general en las fotografías de Valentín Vega encontramos mayoritariamente escenas tomadas en el exterior, en las que el trabajo duro se combina con un ocio en el que el pasear aparece como fundamental. La división de género, los grupos y la realidad social y política del momento -con muchas imágenes de trabajo infantil- aparecen y reaparecen en sus instantáneas a través de una intervención que sabe sacar un gesto alegre a las personas que retrata. Son personas “normales”, de clase media o baja, y muy alejadas de la seriedad que transmiten las imágenes de la burguesía fotografiada en el siglo anterior.

Durante la postguerra abundaron los fotógrafos porque la gente no tenía cámara fotográfica y la demanda de retratos era muy grande. Había dos clases: los minuteros, con cámaras fijas colocadas en parques, plazas o vías de mucho tránsito, y los fotógrafos de calle, que empleaban cámaras pequeñas de rollo de negativos de 35 mm, que iban en busca de la clientela y asistían a fiestas, mercados, bodas y a cualquier lugar al que se les llamase. Estos últimos estaban sujetos a un estricto control gubernativo porque podían fotografiar asuntos que no gustaban al nuevo régimen político salido de la guerra civil. Todos necesitaban un carné para poder ejercer la profesión. Esta actividad fue la que le permitió a Vega ganarse la vida, y para ello tuvo que hacer miles de fotografías convencionales.

Pero nunca fue un fotógrafo convencional. Conocía desde niño los fundamentos del arte de la fotografía, de «aquella irrepetible luz», pues su padre y abuelo eran grandes aficionados y su padrino de bautismo fue un relevante fotógrafo profesional, Manuel García Alonso. Vega se reclamaba heredero de una tradición humanista de la fotografía, la de los antiguos profesionales que hacían de la técnica un vehículo expresivo de su concepto de la belleza. Su identificación con la fotografía, así como con la gente que fotografiaba, fue tan grande, que muchos le llamaban «Foto Vega».

La calle era el espacio natural de la infancia en aquella década de postguerra. Era el lugar de reunión, de juego y también de trabajo de los niños. En las calles, solos o con adultos, aparecen en las fotografías numerosos niños. A veces son los protagonistas de la imagen, otras aparecen como fondo. En las fotografías de Vega salen niños trabajando en la mina, la construcción, las tejeras, el transporte...

Niños que parecen hombres, vestidos como adultos y posando orgullosos de su papel en el mundo laboral, a menudo junto a los mayores. Las niñas también entraban en este mundo, cosiendo y trabajando en las tejeras, en el campo o en la mina. Infancias duras, a cuyos protagonistas Valentín Vega supo ofrecerles una fugaz alegría con su cámara fotográfica.

Los vencedores de la guerra civil quisieron construir una sociedad uniforme, sumisa y silenciosa. Pero las personas tenían otros objetivos vitales y las imágenes de Valentín Vega así lo reflejan. El amargo recuerdo de la guerra, las privaciones cotidianas y la carencia de expectativas estimularon el ansia por vivir y divertirse.

Las fotografías de Vega muestran todo el repertorio de ámbitos de la vida cotidiana. En ellas la alegría de vivir desborda las estrecheces de una década difícil, marcada por la escasez y el trabajo duro. Vega captó estos rasgos, casi siempre humanizados, personalizados, con tanta belleza y sensibilidad que lo conseguido no pudo deberse a la casualidad.

Los retratos de Valentín Vega son un testimonio bastante fiel de aquel tiempo. No se esconde a casi nadie y en ellos aparecen los mendigos, los músicos ambulantes, los trabajadores, los novios, los vendedores callejeros, los adolescentes, los guardiaciviles y militares, etc. Toda la gente que bullía en unos pueblos que son una muestra representativa de la sociedad española de aquel tiempo.