Hoy en día nadie te garantiza que terminando una carrera profesional consigas trabajo. Lejos quedan aquellos años en los que nada más terminar los estudios, un buen puesto te estaba esperando, con la seguridad y estabilidad que ello conlleva. Todo se retrasa en la línea del tiempo. Los jóvenes consiguen trabajo y forman familias más tarde que generaciones anteriores sin escuchar la presión exterior.

Ya no nos sorprende que alguien de 30 años no tenga pareja ni hijos, ni tenga trabajo estable. Al contrario, sorprende cuando alguien de nuestro alrededor tiene un contrato fijo y un empleo seguro. La filosofía y la forma de vivir de este siglo nos ha obligado a modificar la mentalidad y hacer planes a corto plazo. Vivir el presente mientras que el futuro se convierte en un camino todavía por construir en la misma imaginación.

Esta situación podríamos extrapolarla a muchos otros países, ya que ha habido una evolución general de una generación a otra con la introducción de nuevas modas, tecnología, libertades y derechos que antes no existían ni se respetaban. Y qué decir de la diferencia con la generación de nuestros abuelos que vivieron guerras y hambrunas...

Pero centrándonos en esta generación, vemos que comparando España con otros países europeos como Alemania, Holanda, Francia, Suiza, Suecia, Finlandia, Reino Unido, Dinamarca o Noruega, a nuestros jóvenes les resulta más difícil encontrar trabajo finalizados los estudios. El problema es, que además de un sistema político incompetente y corrupto, no hay recursos suficientes y se infravalora la capacidad de las nuevas generaciones. A lo que hay que sumar un mal muy extendido en España: la explotación del becario como mano de obra precaria. Algo que las empresas utilizan con prácticas abusivas sin que desde arriba se haga nada.

¿Por qué los alumnos tienen en Suiza trabajo al licenciarse y no en España? Hay que hacer una autocrítica hacia esta situación para ver cómo podemos parar el constante flujo de salida de nuestros jóvenes. Los datos de este año indican que la salida de españoles al extranjero ha aumentado un 56% desde el inicio de la crisis. En constante crecimiento, esta cifra ha ascendido a 2,3 millones de españoles fuera de nuestras fronteras (según el INE), la más alta desde que hay registros. De hecho, entre los años 2008 y 2015, el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero ha crecido en 833.339 personas. Y ha habido un aumento de 121.987 personas respecto a los datos de hace un año.

Aunque cabe decir que la mayoría de esos 2,3 millones de españoles (el 59,5%) son personas de origen inmigrante y descendientes de españoles que consiguieron la nacionalidad gracias a la Ley de Nietos. Las estadísticas informan de que los españoles nacidos en España que viven en el extranjero representan el 33,3%. Es decir un total de 766.996 personas, una cifra que ha crecido considerablemente, ya que en 2008 eran 633.750.

Donde se ha visto cifras de récord ha sido respecto a las nuevas inscripciones en el extranjero de los nacidos en España, que ha crecido un 20%. En 2015 ha habido 70.135, casi un 20% más que el año anterior y el doble que en 2008.

Por todo ello, haciendo una reflexión al respecto, es una pena que cada año miles de chicas y chicos crucen nuestras fronteras con carreras y mucho esfuerzo y dinero invertido, para trabajar en oficios que nada tienen que ver con su formación y vocación. Llenos de energía, con la ilusión de vivir nuevas experiencias e insatisfechos de las pocas oportunidades en su tierra, se alejan de sus familias. Unas veces por necesidad y otras por frustración, quemados de este sistema político y esta crisis que ya casi es un modelo de vida, se suben a un avión con la esperanza de que en otro lugar sí los dejen trabajar en lo que tanto soñaron desde pequeños.

Esta historia podría ser la de muchos de nosotros. Yo creo que todo aprendizaje y experiencia es buena. Vivir fuera te enseña mucho, igual que la soledad experimentada a tu llegada, haciendo que conozcas partes de ti antes desconocidas. Pero también es importante escucharse una misma y saber cuando decir un hasta luego. Es decir si el trabajo que desempeñas y te permite mantenerte te satisface y te compensa perfecto. Pero si no, hay miles de oportunidades en muchos otros lugares que te están esperando. El mundo es muy grande para quedarse con lo primero que llega.