La gran mayoría de la gente desconoce quién era William Stanley Jevons. Basta saber que fue un hombre que nos presentó una gran paradoja de lo que en realidad significa “progreso tecnológico”, hace 150 años. La cuestión vino a mi mente cuando hace pocos días estaba ordenando mi departamento, una asquerosidad – en términos de desorden- cuya manifestación más evidente es que resultaría muy complicado no encontrar menos de 5 gadgets o artilugios tecnológicos, que en realidad muchas veces ni siquiera utilizo (y es casi igual en los hogares de casi todos nuestros conciudadanos, incluidas las llamadas clases bajas).

En 1865 William S. Jevons publica La Cuestión del Carbón, un libro en que el autor nota cómo la introducción de cambio tecnológico, que reduce el uso de carbón en la operación de máquinas a vapor, terminó produciendo un incremento global en su consumo. El tema de fondo es qué hacemos cuando se abarata un insumo o cuando resulta más eficiente: frente a una baja en el precio, el incremento en el uso es tentador, por supuesto, y este efecto puede más que compensar el cambio tecnológico inicial. El resultado final depende de la demanda a los cambios en el precio, es decir, de la elasticidad de los factores de producción de acuerdo a varios conceptos económicos, que desconozco totalmente. En realidad, la paradoja de Jevons no es una verdad lógica irrefutable. Es una posibilidad. Pero muy, muy probable.

En esencia:

Si Ef > Ei entonces Cf < Ci, pero Ci * Ei * Ni << Cf * Ef * Nf

  • E: es la eficiencia del consumo
  • N: es el número de consumidores
  • C: El consumo instantáneo
  • i: indica el estado inicial, f el estado final.

En otras palabras, la idea de que la eficiencia es la solución para nuestros problemas de consumo es de dudosa validez. La única forma de disminuir el aumento del consumo sería achicando la economía, es decir, dejando de crecer. Otra manera es interviniendo directamente en el mercado para regular el consumo, con impuestos, por ejemplo. De nuevo, cuestiones que desconozco totalmente.

Sin embargo, podemos efectuar un símil de la paradoja en la manipulación de la información: a mayor eficiencia en el manejo de la información, mayor demanda para procesar información, y mayor generación de nueva información, que requiere ser procesada. Irónicamente las computadoras en vez de aliviarnos el trabajo terminan haciéndonos trabajar más.

En todos los lugares donde he trabajado, hay por lo menos 10.000 computadoras. Hoy todo el mundo tiene, al menos una. El consumo de energía por concepto de informatización y apoyo a las labores administrativas aumentó en dos o tres órdenes de magnitud, en todos estos lugares.

Tal vez lo peor y más significativo de la paradoja que expuse brevemente no sea eso, sino la profusión de artilugios justamente, con los que nos hemos ido esclavizando en todas partes, ya sea la oficina o el hogar. En casa, para cuatro personas disponemos de cuatro carros, cuatro televisiones, seis laptops, cuatro smartphones, cuatro módems y más gadgets de los que podríamos usar con ambas manos simultáneamente, en promedio.

Una panorámica bastante convencional de un hogar occidental. Y eso que muchos somos de una familia de clase media, o sea tirándole a la mediana estadística nacional.

Para las generaciones que hemos vivido la expansión de la economía basada en el consumo, todo esto resulta de lo más natural hasta que nos damos cuenta, si es que llegamos a ello tras un arduo proceso de reflexión, que lo único que hacemos es consumir porque:

a) Nos han inducido a ello de todas las formas posibles

b) Consumimos porque está dicho así, es parte de nuestra propia subsistencia social y quien ose desmarcarse, suele estar recluido o aislado.

Tomando otro ejemplo terrorífico, situémonos solamente en la tecnología de las comunicaciones móviles: el incremento de smartphones introducido por Apple, Samsung y otros muchos fabricantes ha derivado en un abaratamiento de los costos de producción y venta de unidades, pero en términos de balance medioambiental y de recursos, está resultando un desastre para el planeta, si lo entendemos como un ecosistema global.

Compramos móviles cada vez más sofisticados y cada vez más baratos (como antes sucedió con las computadoras personales), pero el impacto de esas mejoras sobre el mundo deja mucho que desear en términos de sostenibilidad, pues cada vez hay miles de millones de teléfonos móviles que requieren ingentes cantidades de materiales no precisamente abundantes (como el coltán, que es un problema gravísimo en el Congo, y que cada año se traduce en miles de muertes de niños esclavos que son obligados a trabajar en las minas, en condiciones infrahumanas) y que después, vista su escasa duración, están generando una enorme montaña de basura tecnológica.

Valga la reflexión sobre aquel viejo teléfono de tabique, que duraba toda la vida, de nuestros abuelos e incluso de nuestros padres, mientras que la vida media de un smartphone actual es de alrededor de un año.

Nos hacen la vida más cómoda, pero al precio de que las generaciones futuras las pasarán muy mal por nuestras desavenencias consumistas sin demasiado sentido.

Estamos dejando que la marea del consumismo crezca y crezca, y acabará arrasando nuestras playas del supuesto confort y el falso desarrollo.

Al final, en muy pocos años sabremos si la maldición de la paradoja de Jevons nos obliga a dejar de ser consumistas de la noche a la mañana. Para dejarlo claro, ahora mismo estamos en el círculo de aquellos para quienes deberíamos “vivir a lo grande ahora y dejar que el futuro se ocupe de sí mismo”.

La única respuesta real para la humanidad (incluyendo generaciones futuras) y la Tierra como un todo, es alterar las relaciones sociales de producción, para crear un sistema en el que la eficiencia ya no sea una maldición, un mejor sistema en el que la igualdad, el desarrollo humano, comunitario y la sustentabilidad sean las principales metas. Pero absolutamente todo el mundo al mismo tiempo; de otra forma intentarlo, de acuerdo al señor Jevons, será francamente inservible.