Imaginemos por un momento la siguiente escena: un cuarto de hotel, una niña de 13 años y un hombre de 40 y muchos... reprobable, ¿no? Pues eso le pasa todos los días a no menos de 20.000 menores en México... y obviamente es gracias a 20.000 clientes que pagan por tener relaciones con un menor de edad.

En este ámbito participan tres elementos, la víctima o prostituta, el proxeneta o padrote y el mecenas que pone a trabajar a ambos: el cliente, cuyo definición más exacta que acabo de leer es: victimizante.

Si bien es necesario diferenciar bien el negocio de la prostitución del delito de trata de personas con fines de explotación sexual y, más aberrante aún, del estupro, el simple hecho de sostener relaciones sexuales con menores de edad, haya dinero de por medio o no, ya es bastante alevoso. El factor clave para que se den los tres escenarios es el poder que otorga el dinero para sostener este vínculo mercantil con un trasfondo de poder y desigualdad.

A lo largo de la historia se ha estigmatizado hasta el cansancio a la víctima o prostituta, y tan sólo de un tiempo para acá, al proxeneta, pero el papel del cliente se ha mantenido inmune de toda crítica y mención, siendo que su presencia en este mercado es el factor determinante que se encarga de poner las condiciones de oferta y demanda y no lo exime de tener un papel delictivo.

Es importante deslindar a la prostitución de esta definición, ya que, en teoría, la persona que ejerce la prostitución lo hace por su propia decisión y puede, desde esta circunstancia de poder, negociar con el cliente un buen intercambio y fijar un precio justo.

Más en el caso de las trata de personas, y en específico, de menores, el cliente sí debería ser penalizado por propiciar este mercado que daña profundamente a la sociedad en conjunto.

En Francia, el sociólogo Said Boumama, identificó cinco tipos de clientes: el que acude por la abstinencia sexual y soledad afectiva, el “misógino” que teme, odia o desconfía de las mujeres, el “consumidor de mercancías” que va porque sus relaciones de pareja no lo satisfacen completamente, el que busca satisfacción sexual sin compromiso emocional, y el “adicto al sexo” que busca encuentros fáciles e inmediatos. vulnerabilidad social y dominación masculina.

Respecto a su perfil, es alarmante pensar que son hombre "normales" de acuerdo a los estándares culturales. Un estudio realizado a clientes en el área de la Merced, en la ciudad de México, que sería como un prostíbulo gigante ambulante que está a la vista de todos, arroja que la mayoría son casados y tienen alrededor de 40 años. Y al entrevistarlos, describen una percepción generalizada de que las mujeres y niñas que se prostituyen lo hacen por elección, porque es una opción "fácil", de que no son obligadas pues "pueden echarse a correr o tomar un taxi", de que ELLAS DEBERÍAN pensar más en las enfermedades a las que se arriesgan, y de que ellos sencillamente las usan y así ellas pueden tener dinero para cubrir sus necesidades.

Es apabullante el nivel de falta de responsabilidad en el negocio por parte de los clientes. Es impresionante que todos sabemos a qué horas y en qué calles están las niñas, incluso las vemos, pero ello ha pasado a ser un elemento más de fondo, a pesar de que evidentemente constituye un crimen.

Para poder analizar bien este delito es necesario incluir a todos los que hacen posible su existencia y hay que equilibrar las responsabilidades: sin clientes no hay trata. Es necesario abrir nuevos enfoques de masculinidad en la que el cliente sea ético y no use los servicios de menores o de mujeres que evidentemente se encuentran en situación de trata.

Viendo los testimonios de una sobreviviente de trata mexicana, la admirable Karla Jacinto, me quedo pensando en los monstruos normales que deambulan por la ciudad. No exagero al poner en tela de juicio como algunos de los miles de clientes que la violaron, porque hay que llamar a los actos por su nombre, no repararon en que era una niña que estaba llorando, lo que hacía evidente que no estaba ahí por elección, ni mucho menos por facilidad, peor aún los que no tuvieron el más mínimo sentimiento al sostener relaciones con una niña embarazada...

Sólo me resta mencionar una frase que se me viene a la mente con esta circunstancia real y actual que nos aqueja a todos:

Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
(Nietzsche)

Video con testimonio de Karla: