Durante el mes de marzo se generó una controversia en los Estados Unidos pues se difundió en las redes sociales una imagen junto a la etiqueta #missingdcgirls, en donde se afirmaba que 14 chicas afroamericanas habían desaparecido en la capital del país en un solo día. La noticia según la policía es falsa, afirman que no ha habido un aumento en las desapariciones de personas y, en el caso de menores de edad, el número de desaparecidos se ha mantenido estable durante los últimos años. Empero, con independencia de la veracidad de estas afirmaciones, la realidad es que esta polémica colocó nuevamente en la palestra un tema que históricamente ha afectado y continúa afectando a la población afroamericana, y que a nadie parece preocupar.

Aunque se quiera obviar, este sin dudas es también un problema transversalizado por la racialidad. De acuerdo con las estadísticas de criminalidad del FBI para el año 2014, de 635.155 personas desaparecidas, un total de 217.684 son afroamericanos, es decir, el 34% de los desaparecidos, cifra que resulta alarmante cuando los afroamericanos constituyen solo el 13% de la población total de los Estados Unidos; mientras que la Black and Missing Foundation revela que 64.000 mujeres y niñas negras desaparecieron en todo el país durante el 2014. Por su parte, para el año 2016, según datos del FBI, se contabiliza que, de un total de 647.435 personas desaparecidas en todo el país, el 36,7% son afroamericanos menores de 17 años, y un 26,4% afroamericanos mayores de 18 años.

Pero pese a la magnitud de esta problemática es posible evidenciar significativas desigualdades en el abordaje cuando esta situación ocurre. En primer lugar, el manejo de los medios de comunicación, cuando desaparece una niña o mujer blanca los medios son saturados de información, entrevistas a familiares, amigos, allegados, compañeros de estudio y de trabajo, programas especiales, seguimiento de las búsquedas y pistas, cobertura que puede prolongarse durante meses. A este fenómeno la periodista Gwen Ifill le denominó “missing white woman síndrome” (síndrome de la mujer blanca desaparecida), el cual supone que las niñas y mujeres blancas de clase media-alta reciben una cantidad desproporcionada de la cobertura de prensa en comparación con las mujeres y las niñas negras, los pobres y los hombres.

Además de ello, cuando una niña o mujer blanca desaparece, la colectividad se involucra, se realizan vigilias, actividades de recolección de fondos y búsquedas organizadas por la comunidad (a las que incluso se suman voluntarios influenciados por el conmovedor tratamiento de los medios aunque no conocieran a la víctima). Ante la desaparición de niñas y mujeres afroamericanas los medios nacionales y de gran audiencia dan poca cobertura (si es que la dan), la mayoría nunca son denunciadas o visibilizadas. La ausencia de niñas y mujeres racializadas pasa desapercibida, es apenas reseñada por medios locales o aquellos dirigidos al público afroamericano; escenario ante el cual la misma comunidad y las organizaciones no gubernamentales de afroamericanos se ven obligados a iniciar campañas de divulgación en internet, impresión de fotografías, distribución de volantes en las calles, entre otras iniciativas que permitan hallar a quienes han desaparecido ante la indiferencia racista.

El segundo aspecto a considerar es el abordaje de la policía, los procesos de investigación y búsqueda de niñas y mujeres blancas pueden extenderse por meses e incluso años, mientras que las pesquisas dirigidas a niñas y mujeres afroamericanas pueden durar solo días y semanas; con frecuencia se desestiman y cierran los casos, imperando la impunidad contra los delitos cometidos contra esta población. Así mismo, los cuerpos policiales con frecuencia se niegan a generar una alerta ámbar ante la desaparición de los afroamericanos, arguyendo en la mayoría de las oportunidades que los casos no cumplen con los criterios para su activación. Entre los criterios para la activación de una alerta ámbar destacan:

  • La policía tiene suficientes razones para considerar que ha ocurrido un secuestro.
  • La agencia de policía cree que la víctima está en peligro inminente de lesiones corporales graves o la muerte.
  • Existe suficiente información descriptiva sobre la víctima y el secuestro que pueda ayudar en la recuperación.
  • El secuestro es de un niño de 17 años o menos, aunque excepcionalmente se puede activar en victimas de más edad.

En tercer lugar, el elemento que contribuye a la desatención e impunidad ante estos casos son los argumentos esgrimidos. Cuando una niña o mujer blanca desaparece sin ninguna duda se afirma que fue secuestrada, es una víctima; cuando una niña o mujer afroamericana desaparece se dice que escapó, es responsable, la situación es asumida como una consecuencia de sus acciones y decisiones. Es decir, cuando una niña o mujer blanca desaparece es problema de todos, cuando lo hace una niña o mujer negra es culpa suya.

Chanel Dickerson, del departamento de policía del distrito ha dicho que un gran porcentaje de adolescentes que faltan están abandonando sus hogares voluntariamente. Así mismo, Kevin Harris, portavoz de la alcaldesa del Distrito de Columbia –refiriéndose a la desaparición de niñas y adolescentes afroamericanas- afirmó que: “muchas veces estas chicas son fugitivas”.

La alcaldesa Muriel Bowser pese a ser afroamericana legitima el discurso de invisibilización de las desigualdades y la racialización asegurando que: “cuando los jóvenes huyen de sus hogares, por lo general se quedan con alguien que conocen y duermen en un sofá”. Sin embargo, ante la polémica generada se comprometió a implementar iniciativas dirigidas a “localizar a los jóvenes que han sido reportados como desaparecidos, proveer recursos para abordar mejor los problemas que hacen que los jóvenes huyan de sus hogares, y apoyar a los jóvenes que puede estar considerando salir de casa”.

No obstante, el abordaje y las posibles soluciones siguen siendo periféricas, pues nadie quiere hablar de las desigualdades sociales y raciales inherentes a este fenómeno. La falta de atención e interés de las autoridades policiales, el sistema de justicia y los medios de comunicación respecto a la desaparición de niñas y mujeres afroamericanas continúa favoreciendo su revictimización y creando las condiciones para que se conviertan en objeto de depredadores sexuales, secuestradores, así como, de redes de trata y prostitución ante los altos niveles de impunidad cuando de afroamericanos se trata.