Emmanuel Macron, un liberal de centro, defensor a ultranza de la Unión Europea. Marine Le Pen, de extrema derecha, firme defensora de un programa antieuropeísta que facilite el pasaporte sin derecho a vuelta a todos los inmigrantes.

Ella, una vieja conocida de la política francesa, la aspirante incansable a ser la primera mujer que ocupe el Elíseo. Su idea de Francia no pasa por la Europa unida y comprometida, lo ha llamado Frexit. Salir del euro, restaurar la soberanía nacional, cerrar fronteras… ese es el absolutismo ultranacionalista de Le Pen.

La campaña para elegir al presidente de la V República se ha convertido en la presentación oficial al mundo de Emmanuel Macron y su cuasi partido ¡En Marche! El candidato ya es presidente, la tabla de salvación de gran parte del electorado para evitar que la líder del Frente Nacional ocupase la silla presidencial.

Para muchos franceses, Macron carece de la sabiduría política sustancial y necesaria que el país reclama para acometer los profundos problemas económicos y sociales que atraviesa. Dicho de otra forma, aún siendo la alternativa a Le Pen, el sentimiento general declarado por muchos franceses ha sido la falta de ilusión por encarar unas elecciones tan polarizadas. Socialistas y republicanos, los partidos tradicionales que han gobernado Francia durante décadas, cayeron de forma humillante en la primera ronda electoral.

El candidato de ¡En Marche!, ha rozado casi los 20,75 millones de votos, frente a los más de 10,64 millones de papeletas logradas por Le Pen. La abstención, la más alta desde el año que pisamos la luna, ha sido de más del 25%.

La crisis de los partidos tradicionales es la primera lectura de las elecciones francesas, lectura extensible, en mayor o menor medida, a otros países en Europa. Los ciudadanos están desencantados, los candidatos pueden ser jóvenes y sin experiencia, incluso de ultraderecha o de ultraizquierda, pero lo que no pueden ser es lo de siempre.

Emmanuel Macron ya es el jefe de Estado de la V República y puede frenar la marea antiglobalización, los movimientos vecinos del brexit y, allende los mares, a Donald Trump… pero la derrotada Marine Le Pen se ha tragado sin hipo casi el 35% del favor del electorado y eso demuestra que el filete político de la ultraderecha no es pequeño.

Los franceses saben que Macron se enfrenta al desempleo, la inseguridad y el extremismo. Y justamente esto, el extremismo, hace diferente al país galo, significa implícitamente hablar del terror yihadista. Aunque en Francia esté prohibido preguntarle a alguien la religión que profesa, sobrepasa los cinco millones de población islámica. Esto significa la tercera parte de todos los musulmanes de la Unión Europea. Son una minoría que sufre un desempleo desproporcionado y, por ende, provoca en Francia complejos problemas de integración.

El discurso del Frente Nacional de Le Pen, insiste en la supuesta incompatibilidad entre los valores nacionales y los del islam y, durante los últimos años, coincidiendo con los ataques en Francia, su popularidad ha ido en aumento. La extrema derecha en el poder, más allá de lo que Marine pueda calcular, radicalizaría a la sociedad y empujaría a muchos jóvenes musulmanes a engrosar las filas del Estado Islámico.

Le Pen no salvaría al pueblo francés de la inmigración islámica, todo lo contrario. El efecto bélico extremista internacional sería devastador. Francia aún interviene económica y militarmente para proteger sus intereses en sus antiguas colonias en África y Medio Oriente, que son justamente los países de origen de mucha de su población migrante.

Hay fuentes que demuestran la existencia de franceses entre los máximos líderes de Estado Islámico que incitan a sus seguidores para que gane la extrema derecha en Francia. Parece un sinsentido, ¿verdad? La respuesta se entiende a través de la teoría del politólogo: Gilles Kepel. Expone que el extremismo islámico pretende provocar el linchamiento de musulmanes, los ataques a mezquitas y las agresiones a mujeres con velo para provocar así una guerra entre sociedades que siembren la sangre en Europa.

Así que gobernar Francia, por su idiosincrasia histórica colonial y social, es gobernar el corazón del gran parte del islam a nivel europeo. Cualquier futuro presidente de la República no debe nunca cometer el error de compararse con el brexit del Reino Unido, ni con Estados Unidos. Porque, por muy malos que sean los inmigrantes para Trump y May, el extremismo está en casa de los franceses.

Macron no tiene ningún plan contra la amenaza de la yihad militante. Pero viendo lo que podría causar Marine Le Pen, suspiro de alivio. Hay que rechazar la identificación de los actos fanáticos con la religión musulmana. Hay que rechazar la exageración de la guerra contra el islam. Pero lo que no pueden rechazar los franceses es su realidad, su mundo está dividido entre la religión, la integración y el sentimiento de nación.

¿Entiende Macron la verdadera naturaleza de la guerra a la que se enfrenta?