Un par de muy apreciados amigos creyeron oportuno hacerme llegar una entrevista a Michael Löwy. Confieso que hasta ese momento ignoraba la existencia de este «connotado sociólogo y filosofo marxista». Tal vez por lo de ‘sociólogo’, probablemente por lo de ‘filósofo’, y muy seguramente por lo de ‘marxista’.

Quienes se presentan, o son presentados, por títulos ganados u obtenidos anda a saber cómo, con la esperanza de que el blasón les otorgue la credibilidad que de otro modo no merecen, me la sudan. Mi amigo Jean-Marie Trillard (QEPD), sacerdote jesuita que abandonó la Iglesia, colgó los hábitos y se transformó en un brillante formador de inteligencias, me dijo a mi paso por la escuela de ingenieros en la que él era director: «Muchos alumnos creen que el nombre de la Escuela les dará la reputación que les falta. Es al revés: son Uds. los que deben darnos el lustre que necesitamos».

Por otra parte, en alguna ídem Karl Marx escribió: «El discurso filosófico es una de las formas más viciosas, incluso patológicas, de la alienación humana». De ahí a declararse ‘filósofo marxista’…

En todo caso, Löwy toca un tema candente, el desastre ecológico, sobre el cual advierte: «Es un tren suicida que avanza, con una rapidez creciente, hacia un abismo». No hay nada que agregarle: esas palabras resumen la situación con una bienvenida crudeza.

Que el Prometeo de Tréveris me perdone, el desarrollo del capitalismo y sus contradicciones no parece conducir hacia ningún comunismo liberador del Hombre, sino al fin de la especie. Bernard Maris hizo el responso fúnebre del Capital en su obra Marx, Oh Marx, ¿porqué me abandonaste?, cuya lectura inyecta una dosis fatal de lucidez analítica. Por eso le respondí a mis amigos:

«Lo cierto es que el planeta la está palmando. La "lucha de clases" será sustituida por la lucha por la supervivencia de la especie. Y ahí, como siempre, los que manejan la pasta se reservarán los últimos islotes vivibles de la Tierra, antes de extinguirse, ricos pero inviables en un mundo en el que la Naturaleza retomará las riendas, liberada del Hombre, esa especie parasitaria y malévola.

De algún modo esto conforta la voracidad de los ricos. Como decía la madre de Napoléon, Maria Letizia Ramolino, esposa Bonaparte, "con tal de que dure...". Y mientras dure, no cesarán de lucrar, aunque se reviente la madre que los parió. Vertiente pesimista del pensamiento progresista...»

Servidor alegó todo eso sin saber que Bruno Latour, filósofo y director científico de Sciences-Po de París, avanza una tesis similar. Latour dice que a principios de la década de los 1980, los «miembros más astutos de las clases dominantes» del mundo entero comprendieron que «la globalización no era sostenible ecológicamente». Son conscientes de que hoy en día todos hacen «como si fuese posible continuar modernizándose y que la Tierra pudiese soportarlo». También saben que «no hay más espacios ni recursos que correspondan a ese proyecto político. Necesitaríamos cinco o seis Tierras como la nuestra».

Sin embargo, no renuncian a seguir enriqueciéndose así desaparezca la especie humana. Como Letizia Bonaparte, solo aspiran a «que dure».

Por eso, dice Latour, lejos de renunciar a un modelo suicida, los privilegiados prefirieron «renunciar a la idea de un mundo común». Después de haber impuesto las políticas de desregulación «que terminaron en las desigualdades alucinantes de hoy», se preparan a vivir lejos de los pringaos, lejos del pobrerío, en zonas protegidas y remotas.

Los milmillonarios «compran tierras y construyen abrigos lujosos en los tres lugares que serán menos vulnerables al impacto de la transformación climática: Nueva Zelanda, Tierra del Fuego y la Kamchatka» (Canard Enchaîné, Novel Obs.).

Otros iluminados –oportunidad de negocio obliga– proponen construir ciudades flotantes en medio de los océanos, donde no hay ni Estados ni leyes, ni impuestos, ni inmigrados, ni pobres, para albergar a la elite que puede pagar por su propia seguridad y un aire respirable.

El Canard Enchaîné precisa que la primera Arca de Noé para millonarios será construida en Tahití, gracias a un acuerdo firmado por el ministro de la Vivienda francés Jean-Christophe Bouissou con el Seasteading Institute, una empresa de California. Tres plataformas de 2.500 m2 tendrán capacidad para albergar a 200 privilegiados.

Pero hay un detallito. El granito de arena que termina por estropearlo todo. Un estudio publicado hace unos días constata que las playas de la isla de Henderson, situada en medio del Océano Pacífico, a 5.000 kilómetros del continente más cercano, y que por lo tanto se esperaban libres de toda contaminación, tiene la densidad más elevada de desechos plásticos del mundo: 671,6 trozos por m2.

Ya comenté en su día que, dentro de un par de décadas, habrá en los océanos tantos kilos de peces como de desechos plásticos.

¿Y ahí? Mientras haya plata que ganar, lucro que acumular, beneficios que obtener, riqueza que acopiar… da igual. Les queda Elysium.