Desde finales de los años setenta inicié un trabajo investigativo que ha durado hasta el instante que escribo este comentario para Wall Street International. Resultados de este esfuerzo son los siguientes: el análisis crítico de la racionalidad totalitaria o paradigma del odio, la teoría de la historia como sistema de probabilidades y la teoría sobre la continuidad comunicativa conciencia-materia. En lo que sigue me concentro en presentar el perfil general de lo que denomino paradigma del odio.

Nota para una historia de los iluminados

Cuando la historia apenas despuntaba, algunos humanos se creyeron dueños del conocimiento, infalibles intérpretes de las conexiones causales que rigen toda forma de existencia y sintonizados con los destinos cósmicos, los alineamientos estelares, la voluntad de los dioses y los espíritus del agua, la tierra, el aire y el fuego. Se les llamó brujos, brujas, magos, magas, sacerdotes, sacerdotisas, hechiceros, hechiceras; y en la manada primitiva se adquirió la costumbre de ofrecerles rituales, pleitesías, adoración, sacrificios. Eran los primeros iluminados, misioneros de sí mismos que se presentaban como expresiones de la voluntad tribal. Desde entonces han pasado milenios y en cada época aparecen herederos de aquellas criaturas cuasi-divinas. En los días que corren se les ve idolatrando al Estado, a la raza, a la comunidad, a la patria, al mercado, a la religión, al dinero, a los sistemas financieros, y en todos los casos se les escucha decir, con persistente fanatismo, que son los únicos dueños de la verdad, y es desde esta pretensión de verdad absoluta y exclusiva que envuelven al planeta en odios expansivos. Odio a las mujeres, odio a los hombres, odio a los pobres, odio a los ricos, odio al que piensa distinto y al que vive su experiencia vital de otra manera, odio al pluralismo de creencias y a la diversidad de la experiencia y de intereses.

Los muchos rostros de la violencia

En Anatomía de la destructividad humana y en El miedo a la libertad, Erich Fromm intenta comprender el origen de lo que él denomina «agresividad maligna». Es muy conocido su estudio sobre el ascenso del nacionalsocialismo y la transformación de millones de ciudadanos y ciudadanas de Alemania en promotores de la superioridad racial, la dictadura política, el antisemitismo, el asesinato por razones ideológicas y la exclusión social. Casos más recientes como el genocidio de Ruanda y las torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, investigados por Philip Zimbardo en El efecto lucifer: el porqué de la maldad, refieren fenómenos semejantes a los estudiados por Fromm. Las dictaduras de seguridad nacional que asolaron Latinoamérica en los años sesenta y setenta, el gobierno militarista, represivo y autoritario iniciado en Chile luego del golpe de Estado de 1973, el asesinato de periodistas en varios países latinoamericanos y el ascenso del militarismo, del Estado policial, de la violación de los derechos humanos y de la represión camuflado en el llamado socialismo del siglo XXI, constituyen ejemplos de esa anatomía de la destructividad y del odio. Y si se leen los contenidos textuales de las redes sociales está claro que la violencia verbal en ellas expresada forma parte del mismo proceso de odio entre humanos.

¿En qué consiste el paradigma del odio?

¿Cómo explicar la presencia de un volumen tan gigantesco de violencia, odio y fanatismo? Existe un esquema mental que a lo largo de los siglos cambia sus formas de expresión, pero conserva inalterados sus contenidos básicos. Se disfraza de amor, de solidaridad, de justicia, de misericordia, de bondad en suma, pero desprecia a las personas y añora eliminar la diversidad y el pluralismo. ¿Qué enunciados configuran este esquema mental? Los siguientes:

  1. Existe un orden en la historia, la sociedad y el universo.

  2. Existe un conocimiento de ese orden.

  3. Existe una persona o un grupo de personas que posee ese conocimiento.

  4. Quienes son dueños de tal saber están legitimados para ser glorificados en el acto de dominar y asesinar a otros.

En la actualidad este esquema mental totalitario o paradigma del odio se expresa en:

  1. La pretensión de reducir la vida humana, y toda forma de vida, al intercambio monetario y mercantil.

  2. Los fundamentalismos religiosos presentes en todas las civilizaciones, para los cuales Dios vela en puñales y bombas, y protege a quienes dicen ser los misioneros de su infalible voluntad.

  3. Los extremismos políticos, de todos los signos ideológicos, que idolatran la fuerza, la violencia, la raza, el Estado y el mercado.

Desde la prehistoria, pasando por las guerras persas y las campañas de Alejandro Magno, los genocidios de Ruanda y del Congo, la I y la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y el conflicto global que se desarrolla en este momento, todo evidencia que esplendores y glorias se han levantado sobre una pila de cadáveres, víctimas de la maldad pura y simple.

Para quien desee transitar en los laberínticos senderos de la historia sin encarnar al odio, ni ser su cómplice, le es imprescindible sortear los macabros juegos de los infalibles dueños de la verdad, no importa cuáles sean sus ideologías, intereses y políticas. Abandonar los fanatismos, vivir sin odio es el estandarte de quienes trabajan por la paz.

La paz es una forma de vida sin odio ni fanatismo

Si bien la historia muestra la presencia del paradigma del odio, también prueba la acción de fuerzas creativas, pacíficas y constructivas, fundamentadas en la búsqueda del conocimiento, la sabiduría y el humanismo. Estas fuerzas se traducen en una mentalidad que contrasta las ideas con los hechos, verifica en la experiencia los contenidos de las teorías y cultiva la unidad en la diversidad a través de la pluralidad de experiencias y de intereses. Es una mentalidad sin dogmas, que busca conocimientos no creencias.

Es el humanismo y la ciencia los que permiten comprender que la paz no es un objetivo, una idea, un trofeo, no es una conquista territorial, económica o política, no es una negociación, una ideología, una religión, no es un partido político, una Iglesia, un Estado o un gobierno. La paz es una forma de vida sin odio ni fanatismo, un modo de ser y de estar que nace cuando nos liberamos de la enfermiza creencia de ser dueños de la verdad. Que en esta hora no nos absorba la burbuja de la inmediatez efímera y superficial. Trabajemos sin odio para que todas las formas del odio sean trascendidas.

Sin otra brújula que la libertad, sin otra meta que la verdad construida y descubierta en común, sin otra trama que el humanismo, levantémonos de la inercia, de la rutina, de la pasividad, del entretenimiento fatuo, para así vivenciar la alegría de la concordia en la diversidad de la experiencia. Aun en medio del terror vence la alegría de vivir, y esta alegría persevera en sí misma ¿Cómo avanzar en esta dirección? Enuncio una idea que es también una emoción (porqué la racionalidad es a un tiempo logos y emotividad, es logo-afectiva, logo-erótica), expresada en mi más reciente libro titulado Abandonar los fanatismos, vivir sin odio:

«La condición humana nos hermana en la misma raíz que es la libertad, y nos hace escuchar las voces que vienen del pasado, que se levantan en el presente y nos visitan desde el futuro, convocándonos a vivir de tal manera que los fanatismos y los odios sean imposibles».