Desde que se comenzara a aplicar el acuerdo nuclear entre Irán y las principales potencias occidentales, el pasado 16 de enero de 2016, no se habían producido muchas noticias al respecto, más allá de que las inspecciones se estaban realizando y se estaba cumpliendo los objetivos del tratado. No obstante, la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos podría afectar a un acuerdo que rechaza como ineficiente, y que podría estar bajo amenaza después del último movimiento del presidente estadounidense: a pesar de haber comprobado una vez más que Irán cumple lo acordado, ha anunciado nuevas sanciones a 18 individuos y entidades iraníes.

El pequeño gran camino recorrido

Desde la firma de ese tratado y su implementación hace más de un año y medio, el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA por sus siglas en inglés) ha podido demostrar en seis ocasiones que Irán ha cumplido las obligaciones detalladas en el acuerdo. Por su parte, la relajación de las sanciones impuestas en los últimos años por Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU por la carrera armamentística nuclear ha permitido a Irán recuperar niveles de producción petrolífera similares a antes de las sanciones, recuperar activos congelados y atraer inversión directa en el país, siendo la economía que más crece en la región.

Sin embargo, las nuevas sanciones pueden hacer que este espíritu de sintonía en cuanto al acuerdo esté en un momento de fragilidad.

Lo cierto es que las nuevas sanciones no van dirigidas hacia personas o entidades que hayan contribuido a la carrera armamentística nuclear, sino hacia entidades o individuos envueltos en actividades que incluyen desarrollo de misiles balísticos, adquisición de armamento y robo de software informático, pero, sobre todo, se enmarca en un apoyo reforzado del gobierno de Trump hacia Arabia Saudí e Israel, cuyo mayor rival en la región es Irán.

Como la propia declaración de las sanciones anuncia, «Estados Unidos sigue sumamente preocupada por las actividades de Irán en Oriente Medio que socavan la estabilidad regional, la seguridad y la prosperidad. Irán mantiene su apoyo a grupos terroristas como Hezbollah, Hamas y la Jihad Islamista Palestina que amenazan a Israel y la estabilidad en Oriente Medio. Irán ha mantenido su firme apoyo al régimen de Assad, a pesar de las atrocidades que ha cometido Assad sobre su propio pueblo»0.

Un socio difícil pero ineludible

Estas afirmaciones por parte de Estados Unidos son difíciles de negar, y ciertamente constituyen un problema en Oriente Medio, pero no son pocos los expertos y políticos como Javier Solana o el exembajador americano Christopher R. Hill, que han señalado que poner mayor presión sobre el régimen iraní, que comienza a salir de su aislacionismo, no parece la mejor manera de continuar en la senda del diálogo y la diplomacia para solucionar un conflicto de casi cuarenta años con un actor internacional complicado.

Es cierto que Irán actúa en la región utilizando diferentes conflictos para ganar peso en su particular batalla por la hegemonía en Oriente Medio frente a Arabia Saudí. Un conflicto que muchos apuntan a que gana en peso al ser, al mismo tiempo, una confrontación entre las ramas chiita (Irán) y suní (Arabia Saudí) por la hegemonía religiosa en el islam. Pero se puede decir lo mismo de Arabia Saudí, e incluso de Estados Unidos, que han sido demostrados benefactores de diversas organizaciones armadas en la región durante años. La hipocresía no es buena acompañante en unas negociaciones.

Pretender que en un año Irán cambie su percepción del mundo, además de su carrera nuclear, después de un camino de aislacionismo internacional desde la Revolución Islámica de 1979 es naíf y contraproducente. Cerrar la puerta de la cooperación, el diálogo y la diplomacia después de abrirla con tantos esfuerzos es sencillamente absurdo y con visos de ser catastrófico.

Como todo cambio, y más en política y en las relaciones internacionales, se necesita tiempo. El acuerdo es una base para impulsar una entrada de Irán en el orden internacional y, como todo acuerdo, es mejorable y deberá ampliarse a asuntos de adquisición armamentística, colaboración con grupos terroristas o acciones que induzcan a una mayor inestabilidad regional. Pero destruir el acuerdo no hará ningún favor a lograr eso en el futuro.

Además, existen bases para creer que Irán está siendo sincera en sus intenciones de salir del aislamiento y formar parte de la comunidad internacional. Para comenzar, las pasadas elecciones de hace dos meses volvieron a dar la confianza al reformista Hassan Rouhaní con una amplia mayoría, frente al conservador Ebrahim Raisí, que no estaba en contra del acuerdo nuclear, pero ofrecía una retórica más antiamericana que habría elevado las tensiones.

Pero si ese apoyo popular a reformar un régimen teocrático y anquilosado, con gran dependencia petrolífera, altos niveles de corrupción y falta de oportunidades laborales para los jóvenes no recibe un impulso desde fuera, podría involucionar. Por el momento, las voces de sectores más reaccionarios como la Guardia Revolucionaria o el Consejo de los Guardianes, reticentes a reformas y acercamientos a Occidente, son minoritarias y la sociedad iraní siempre se ha demostrado más aperturista que sus gobernantes.

Una continua avalancha de sanciones puede hacer que estas visiones antioccidentales sean compartidas cada vez por más población y que, finalmente, se abrace la profecía autocumplida de que Occidente odia a Irán y sólo Irán podrá salvarse a sí mismo.

Sin duda, que Trump tuitee, después del atentado del ISIS en Irán a principios de junio, que «Estados que patrocinan el terrorismo se arriesgan a ser víctimas del mal que promueven» siguen sin ayudar a una reconciliación histórica y fundamental.