En recientes fechas quedé desempleado. Al parecer, el tema laboral es algo que siempre llama a mis pensamientos y termina en letras que reflejan una debacle de reflexiones, propuestas y quejas, que a su vez resumen un desahogo que intenta retratar una situación: aquella que observo y, muchas veces, vivo en carne propia, cortesía del país en el que resido actualmente.

Antes de proseguir debo admitir algo importante; dado el ritmo al que se mueve el tiempo en la sociedad actual, el estar determinado tiempo sin llevar a cabo una tarea que reditúe cierta compensación económica es algo que muchos pueden calificar como un suicidio social.

Es por ello que en el momento en el que me encuentro desempleado, busco la forma de “salir del paso”; dicho de otra forma, busco volver a generar riqueza para de esa forma no convertirme en una rémora que se alimenta a costa de los demás económicamente hablando.

Cabe aclarar que el término “suicidio social” lo uso con todo el conocimiento, alevosía y ventaja del que soy capaz, ya que es crudamente cierto y parte también de la sabiduría popular; tanto así que la vox populi ha denominado que “sin dinero no baila el perro” como vox Dei; y hace una referencia perfecta a una escalera de consecuencias digna de George Lucas. Sin trabajo no hay dinero, sin dinero no hay salidas con amigos (o pareja), sin salidas con amigos (o pareja) empieza el sufrimiento.

Y todo lo anterior sin tomar en cuenta los gastos fijos que significan vivir en cualquier ciudad del mundo como lo son, renta, agua, luz, gas, teléfono, móvil, etc.

Habiendo contextualizado lo anterior, puedo adentrarme al tema que quiero tocar, el cual es tan simple y complicado como las pasiones humanas. Esto por la siguiente razón: podemos trabajar para ganar dinero, pero si verdaderamente nos apasiona algo, hasta gratis podemos hacerlo y no nos causa problema alguno.

Esto precisamente es algo que me ha pasado recientemente, hace poco entré a laborar a una tienda de ropa en la cual la marca no era el problema, la marca me encanta; tampoco lo eran los compañeros de trabajo, ya que con ellos me llevaba muy bien y ni que decir del concepto que tiene el dueño en cuanto hacia dónde quiere hacer caminar su empresa; y, por supuesto, que yo me sentía el rey del mundo porque más pronto que tarde iba a tener una tienda a mi cargo.

Lo único que no tomé en cuenta para el cambio de situación laboral fue que concretamente vender ropa no formaba parte de mis actividades favoritas, lo cual obviamente se vio reflejado en mi estado de animo, desempeño laboral y aspectos personales.

Por supuesto creo a estas alturas está por demás decir que no duré mucho trabajando en la tienda de ropa y no por las razones de la compañía que un poco más arriba enlisté, sino porque no era para mí, el trabajo.

Y así es como pienso enunciar a todo lo ancho y largo que si el lugar donde estás laborando en realidad no cumple con tus expectativas profesionales y personales, mejor ni acercarse a ese lugar y quedar tan bien como hasta ahora y todo por ceder ante las presiones que la vida diaria me requiere cubrir con un sueldo.

Es por esto que, a pesar que me gustaba el concepto de la tienda como cliente, eso no significó que también pudiera traslapar ese mismo sentimiento ya como empleado de la tienda y la empresa.

Fue ahí cuando me di cuenta que no era necesario que te gustara algo visitando como cliente: la experiencia es totalmente diferente una vez que estás dentro; y ello no significa que la magia se pierda, sino que simplemente, como he dicho arriba, hay cosas que son para ti y otras que no lo son tanto.

A fin de cuentas, todo depende de cómo sean tus preferencias laborales, pero eso sí, como consejo, si ya sabes qué es lo que te gusta hacer, sigue por ese camino y da siempre lo mejor de ti en cada cosa que hagas.