Que el hecho de contar historias precedió incluso a la literatura escrita, es un dato que todos conocemos. Nuestro cerebro de primates ordena el conocimiento en base a toda una maquinaria cognitiva basada en reconocer, recordar y contar dichas historias. Es nuestra forma de entender y expresar el mundo que nos rodea, del que no podemos separarnos. Lo intentamos condensar diariamente a través de los medios de comunicación – que nos explican qué pasa – cuyo contenido sustenta lo que se contará en los libros de texto en los que se formarán las siguientes generaciones. La Historia con mayúsculas.

En esta era globalizada y digitalizada siguen teniendo mucha vigencia dos definiciones de poder establecidas durante el Imperio romano: la auctoritas y la potestas. La primera define la legitimación social de una persona o grupo en base a un saber, conocimiento o capacidad superior al resto. La potestas hace referencia al simple ejercicio del poder, a que los demás hagan lo que uno dispone. Un concepto con el que en la actualidad tenemos una relación ambivalente de amor- odio. Quizá porque muchos se creen merecedores de él – con o sin méritos – y pocos son los agraciados a ese paraíso imaginado de gratificaciones, que no lo es tanto.

Puede que quizá debido a los horribles ejemplos de corrupción los ciudadanos estén más confundidos que nunca respecto a lo que significa el concepto de servicio público, que no es más que la forma de ejercer el poder. Porque el poder no es ni bueno ni malo, es la capacidad de hacer cosas que está en el pueblo, como definen la mayor parte de constituciones de los países democráticos. Su forma de ejercerlo requiere sacrificio en tiempo, exposición pública y esfuerzo de los líderes que se prestan a desarrollarlo, quienes podrían seguir el curso de sus vidas sin involucrarse en ninguna causa pública.

El marketing político ha desarrollado y utilizado muy bien el storytelling – el hecho de contar historias – para crear liderazgos, o incluso impulsar movimientos sociales a través de la política. No es posible olvidar el Yes, we can de Barack Obama, quien tras su mandato presidencial quiere precisamente impulsar el liderazgo de los jóvenes e involucrarlos en movimientos cívicos y políticos en la comunidad valorando su potencial.

Incluso echando un vistazo a la campaña de las elecciones presidenciales francesas, la extremista Marine Le Pen posee una gran fuerza en un relato sólido construido en el tiempo perfecto: Como decir «frente a la incertidumbre, a la inseguridad, al expolio económico y político al que ha sido sometido el pueblo francés yo represento la candidatura del pueblo para liberar a Francia de toda atadura en nombre de la gente, de los ciudadanos, del colectivo». Pese a lo histriónico y disparatado de muchas de sus ideas, no cabe duda de que mucha gente compraría este relato. Y lo votaría.

¿Por qué? Porque buscamos siempre soluciones rápidas para la supervivencia. Como el ejercicio del poder es algo complejo. prefiero que una persona me dicte lo que debo hacer, yo ejecuto. Que me libere de responsabilidades, aunque sus planteamientos sean inhumanos. Lo que quiero, en la época de la adoración a la eficiencia, son resultados positivos, tangibles y rápidos. Sin esfuerzo. Mejorar mi calidad de vida a costa de lo que sea.

Como actualmente hay una ausencia clara de líderes en el sentido de aglutinadores de discursos públicos bien construidos hacia fines más nobles que el consumismo voraz. hay un fatalismo creciente que hace que los ciudadanos estén cada vez más desconectados de la política, vista como «algo sucio». Algo peligroso teniendo en cuenta que si se desconocen cómo se forman los líderes y se organiza el sistema de poder estarás siempre a merced de cualquiera que conozca bien su funcionamiento, incluso para aprovecharlo en propio beneficio. De nuevo, a merced de cualquier loco.

La política nos parece un mero negocio, incluso uno muy rentable que genera empleos subcontratados: creadores de encuestas cuyos resultados no se dan en realidad -¿recuerdan la victoria de Hillary Clinton en las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas? - publicistas, etc. Nos sentimos como outsiders que huyen de cualquier atisbo de participación social en temas de comunidad, compromiso social, y a su vez renegamos de la concentración de poder que vemos. El poder va más allá de participar en manifestaciones o “moradas” de Podemos. Significa estar atentos y participar en la vida de nuestra ciudad, aportar ideas.

Suena muy antigua esa idea tan inglesa de clubs, lugares en los que compartir conocimientos, debate o incluso simples aficiones. Pues, paradójicamente, están más de moda que nunca. Hay numerosos clubs de mujeres en Madrid y otras ciudades sobre literatura, deporte, etc. Porque la política no empieza en las grandes cuestiones, sino en crear comunidad. Y la comunidad se inicia cuando difundes tu mensaje en un área concreta. Cuando te conviertes en un creador de opinión, no en un “influencer” al servicio de marcas.

El escritor y fundador de la Universidad Cívica, Eric Liu, que fue escritor de discursos de Bill Clinton, confirma que debido a la globalización el ámbito local goza de una mayor relevancia, ya que las grandes ideas se van construyendo desde el ecosistema local. Es decir, estamos tan acostumbrados a pensar a lo grande, que no nos percatamos de lo esencial. Cualquier cambio que puedas o quieras hacer en tu ciudad para mejorar tu comunidad, será sin duda un cambio decisivo que quizá pueda implementarse a niveles mayores.

Estas acciones cívicas, este “crear comunidad” más allá de lo digital, es la clave de cómo compartiremos historias de ahora en adelante. De cómo construiremos el futuro.