Un hecho curioso en países como Costa Rica, Nicaragua y Estados Unidos es que, entre menos vemos y sabemos de los mandatarios, más populares se nos hacen. Las últimas encuestas de Luis Guillermo Solís, Daniel Ortega y hasta el mismo Trump demuestran que entre más desaparecen, más mejoran su imagen.

Solís, si sigue así, terminará como el mandatario más popular de los costarricenses. Ni siquiera Garabito, el cacique, fue tan popular. Ni qué hablar de Daniel Ortega, que en vista de una enfermedad bien escondida que lo hace salir poco, es más apoyado que nunca. En las últimas elecciones, amañadas o no, más del 60% de los nicaragüenses estaban con él. En Estados Unidos, los republicanos rezan para que su presidente no salga a la prensa, ni tuitee, porque, entre más lo hace, más problemas causa.

La razón es muy sencilla: los políticos se han convertido en partículas cuánticas y la economía mejora cuando están en reposo. No es un secreto que Costa Rica, Estados Unidos y Nicaragua tienen presidentes que no saben ser presidentes y que a pesar de ello, los tres países siguen creciendo y el desempleo, sigue en picada y la Bolsa de Valores, en alza. Nunca tuvimos presidentes más malos y nunca estuvimos mejor. (Hasta que tengamos que pagar la deuda externa que, gracias a los tres, se ha disparado).

La física cuántica es tan ajena a nuestra experiencia que se hace, a veces, difícil entenderla. Sin embargo, si la estudiamos, podemos darnos cuenta de que nos explica mucho del fenómeno presidencial.

Según los físicos, existen partículas que violan las leyes conocidas. Es el caso de las llamadas partículas divinas que toman energías de otras y que las regresan antes de que nos demos cuenta. O sea, surgen sin que se registre que se ha perdido energía, lo que no es posible según las leyes de Einstein.

Aún no sabemos para qué sirven estas partículas y algunos creen que no hacen nada. O sea, Dios las puso ahí sin ninguna misión y camufladas para que nadie se diera cuenta.

Lo más interesante es que si no las buscamos, no existen. Si lo hacemos, es lo que les da vida. Pero apenas nos descuidamos, vuelven a no hacer nada.

Otros creen que fijarnos en ellas podría crear un disturbio sideral porque al estar tan disimuladas, nos arriesgamos, si les damos vida, a crear quién sabe qué caos universal. Se cree que sería mejor que no supiéramos de ellas y que, en paz, las dejáramos.

Pues si el universo funciona así, también debe hacerlo el cosmos social.

Cuando Solís aparece y se hace el simpático, haciendo una payasada, las cosas se ponen tensas. Cuando no hace nada, tenemos de él la mejor opinión. (Aunque tengo que reconocer que esto también puede ser peligroso. 6000 pacientes de VIH en Costa Rica se han quedado sin medicamentos y están en peligro de desarrollar sida porque al gobierno de Luis Guillermo se le olvidó comprar los medicamentos. Mientras él no hace nada, los funcionarios de las Embajadas de Israel y de Estados Unidos están viendo cómo atender este desastre).

Esto nos lleva a pensar que sería mejor que nos hagamos los tontos. En vez de reclamar a los presidentes que hagan algo, deberíamos dejarlos que no hagan nada.