Hace unos años formé parte de la Comisión Nacional para la Racionalización de los horarios españoles. Estando ahí me dediqué a impulsar, tanto en el mundo de la empresa como a nivel institucional y civil, la importancia de una mayor conciliación y equilibrio en nuestra vida personal, familiar y laboral.

Dicen que lo caminado nunca es en vano, y más allá de los aportes que realicé en dicho país en torno a este tema, me siento con la responsabilidad de comenzar esta columna poniendo sobre la mesa las enseñanzas de otros lugares, al observar que, a día de hoy, Chile ocupa el 5º lugar entre los países de la OCDE que más horas trabaja, y 2º en baja productividad, sólo superado por México. Con respecto a este último punto, cabe destacar que, como señala la OCDE, los índices de productividad son 40% inferiores a los de economías desarrolladas, mostrando una mayor caída en los últimos 15 años. Pero no es sólo nuestra productividad lo que debe ocuparnos: estos resultados se ven acompañados de un empeoramiento de la salud y bienestar de los trabajadores de nuestro país.

Si no tenemos tiempo para desarrollar todos nuestros roles de forma equilibrada, cultivar nuestras relaciones, participar de la vida comunitaria, desarrollar actividades sociales, permitirnos tiempo personal y tiempo dedicado a nuestros vínculos más íntimos a nivel familiar, no estaremos fomentando ni el desarrollo ni el fortalecimiento de los factores protectores que pueden ayudarnos a defendernos ante el estrés y claramente cada día seremos un país más enfermo.

En este sentido, creo que por muy normalizadas que tengamos ciertas rutinas y hábitos, pareciera ser que la realidad se encarga de mostrarnos que, en el fondo, no estamos tan bien, y que la necesidad de cambiar los horarios no sólo viene anunciada por nuestro bajo nivel de productividad y la equívoca relación entre presencialismo y productividad. Los actuales horarios laborales comienzan a afectar nuestra salud, nuestros vínculos sociales y la forma en que hoy estamos criando.

Una realidad alarmante: los altos índices de depresión y suicidios en Chile

Según datos de la OMS, nuestro país lidera el ranking mundial por depresión, observándose a su vez que Chile lidera los índices de fallecimientos por suicidio a nivel mundial , siendo el segundo país con la tasa más alta de suicidios entre los 35 países que conforman la OCDE, sólo superado por Corea del Sur.

Aún con todo esto, plantear la necesidad de un cambio de horario laboral es evaluado como utopía cuando la utopía esta en pensar que podemos seguir funcionando así sin que esto no sólo no nos afecte a nosotros, sino que tampoco afecte a nuestros niños y jóvenes, a su desarrollo y bienestar emocional. Con respecto a este punto, tenemos que considerar que Chile es actualmente una de las dos naciones junto con Corea del Sur, en el que la tasa de suicidio de niños y adolescentes aumenta cada año en vez de disminuir. Durante los últimos 10 años nuestro país duplicó su tasa de suicidio adolescente, siendo el segundo mayor aumento entre los países de la OCDE.

No podemos olvidar que estos síntomas se dan en un país donde las largas jornadas laborales, los sueldos bajos, los altos niveles de desigualdad, la presencia de estrés, y diversas manifestaciones de violencia en la población unida a altos niveles de individualismo comienzan a ser características destacadas. Soy de la idea que una cosa es que los adultos toleremos y estemos dispuestos a aguantar esta forma de vida; otra, dejar que la misma afecte a las próximas generaciones, su salud mental y emocional y es por ellos que hoy principalmente escribo este artículo. Porque su bienestar depende del nuestro.

Hace unos días nos estremecimos con la partida de Nicolas, pero antes fue Andrea, antes Alejandra y así son miles de niños y jóvenes los que con su suicidio nos dicen que no estamos haciendo las cosas del todo bien. Como adulta me siento con la responsabilidad de preguntarme, y preguntarte, qué vamos a hacer para cambiar esta realidad. Siento que hoy fallamos en el momento en que seguimos permitiendo y manteniendo las jornadas laborales que hacen que miles de padres de nuestro país no tengan el tiempo ni la energía para estar con sus hijos, fallamos en el fomento de redes, fallamos en no brindar un modelo educativo que promueva el desarrollo de factores protectores, fallamos en no darnos el tiempo para ahondar en una educación emocional que potencie el desarrollo de herramientas internas, fallamos en seguir construyendo una sociedad individualista, fallamos en tanto...y no quiero que fallemos más...porque hoy son nuestros jóvenes y son nuestros niños.

Soy de la idea de que todos esto que vivimos nos invita a reflexionar sobre nuestro rol como padres, hermanos, tíos , amigos, comunidad, etc., en el fomento del desarrollo y bienestar infanto juvenil, sin dejar de reconocer, en paralelo, que para el ejercicio de convertirnos en facilitadores del desarrollo de otros lo primero que necesitamos es tener tiempo y estar bien.

Bajo mi opinión, mantener estas jornadas laborales sería no cuidar a los que deben cuidar (figuras principales, padres), ni cuidar las redes de apoyo necesarias para impulsar el desarrollo (familia extensa, comunidad, entorno, etc) y obviar el hecho de que el mismo demanda una acción conjunta. Sería, además, negar el primer requisito para fomentar un vínculo sano, la posibilidad en primer lugar de estar presentes , de estar disponibles, desde lo físico y lo emocional.

Bajo el modelo actual ya sabemos que a menos tiempo y más «desarrollo», menos vínculos y menos acceso a redes. Ya sabemos que a mayor «desarrollo», mayor desigualdad y más tendencia al individualismo, más solos nos volvemos y al parecer menos ganas tenemos de vivir:

Según la ONU, en el mundo, casi un millón de personas mueren por suicidio cada año, 250.000 suicidios anuales son de adolescentes y jóvenes menores de 25 años, 3.000 personas se suicidan por día y, lo más grave, el efecto mariposa, 20 personas intentan suicidarse por cada una que lo consigue. Ahora si vuelvo a preguntarte, ¿Utopía o necesidad?

Bienestar y productividad

Para poder ser productivos necesitamos estar bien. Sin embargo, esta frase que suena obvia desde el sentido común, se encuentra con muchas resistencias a la hora de plantear la necesidad de un cambio en nuestras jornadas. Resistencias que finalmente nos pueden estar revelando la existencia de culturas laborales marcadas por la creencia de que la dedicación de un mayor número de horas al trabajo asegura una mayor productividad, aspecto totalmente erróneo y que nos conduce a perpetuar culturas que no destacan por su grado de eficacia y eficiencia en términos de resultados empresariales y mucho menos vistas desde el bienestar de las personas.

La experiencia nos dice que España, aun siendo uno de los países que dedica mayor número de horas al trabajo, presenta los índices más bajos de productividad, observándose a su vez que aquellos países europeos que han tendido a una disminución en sus horarios, muestran un aumento de la misma, provocando además un mayor bienestar en la población. Pero no sólo eso: el desequilibrio en las jornadas implica una repercusión en la salud y bienestar de los padres que trabajan (por dificultad en la compatibilización de roles: por tanto, hablamos de impacto en próximas generaciones) y un agotamiento sostenido en las nuevas generaciones.

A diferencia de lo anterior, entre los beneficios de culturas empresariales que fomentan la conciliación se ha observado un aumento del compromiso de sus empleados, descenso de la tasa de rotación y absentismo, mayores índices de satisfacción y aumento de la productividad. Destaca, por ejemplo, el caso de la mayor empresa energética española, Iberdrola, que fue la primera empresa del IBEX 35 en implantar la jornada continua. Entre los resultados que obtuvieron destacan: incremento de productividad en medio millón de horas, reducción de los índices de accidentalidad y absentismo en un 10%, y un aumento del orgullo de pertenencia.

Es así que la conciliación nos plantea una posibilidad de obtener beneficios tanto a empresarios como a trabajadores, porque flexibilizar las jornadas laborales redunda en trabajadores más contentos y productivos, y en este sentido puede ser una respuesta permanente para que el estrés de nuestros trabajadores disminuya, potenciemos la calidad de vida y disminuyamos el impacto que, a su vez, nuestros horarios están teniendo en la crianza y en el desarrollo de las próximas generaciones.

El logro de la conciliación de la vida personal, familiar y laboral tiene como pilar central la implantación de medidas de flexibilización y racionalización de horarios , ya que el tiempo que dedicamos al trabajo aparece actualmente como la estructura desde la cual se está organizando nuestra vida y relaciones, lo cual puede abrir o cerrar posibilidades de evolución. El establecer políticas de conciliación no sólo nos permite atraer y conquistar a los mejores y a las nuevas generaciones - la conciliación aparece dentro de los primeros factores de atracción de talento a nivel mundial- , sino que también garantiza que esos colaboradores estén comprometidos, satisfechos, completos y equilibrados, generando un impacto positivo a su vez en los entornos que participan.

Si queremos revertir las tendencias que vivimos, promover la inclusión en nuestra sociedades y el aprovechamiento de nuestro capital humano, tenemos que considerar que, tales metas, demandan la implementación de políticas que, por un lado, apunten al fomento de la corresponsabilidad y, por el otro, no promuevan diferencias en el acceso al trabajo producto de los roles tradicionales que han ejercido hombres y mujeres.

El debate sobre la jornada laboral

Flexibilizar las jornadas puede facilitar que disminuya el conflicto entre la necesidad de compatibilizar el trabajo y la familia, entre la vida profesional y personal, entre la necesidad que muchas personas tienen de desarrollarse profesionalmente y personalmente. En este sentido no podemos olvidarnos de la reflexión que nos invita a hacer Nuria Chinchilla, experta española en temas de conciliación: «¿Cuándo se compromete la persona? Cuando la tratas como un ser humano integral».

La realidad laboral de nuestro país me dice que somos uno de los países de la OCDE que más horas trabaja y menos produce y, aún así, la urgencia de modificar este paradigma parece no estar presente en la agenda política, al menos no como prioridad, si consideramos que una racionalización de los horarios laborales podía ser introducida en el proyecto de la Reforma Laboral desde el punto de vista legal, pero, al parecer, no era conveniente desde el punto de vista político, según me explicó un catedrático de Derecho. A este mismo catedrático le pregunté si era posible también introducir el tema del sueldo mínimo. Su respuesta fue similarmente afirmativa.

Con respecto a esto, no puedo negar que me chocó ver que el camino de nuestros ediles para lograr un cambio en este tema no pasara por la Reforma y que hoy aparezca una propuesta en una plataforma de reunión de firmas proponiendo una reducción de la jornada laboral y mantención de sueldos por parte de la diputada Vallejos. ¿Por qué no antes cuando se debatió la Reforma Laboral? ¿Y dónde están y estaban los demás para opinar sobre este tema? Me pregunto si estar dentro de los primeros 5 países de la OCDE que más horas trabaja no fue suficiente argumento, o tampoco estar primeros en los rankings de desigualdad. Y me pregunto si la salud mental de los chilenos y el desarrollo de las próximas generaciones no era argumento suficiente para introducir este tema en nuestra reforma laboral, mostrando con ello un compromiso con Chile, su productividad y desarrollo humano.