Populismo y posverdad, dos términos de moda en el lenguaje político que dos prestigiosas organizaciones internacionales, al definirlas cada una por su lado como la palabra del año 2016, les asignan un valor semántico similar.

La Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA), explica que populismo es la circunstancia en que los hechos emotivos y las creencias populares influyen más en la opinión pública que la objetividad misma.

A su vez, el Diccionario de Oxford explica que pos-truth (traducido al castellano como posverdad) es el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que los emotivos o las creencias personales.

Es decir, ambas instituciones les asignan el mismo significado –o parecido-- a populismo que a posverdad, haciéndolas sinónimas; pero no es así.

El significado de populismo, que trae tanto el DRAE (Diccionario de la Real Academia) como los diccionarios de uso corriente, es la tendencia política que pretende atraer a las clases populares mediante un discurso que se basa en la denuncia constante de las gabelas que se otorgan a las clases privilegiadas, precisamente con el propósito de cambiar el régimen imperante. Nadie con razón negaría que el discurso populista es cierto en tanto que, efectivamente, en los regímenes capitalistas existe un evidente trato privilegiado a las clases dominantes, en todo sentido: económico, político y social.

Luego, asignarle a populismo el valor directo de manipulación política de las emociones populares, no deja de ser una referencia despectiva con la clara intención de desacreditar la actividad de los políticos de oposición al sistema capitalista.

Tal vez el error de buena fe en que incurre la Fundéu BBVA es confundir populismo con demagogia, término que se define en todos los diccionarios que se consulten como (1) la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular y (2) la degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones pueriles y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.

Bien distinto es, y queda claro, que una cosa es denunciar los privilegios de la clase dominante con el fin de ganarse el favor popular y cambiar de régimen, y otra es engañar conscientemente a la gente para conseguir o mantener el poder.

La definición de pos-truht que da el Diccionario Oxford parece ajustarse más a demagogia que a populismo y, si se conviene así, resulta acertada la definición de posverdad: fenómeno psicológico que se produce en las personas cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de opinión pública que los emotivos o las creencias personales.

Un ejemplo al canto de posverdad en Washington serían los ataques de Trump a Kim Jong-un; y en Pionyang, los ataques de Kim Jong-un a Trump: ambos dados por ciertos por la opinión pública en uno y otro caso por cuestiones emotivas y de creencias personales.

La reivindicación de populismo es la posverdad

La posverdad, como estrategia de comunicación de masas, no es novedosa; la novedad es que el término haya alcanzado estatus en el léxico convencional. A fines de este año, se anticipó, también quedará incorporada al DRAE.

Posverdad, técnicamente hablando, son los muy populares 11 principios de Goebbels, elevados a tratado por los publicistas políticos, y bien aplicados en los regímenes democráticos del momento (aunque no hayan tenido origen en un régimen propiamente democrático como el de Hitler), sobre todo el punto sexto:

«Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas».

De aquí viene también la famosa frase: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad» (posverdad se le diría hoy).

En los medios de comunicación, que marcan las tendencias de lo que podría llamarse relexicalización, el uso del término posverdad le está ganando la parada a populismo, sencillamente porque populismo es un término ya bastante manido en política. Entonces, los periodistas que gustan hablar y escribir a la moda, utilizan posverdad en donde antes usaban populismo, y con ellos la gente in y también gente out se les ve y oye hablando con propiedad de posverdad, dándose por informado todo el mundo sobre qué se quiere decir con ello.

Tanto la Fundación BBVA como el Diccionario Oxford se basaron en la experiencia electoral del momento en que irrumpe el populista Podemos a la vida política de España; en Gran Bretaña el pos-truth impulsa el brexit y la campaña de Trump, por sus características de propuesta nacionalista, empieza a considerarse un asunto serio en Estados Unidos. También cabría aquí el inexplicable, desde el exterior, triunfo del NO a la paz propuesta en Colombia por el presidente Santos.

Los medios de comunicación, los mismos que peyoraron el hermoso término populismo, confundiéndolo con demagogia, podrían reivindicarse con el buen decir, si eligen llamar posverdad en vez de populismo, todo aquello que los políticos ofrecen como halago a los electores solamente con el fin de cautivar sus votos.

Posverdad a la colombiana

En Colombia tenemos nuestros propios ejemplos de posverdad. El primero, en el plebiscito por la paz del 02 de octubre del 2016: es un hecho confeso, y hasta en consideración jurídica su legalidad, que la oposición al acuerdo con las FARC, a punta de posverdades, hizo «emberracar» a la gente para que votara por el NO. (En el lexicón colombiano, emberracar, también enverracar, tiene varios significados. Generalmente se usa para denotar un enojo enorme o para describir a un tipo muy arrojado).

Pero la misma campaña por el SÍ encerraba su propia posverdad al hacerle creer a la gente que votaba por la paz nacional, cuando en verdad de lo que se trataba era de una paz parcial: el cese del conflicto con las sedicentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), que ni siquiera abrigó a todos los militantes en ese movimiento subversivo. Por fuera quedaron varios frentes que ahora se califican de «disidentes», otra posverdad porque, objetivamente, los disidentes son los que se desarmaron, pues, dejaron de ser Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, misión fundacional de las FARC-EP.

Posverdad –otro ejemplo- es la afirmación que viene haciendo ante el papa Francisco la Iglesia colombiana, de que la furia gaitanista, tras el asesinato de su líder populista, Jorge Eliécer Gaitán en 1948, la emprendió contra algunos curas por el solo hecho de ser curas, y no porque desde el púlpito andaban pregonando la idea de que matar liberales no era pecado. Hoy, esa posverdad tiene a las puertas del santoral a varios curas, lo que quiere decir que en la artimaña de la posverdad cae hasta el populista Bergoglio.

Posverdad fue la promesa de Santos de apoyar el proyecto de reducción de aportes a salud de los pensionados que, creyendo que era cierto, la emoción los llevó a votar la reelección del presidente que, tres años después, lo que haría sería objetar la ley que por unanimidad aprobó el Congreso el pasado 20 de junio.

Posverdad, como último ejemplo, es lo que se relata como anécdota en mi libro La mentira organizada (1ª ed. noviembre 2001), que recrea el cuento fantasioso que solía contarme de niño mi padre, sobre un invencible gallero a quien sus contrincantes se le apostaron cierto día de riña, diez cuadras antes de la gallera, preguntándole en cada esquina: «Don Pedro, ¿usted para donde va con ese conejo?». «Este no es un conejo, sino un gallo», les respondía; y así sucesivamente, esquina tras esquina, hasta que don Pedro, ante la insistente pregunta que para dónde iba con ese conejo, mirando detenidamente al gallo, reflexiona y dice: «De verdad: *yo para dónde voy con este conejo?», y se devolvió a las puertas de la gallera.

Posverdad es lo que utiliza la clase dominante para tumbar a los nuevos dictadores, cuando sus intereses empiezan a verse comprometidos con políticas que a su vez califican de populistas. Y en su defensa, esos dictadores emprenden un gobierno demagógico para no dejarse tumbar. ¡Qué paradoja! La mejor manera de enfrentar una posverdad es con otra posverdad. ¿Será por eso que dicen que un clavo saca otro clavo?

Colombia fue buen ejemplo de esta paradoja: los contradictores hicieron «emberracar» a los electores para que votaran NO; y los defensores los hicieron ilusionar para que votaran SÍ.

Así, de cara a las elecciones generales del próximo año (Congreso y Presidencia) lo que se avizora es una guerra de posverdades entre unos electores emberracados, llamados guerreristas, contra otros electores ilusionados, llamados pacifistas, que a la hora de atacarse los unos a los otros en medio de una inmensa masa abstencionista ciega –sorda-muda, que parece darle lo mismo ocho que ochenta, como dice el refrán, ya no se sabrá quiénes son los unos y los otros.

PD: La posverdad más grande y vieja del mundo implantada en la psiquis social es la democracia en donde los más, que son los pobres, votan por los menos, que son los ricos.