La crisis política a la que se enfrenta España después del 1 de octubre es, sin duda, la mayor de los últimos 30 años. El pseudoreferéndum de Cataluña para decidir su independencia definitiva del resto de país ha dejado tocada a una nación que no parecer ser capaz de ponerse de acuerdo ni en su identidad, ni en su modelo territorial. Básicamente, en nada.

Si usted vive fuera de España, ya le habrán llegado las imágenes de las cargas policiales, la violencia y los heridos en la jornada de votación del pasado domingo. No hay un periódico o televisión internacional que no las haya mostrado ya. Spain’s Day of Shame, clamaba la CNN el pasado lunes. La ONU ya ha advertido a España de que utilizar la violencia contra la población civil no se puede tolerar, a la vez que recuerda al Gobierno autonómico de Cataluña de que su referéndum es ilegal y su resultado, inútil.

La imagen de España ha quedado maltrecha y el Gobierno de Mariano Rajoy, tocado, y ya veremos si hundido. La palabra «elecciones» se empezó a escuchar el domingo bien entrada la noche en más de una boca. Se avecinan tiempos convulsos en el Congreso de los Diputados.

Muchos pensarán que el Govern catalán ha salido victorioso del pulso contra el Estado, pero lo cierto es que aquí hemos perdido todos. Pierde la sociedad, pierden los ciudadanos, pierde la cordura y la ética humana. Es triste para una española como yo, con raíces catalanas muy profundas, ver como nuestros hermanos se van, si no de facto, sí en espíritu, de nuestra casa. Esta casa que era de todos, o al menos así nos lo contaron en 1978. Pero cuando fracasa la política, no hay techo que aguante la fría lluvia de otoño.

Sentimentalismos aparte, los datos y las estadísticas también apoyan la tesis de que en este fracaso político perdemos todos. En el escenario de una separación, Cataluña se enfrenta a un futuro incierto, y España también.

El Gobierno catalán ha anunciado que esta misma semana declarará unilateralmente la independencia, aun con las advertencias de la ONU y la Unión Europea de que el referéndum no sirve de nada y de que, en caso de independizarse, aun de forma legal y bajo el amparo de la Constitución, quedarían automáticamente fuera de la UE.

Y esto no es poca cosa. Un estudio de Credit Suisse indica que Cataluña perdería un 20% de su PIB con su nuevo orden político. En estos momentos, es la comunidad autónoma con el Producto Interior Bruto (PIB) más elevado de España. También es la más endeudada. ¿Y qué pasaría con España? Pues que perdería los 200.000 millones de euros que aporta el PIB catalán al estado español. Casi nada.

Fuera de la UE, Cataluña se quedaría también fuera del Banco Central Europeo, de la Unión Bancaria y del Mecanismo Europeo de Estabilidad, y con los 1.400 millones de euros asignados de los Fondos Estructurales (en el período 2014-2020), en el aire.

Las pensiones, de las que dependen actualmente más de 1,7 millones de personas en Cataluña, volarían, así como un porcentaje del empleo que, según que parte lo analice, oscila entre nada y los casi 500.000 puestos de trabajo. Todo son elucubraciones, pero lo cierto es que cuesta pensar que todo seguiría igual.

La economía es, al fin y al cabo, un compendio de cifras que pocos entienden. Pero de sentimientos sí sabemos algo todos nosotros. Es una semana, un mes y un año triste para España. No hay «fiesta de la democracia», ni en Cataluña, ni en el resto del país. Así que guarden el champán, por favor.