Hace casi dos años, comencé mi andadura en esta revista con un artículo sobre la guerra en Yemen, llamando la atención, sobre todo, sobre la falta de repercusión internacional del conflicto en los medios occidentales. A día de hoy, poco sigue sabiéndose sobre el conflicto, que aún perdura, y que ha sufrido algunas modificaciones que podrían hacer que el conflicto se resuelva o mute en uno más sangriento y difícil de atajar en el futuro. Y todo ello, aún, sin la atención de la opinión pública occidental en su mayoría.

Un caleidoscopio de protagonistas

Antes de mencionar el cariz nuevo que ha tomado la guerra en este país del golfo Pérsico, recapitulemos los elementos básicos para comprender el conflicto. La Primavera Árabe de 2011 fue expandiéndose por distintos países, y en el caso de Yemen, dándole la oportunidad a la etnia huthi para forzar sus reivindicaciones históricas. Este grupo es heredero de los zaydíes, una secta dentro del islamismo chií que gobernó el país mediante un imanato que duró mil años hasta una guerra civil en 1962 que creó una república en el país.

Sin embargo, esta república fue corrompiéndose desde la llegada al poder en 1978 de Ali Abdullah Saleh. Con la guerra de Irak en 2003, los huthis, que habían conseguido entrar al Parlamento pero que llevaban tiempo alertando de un abandono del Estado a las regiones zaydíes, deciden aprovechar el momento para lanzar una ofensiva contra el gobierno de Saleh que acaba con el fundador del movimiento, Hussein al-Huthi, muerto.

En este contexto de continuación de la guerra civil, la Primavera Árabe les sirve para que la protesta ciudadana generalizada consiga echar a Saleh de la presidencia. Sin embargo, el proceso de Diálogo Nacional, impulsado desde el Consejo de Países del Golfo para solucionar el vacío de poder, acaba con Abdul Rabbo Mansour Hadi, del partido islamista sunní Islah, al frente de este proyecto de transición.

Ante esta deriva contraria a sus intereses, los huthis encuentran en 2014 al partido del expresidente Saleh como un aliado frente a un inmovilista Hadi, consiguiendo tomar la capital, Sanaa. Mientras tanto, el movimiento Hiraak controla gran parte del sur del país, para el que piden mayor autonomía o incluso la independencia, e incluso facciones de Al-Qaeda y Daesh, que han aprovechado la inestabilidad y el vacío de poder para asentarse en algunas partes del territorio.

Ante los movimientos en el norte del país, Arabia Saudí, principal valedor de Hadi, comenzó una guerra contra huthis y partidarios de Saleh con el beneplácito de Estados Unidos, que no quiere que los huthis, aliados de Irán, se hagan con el poder del país. Mientras tanto, este conflicto ha sumido al país en una crisis humanitaria con condiciones de hambruna y expansión del cólera y otras enfermedades.

Una nueva esperanza

Y, con todo ello, nos encontramos ahora ante un momento de tensión entre los huthis y el partido de Saleh, «aliados a la fuerza» en este conflicto. Es por todos los actores conocido que se trataba de un matrimonio de conveniencia en pos de una causa común, pero con tremendas discrepancias.

Por una parte, el partido de Saleh se veía a sí mismo como un partido de centro, una organización paraguas con diferentes visiones políticas y grupos confesionales, y ven a los huthis como un grupo político basado en sectarismos religiosos intolerantes, y de los que sospechan que buscan reinstaurar el régimen de los imanes zaydíes. Asimismo, desde que formaron un Gobierno en coalición con ellos en octubre de 2016, se han quejado de que los huthis no han honrado sus compromisos de disolver el comité revolucionario que establecieron en febrero de 2015, y que tiene un poder como Gobierno en la sombra que mina las ya de por sí débiles instituciones estatales.

Por la otra parte, los huthis ven a Saleh y sus partidarios como aliados en los que no se puede confiar, y los hacen responsables de un pasado corrupto que fracasó en el desarrollo del país, los marginalizó como etnia y facilitó la dispersión de la doctrina wahabista y salafista, propia de Arabia Saudí y contraria a sus creencias.

Estas asperezas, que a nivel ejecutivo eran minimizadas, han sido imposibles de limar entre los seguidores de a pie. Y toda esta acumulación de agravios se vio culminada en una manifestación de los partidarios de Saleh el 24 de agosto de este año, que venía agitada por palabras del propio Saleh calificando a los comités populares de los huthis de milicias, y que acabó con tres miembros del personal de seguridad huthi muertos al día siguiente de la manifestación, y con enfrentamientos armados cerca de la casa de uno de los hijos de Saleh como represalia al día siguiente de estas tres muertes.

A pesar de que se ha reducido la intensidad, la tensión sigue latente entre ambas facciones. No obstante, se trata del momento perfecto, según apuntan diversos expertos, para suspender las operaciones militares por parte de Arabia Saudí e iniciar un proceso de paz y de reconstrucción política en Yemen. Si, por el contrario, la monarquía saudí y sus aliados en Washington consideran que es el momento perfecto para atacar a dos bandos debilitados y avanzar en su particular conflicto contra Irán, esta guerra podría mutar en un conflicto aún más complejo e irresoluble, ya que es imposible saber si las tensiones entre huthis y partidarios de Saleh harán que llegue la sangre al río, ni se conoce con certeza la fuerza militar de cada uno de los bandos.

Por ello, es mucho más recomendable lanzar una iniciativa regional de negociaciones de paz que, además, deberá superar la resolución 2216 del Consejo de Seguridad de la ONU, porque no establece un punto de partida adecuado para resolver este conflicto: en ella, se pide la rendición absoluta de huthis y partidarios de Saleh y separa los bandos a negociar entre Huthis y Saleh por un lado, y el gobierno de Hadi por otro.

Sin embargo, desde diferentes instituciones y por parte de varios analistas se expone que sería mucho más beneficioso para la resolución de la guerra que se sienten a la mesa esa panoplia de protagonistas que van desde los tres mencionados hasta representantes tribales, grupos salafistas, el partido Islah y representantes del movimiento separatista del sur Hiraak, y también con participación de los vecinos Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos para tratar el tema de seguridad marítima y fronteriza.

Sin embargo, confiar en la astucia política de Trump y en la sensatez de un envalentonado recién nombrado heredero Mohamed ibn Salman, principal impulsor de la intervención en Yemen en 2015, es complicado e ingenuo. En este caso, la Unión Europea y otros importantes actores internacionales y regionales deberán inmiscuirse en este conflicto para forzar unas negociaciones inclusivas si de verdad se quiere solucionar el problema.