Es un lugar común decir que en las guerras la primera víctima es la verdad. Habría que agregar que en los regímenes autoritarios y dictatoriales, el primer detenido desaparecido es el humor.

Durante muchos años gocé leyendo El Jueves – La revista que sale los miércoles, publicación española, cuya sede está en Barcelona. Genios de la caricatura y el cachondeo inventaron eso de no hablar de España… sino de Expaña, y practican eso de reírse de todo y de todos, sin excepción. En honor a la verdad, mayormente de los poderosos, porque un signo identitario del humor –lejana reminiscencia del laburo de los bufones de la Corte– es que no se rebaja a reírse de los miserables.

Quien practica el humor como oficio sabe que hacer reír es infinitamente más difícil que hacer llorar. El humor requiere el dominio de una vasta cultura, de lo que el siglo XVIII llamó l’esprit (chispa intelectual), cualidad que no se adquiere ni en las aulas ni en los libros. L’esprit es un talento natural que no se compra con dinero, y es lo contrario de la chabacanería, la vulgaridad, la grosería y el mal gusto.

El humor necesita –como condición indispensable– la existencia de referentes comunes al humorista y a su audiencia. O como dice Henri Bergson en La Risa (1900): «esa inteligencia debe estar en contacto con otras inteligencias».

Aun debemos mencionar la oportunidad, y el objeto del humor. Reírse de todo y de todos quiere decir precisamente eso. No hay tema tabú. No hay personajes ni dignidades que en razón de no sé qué privilegio pudiesen reclamar un imposible derecho a la inmunidad.

El mismo Bergson asegura: «Lo cómico no existe fuera de lo que es propiamente humano. (…) Para comprender la risa hay que reubicarla en su medio natural, que es la sociedad; hay que determinar sobre todo la función útil, que es una función social. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa debe tener una significación social»

Bergson no se detiene solo en los mecanismos que provocan la risa, ni en los elementos que determinan la comicidad. Como se ve, le asigna a la risa una función social normativa:

«Un defecto ridículo, apenas se siente ridículo, busca modificarse, al menos exteriormente. Si Harpagon nos viese reír de su avaricia, no digo que corregiría su comportamiento pero nos los mostraría menos, o lo mostraría de otro modo. Digámoslo desde ya, en ese sentido la risa “castiga las costumbres”. Hace que intentemos parecer lo que debiésemos ser, lo que algún día terminaremos por ser verdaderamente»

Tal vez por esa razón el humor siempre fue un arma peligrosa en manos de quienes combaten la mentira, la intolerancia, el autoritarismo, los privilegios, la sumisión. Quienes carecen de virtud suelen ser la materia prima por excelencia del humor, del sarcasmo, de la ironía. Como conclusión pudiésemos decir, con Bergson, que «La risa no pertenece a la estética pura porque persigue un objetivo útil de perfeccionamiento general»

¿Qué pensar pues de la justicia expañola que inculpa al director de la revista humorística El Jueves por injurias a la Policía Nacional?

El Gobierno de Madrid, liderado por Mariano Rajoy y el partido político más corrupto de Europa, parece controlar la acción de algunos jueces para resolver por vía judicial lo que se aparenta a la peor crisis política desde la muerte del dictador Francisco Franco y la patética transición que protegió su legado.

El fenómeno independentista, irresponsable como aparece, no se resuelve con medidas de orden jurídico ni con acusaciones de una violencia que solo puede ser imputada a las fuerzas represivas del Estado central. Rajoy, y su partido delincuente que cuenta con más de mil inculpados y procesados por corrupción, no puede pretender que la presunta transgresión de la ley por parte del Govern merece la prisión preventiva. Porque se las ha arreglado para evitarle la prisión a sus propios delincuentes, así como a la infanta Cristina y a su facineroso marido, el Sr. Urdangarín.

La expresión latina Dura lex, sed lex no describe el funcionamiento de la justicia española sino en la medida en que la ley es dura solo para los enemigos de Mariano Rajoy.

Lo de la revista satírica El Jueves no es un error. Es una falta. Imperdonable. Una falta que le aporta argumentos a quienes afirman que el régimen democrático en Expaña es una patética pantomima. En la que participa otro corrupto notorio, el muy venal Felipe González que, cuando estuvo en el poder, se dio maña para combatir a la ETA organizando el terrorismo de Estado.

¿De qué acusan a la revista El Jueves? De burlarse de la numerosa Policía Nacional que el Estado central envió a Catalunya con el propósito de impedir el referéndum sobre la independencia. Digamos de paso que Mariano Rajoy y Felipe González comparten un odio profundo hacia Venezuela y el régimen chavista. Que Maduro no reprimió a la oposición venezolana cuando esta organizó su propio referéndum. Que ningún opositor fue encarcelado por llamar a votar… Lo que no le impide ni a Rajoy ni a González dar lecciones de democracia.

El Jueves, cachondeándose del despliegue policial, tituló:

«La continua presencia de antidisturbios acaba con las reservas de cocaína en Cataluña».

Como si a PolitiKa se le ocurriese escribir que la presencia de fuerzas policiales en La Araucanía hace aumentar significativamente el consumo de alcohol, o que el resultado de la Operación Huracán hace pensar que Mahmud Aleuy fuma de la buena.

Los nostálgicos de las respectivas dictaduras detestan el humor, porque el humor pone en evidencia su miseria moral y su pequeñez intelectual y los pinta como lo que son: los esbirros serviles de la conservación de la herencia de los sátrapas.

La hora es grave: están asesinando el humor.