Llegó noviembre y con él las expectativas cumplidas. La geopolítica se mueve caprichosa en un vaivén impulsado por tres actores principales, mientras el resto pone su mejor cara de póker.

La región Asia-Pacífico domina la actualidad con Donald Trump, Vladímir Putin y Xi Jinping como maestros de ceremonias. Vayamos por partes.

Rusia tenía marcada en rojo dos fechas peculiares. El 25 de octubre para los más nostálgicos –según el calendario juliano- y el 7 de noviembre para las nuevas generaciones. Se cumplían 100 años de la revolución bolchevique y Occidente se preguntaba cuál sería el papel de Putin en la efeméride.

Las glorias de la sublevación tan celebradas en décadas pasadas eran motivo de debate, comparación y por supuesto hipótesis. Cómo celebraría Rusia el centenario de un acontecimiento que no solo marcó la caída del imperio de la dinastía Romanov sino que también tuvo repercusión en el resto del planeta. No en vano, hay quienes ven en la Revolución de Octubre la causante de los principales cambios en la historia moderna.

Lo sucedido desde entonces es bien conocido por la opinión pública de generaciones a generaciones hasta nuestros días y todo bajo la atenta mirada de Lenin desde su descanso pétreo en el corazón de la plaza Roja. Si Vladímir Ilich Uliánov levantara la cabeza.

El Kremlin ha ido dejando de lado las celebraciones anuales hasta llegar al momento actual en el que ni quita ni pone, deja que fluyan los sentimientos arraigados en los perfiles comunistas. Un programa lúdico que pretende reivindicar las bonanzas del socialismo, ideales que hoy en día ganan terreno en la sociedad rusa y que se expanden también a otras exrepúblicas soviéticas. En la Rusia de hoy la opinión pública está muy polarizada, pero eso es otra historia.

Pero en el epicentro de todas las miradas se encuentra el presidente Vladímir Putin. Ha mantenido una postura más bien ambigua en sus referencias sobre el asunto. Incluso sus valoraciones han dado giros según el escenario elegido o el discurso de turno. Putin es un tipo listo y sabe que debe medir por igual sus palabras y sus gestos para no crear un cisma entre los nostálgicos de la URSS, los actuales conservadores que ansían un zar y la rebelde juventud que desafía al Gobierno con sus movilizaciones. De momento la fecha ha pasado sin pena ni gloria.

Seguimos mirando a ese lado del globo ya que en un espacio más o menos cercano se concentran los tres hombres más poderosos del momento. Trump se encuentra inmerso en la que será la gira más larga de un presidente norteamericano, 25 días de periplo con todo su séquito, siempre acompañado de Melania. El magnate y aprendiz de presidente campa a sus anchas por territorio del sol naciente; mira desafiante hacia el otro lado desde la frontera surcoreana o trata de sacar una sonrisa al renovado líder comunista de la milenaria china.

Donald es un hombre de negocios y precisamente el leitmotiv del país de las barras y estrellas es la guerra. Su parte más lucrativa es la venta de armas gracias a la amenaza constante y el enemigo latente. Esa es la tarjeta de presentación el papel que mejor cumple dentro y fuera del despacho oval, es decir, la llamada ‘diplomacia económica’.

No pueden contarse por éxitos los paseos de Trump y mucha culpa de ello tienen sus posicionamientos dispares en asuntos como: los tratados comerciales, el cambio climático y así otros tantos desquicios de su política exterior. Pero sí que está presente en los asuntos más candentes de la actualidad. Corea del Norte ha sido un punto seguro en las reuniones con sus homólogos de Japón, Corea del Sur y China. Todas ellas en vano porque no ha logrado imponerles su mandato y menos, cuando el gigante asiático es quien rige ahora los designios económicos del mundo.

Estamos trazando una línea temporal y también una línea de interés informativo que iniciamos con el centenario de la revolución bolchevique y terminamos con la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) que se celebra en Vietnam. Una hoja de ruta que se enmarca en la región, llamada a ser el nuevo epicentro geopolítico mundial. Muy lejos y olvidada queda la preponderancia europea, el viejo continente no se recupera de sus heridas y se desangra cada vez más.

Pero cuál es el plus que tendrá ese foro internacional. Nada más y nada menos que la reunión más que posible entre Vladímir Putin y Donald Trump. China ha dejado claro que no acepta las posturas cerradas de Estados Unidos, no comparte la visión radical que impulsa la Casa Blanca y tampoco acepta las presiones de Washington hacia Pyongyang. Entonces a Trump sólo le queda Putin para abordar o tratar de convencerle en sus planteamientos.

Decíamos antes que el líder ruso es un tipo listo. Su creciente poder se ha cimentado en un perfil bajo, trabajado durante décadas y que afloró en dos etapas. La primera pagó el ansia pero supo reprimir sus intereses. Ahora ha vuelto a la primera línea, reforzado ante la decadencia política de líderes a uno y otro lado del planeta. Entonces, ¿qué podemos esperar de una reunión entre dos bloques personificados al máximo en los rostros de Putin y Trump?

El tiempo escribirá también estas líneas de la historia como ya hizo antes con la Revolución de Octubre. Sólo un detalle, Donald Trump lleva un año en el poder.