La negritud en el pasado y en la actualidad, fue y continúa siendo considerada una condición indeseable, una marca, una desgracia, una deshonra, algo que debe ser aniquilado, o en el menor de los casos, minimizado; ha sido este siempre el objetivo del racismo.

La población africana y aquellos de origen africano nacidos en las américas, como consecuencia del proceso de colonización, durante siglos han sido reducidos numéricamente por medio de varias estrategias. Muchos fueron asesinados en África por los colonos europeos para poder penetrar en su territorio, al resistirse al secuestro y desplazamiento involuntario hacia las Américas, así como al intentar rebelarse en los barcos negreros o al enfermar en el largo y infrahumano viaje.

Una cantidad importante de africanos y sus descendientes fueron aniquilados durante la esclavitud al ser considerados propiedad por lo cual podía disponerse de su vida a discreción, pero también al enfrentarse a la dominación esclavista. Obtenida su libertad muchos fueron asesinados por aquellos que se negaban a reconocer sus derechos civiles durante el periodo segregacionista, también fueron asesinados por las dictaduras latinoamericanas para evitar que su población fuese «contaminada» con la negritud, a muchos otros los asesinaron durante el apartheid sudafricano y más tarde fueron ultimados en los países africanos en medio de las denominadas guerras proxy. Luego ante la imposibilidad de continuar estos métodos, fueron y continúan siendo aniquilados por la maquinaria de la brutalidad policial, la pobreza, el hacinamiento en los guetos y la encarcelación masiva.

Pese a ello, la negritud aunque ha mermado, no ha desaparecido, por lo cual el sistema de dominación racial ha creado e impuesto otros mecanismos de exterminio de la población africana y afroamericana: su aniquilamiento y desaparición simbólica. Esto se ha hecho manifiesto mediante la invisibilización y exclusión explicita de esta población de la dimensión mediática y por tanto de la construcción de imaginarios sociales. Por ello, en la mente de las personas de todo el mundo, África es sinónimo de miseria, enfermedades e ignorancia; mientras que en América Latina se ha construido una narrativa de la blanquitud y la herencia europea, por lo cual, pocos asocian al continente latinoamericano a la negritud, con excepciones de países como Brasil, Cuba, Haití o República Dominicana.

Este proceso de aniquilamiento simbólico pasa además por la deconstrucción de la imagen del negro en los medios de comunicación, estos casi nunca aparecen y cuando lo hacen será emulando y reproduciendo la imagen de la población blanca: piel muy clara, cabello alisado o pelucas, rasgos africanos suavizados por la mano de la cirugía plástica o el Photoshop, lentes de contacto, así como, la aplicación de cualquier artilugio que les permita alejarse de esa imagen tan indeseada de la negritud natural.

Un ejemplo de ello fue la reciente campaña publicitaria de la marca Dove, en la cual una mujer afroamericana tras usar el jabón de baño promocionado se convertía en una mujer blanca. Con tan solo días de diferencia la marca Nivea lanzo al mercado africano una crema aclaradora con un spot publicitario en el que es posible ver a una mujer africana de cabello largo y muy liso, aclarar su piel en la medida en que se aplicaba el producto. Pero el racismo en la publicidad y los medios de comunicación y difusión masiva no son episodios aislados, no son errores, ni hechos casuales sin mala intención como con frecuencia se quiere hacer creer ante la indignación y el reclamo. Por el contrario, estas son prácticas sistemáticas, organizadas que permiten y sostienen la dominación y la desigualdad en base a criterios raciales.

Pero del racismo mediático no escapan ni siquiera las mujeres afroamericanas famosas, el año pasado la actriz Kerry Washington -protagonista de la serie Scandal- denunció el uso del Photoshop en su portada de la revista Adweek. En la fotografía es posible ver a la actriz con la nariz significativamente modificada, sus rasgos afroamericanos minimizados, así como, una piel notablemente más clara que la suya; ante ello la actriz ha afirmado no reconocerse: «Me sentí rara al ver una imagen de mí misma que es tan diferente de lo que veo cuando me miro en el espejo. Es un sentimiento desagradable». Hace algunas semanas, la cantante Solange Knowles también se pronunció en las redes sociales rechazando que la revista Evening Standard borrara la trenza que llevaba para su portada. La artista publicó una foto a Instagram con la leyenda «no toques mi pelo» y agregó: «cada mujer negra tiene un viaje personal con su propio pelo».

Recientemente la actriz y ganadora del Oscar Lupita Nyong'o, igualmente se vio en la necesidad de denunciar a la revista Grazia por editar su cabello para la portada que ocupo en la edición del mes de noviembre. La artista publicó en su cuenta de Instagram la fotografía original y la editada para mostrar cómo fue modificado cambiado su cabello, además de rechazar explícitamente la decisión de la revista: «Me decepciona que Grazia me haya invitado a estar en su portada para luego editar y alisado mi pelo para tener una visión más eurocéntrica de cómo luce un cabello hermoso. (…). De haber sido consultada, habría explicado que no puedo apoyar ni tolerar la omisión de lo que es mi herencia nativa con la intención de que aprecien que todavía hay un largo camino por recorrer para combatir el prejuicio inconsciente contra la tez de las mujeres negras, su estilo y textura de cabello».

No obstante, el cabello de las mujeres africanas y afroamericanas es editado porque el cabello rizado, el cabello afro natural, el cabello afro trenzado, evoca la negritud; los medios no permiten que aparezca porque no responde a los estereotipos de belleza eurocéntricos erigidos, proclamados e instaurados en el imaginario colectivo. El cabello afro natural o trenzado no puede aparecer en dichas revistas porque sigue sin ser aceptado, porque aunque la negritud comience a ocupar tímidamente algunas de sus portadas, lo hará siempre bajo sus códigos, bajo sus estándares de belleza; porque para los medios de comunicación, el cabello rizado sigue siendo «pelo malo», mientras que el racismo continúa siendo «bueno».