En el anterior artículo vimos cómo la Partidocracia, la Ideología y el Fanatismo (PIF) se convierten en Plutocracia, Obsesión y Fundamentalismo (POF).

Pero todavía no hemos visto, ni analizado, el porqué. Ni adónde nos lleva eso.

Plutocracia

Al ser la democracia representativa una representación popular de los partidos políticos, es decir, de la partidocracia, no del Pueblo, como se supone debería ser en una democracia verdadera, la representación deja de ser popular, salvo por la simpatía partidaria de quienes votaron por esa representación. Y pasa a ser una representación elitista que no necesariamente tiene o sustenta la calificación de la mayoría. ¿Por qué? Justo por lo que mencionábamos y discutíamos en el artículo anterior. El sistema no representa a la mayoría; es decir, al Pueblo, al Electorado. Representa a la partidocracia, a los partidos políticos. Y estos (partidos políticos), representan élites. De nuevo, ¿por qué?

Porque, dependiendo del sistema electoral, el Pueblo, el Electorado, por lo general elige, en base a un porcentaje del padrón electoral. Que, en buena teoría y lid, debería ser del 50% o más. Pero en la práctica, y sobre todo cuando existen más de tres partidos políticos en la palestra, como actualmente ocurre en la mayoría de las democracias modernas, ese porcentaje baja. Incluso a porcentajes que, en buena teoría y lid, invalidarían el proceso.

Por ejemplo, en mi país, Costa Rica, para ganar la presidencia, se necesita, como mínimo, el 40% de los votos válidos emitidos. Pero no se establece un porcentaje mínimo de votantes para poder dar por válido o legítimo el proceso electoral. Por lo que el abstencionismo suele ser muy alto, cercano al 30% o más. Eso significa que el 40% del 70% representa tan sólo a un 28% del electorado. ¿Podría calificarse como legítimo un presidente electo con tan sólo un 28% del electorado? ¡O menos!

Más peor, como decimos en mi país: en Estados Unidos, Donald Trump fue electo presidente sin tener la mayoría del voto popular porque el sistema permite que una minoría calificada por los partidos políticos decida por sobre la mayoría calificada por el voto popular. En otras palabras, una minoría le dio con su voto partidista, legitimidad a quien, la mayoría, descalificó con su voto popular.

Colocando a la minoría que gobierna, la Élite como representación de su partido político. No del voto popular. No de la voluntad popular. No de la decisión popular.

Pero vayamos un poco más allá y pregúntese: ¿y los partidos políticos? ¿A quiénes representan? Pues justamente a las élites que ostentan el poder económico, político, financiero, industrial, empresarial, productivo, etcétera. Dichas élites son, en última instancia, las que financian las campañas políticas y ponen a los presidentes. ¿Con qué objetivo?

Con el fin de defender sus intereses económicos, comerciales, industriales, empresariales, financieros, etcétera. O sea, con el objetivo de defender la Plutocracia, el sistema, el orden establecido, y mantener el statu quo, in saecula saeculorum, inamovible.

Obsesión y Fundamentalismo

Pasemos ahora al tema de la obsesión. El fanatismo bien puede verse como una obsesión. Una obsesión compulsiva por pertenecer a algo, por sentirse parte de algo.

Y, que ese algo, le retribuya alguna satisfacción, le devuelva algo, algo positivo, algo con lo que se identifique. Algo como un trabajo, algo como mejores condiciones socioeconómicas.

Algo como la falsa creencia de que yo soy mejor que los demás, y que, por eso, tengo el derecho y el permiso de avasallar a los demás, de pasarle por encima a los demás.

Y si alguien, algún populista, me dice, usted tiene razón, yo le doy ese algo que usted busca si usted vota por mí y defiende y sigue mi ideología. Eso, irremediablemente me llevará al fundamentalismo. ¿Por qué?

Porque si yo pienso que merezco algo, y que, para conseguirlo, no importa el cómo ni el por qué, Ya que, a quien yo escogí, y quien manda y dirige la Nación, me está diciendo:

«¡Usted tiene la razón!»

entonces estoy justificando que el fin justifica los medios. ¡Valga la redundancia! En otras palabras, me estoy volviendo un fundamentalista! ¿Por qué?

Porque un fundamentalista, al igual que un fanático, tiene una «actitud contraria a cualquier cambio o desviación en las doctrinas y las prácticas que el considera esenciales e inamovibles en un sistema ideológico», ya sea esté político o religioso.

Y, al igual que el fanático, una vez fundamentada y justificada su obsesión, lógicamente le dará rienda suelta. ¿Y a qué conlleva eso?

Tristemente a la formación y conformación de un movimiento populista que, de no pararse y detenerse a tiempo, terminará en la formación y conformación de un movimiento fundamentalista. Con todo e Ideología.

Así empezó ISIS. Así empezó Boko Haram. Así empezó el movimiento nazi y terminó la II Guerra Mundial. Así empezó el chavismo y probablemente terminará el madurismo. Y cuidado si no, también el trumpismo.