El día 17 de este mes de diciembre se cumplen 20 años del asesinato de Ana Orantes a manos de su exmarido. Su muerte no es más ni menos importante que la muerte de cualquiera de las 60 mujeres fallecidas cada año a manos de sus parejas o exparejas sólo en España, pero su valentía fue pionera y su cruel asesinato, el inicio de un movimiento contra la violencia machista que hoy en día desgraciadamente sigue siendo de la más cotidiana actualidad nacional.

En aquel año de 1997, la televisión autonómica andaluza, Canal Sur, emitía el programa De tarde en tarde, presentado por Irma Soriano y, con mejor o peor gusto, entretenía a una audiencia de personas mayores con entrevistas y confesiones. Durante algún tiempo, mujeres de avanzada edad habían salido caracterizadas para aparecer irreconocibles y así contar sus experiencias de malos tratos en el matrimonio, pero Ana sabía que, después de 40 años de palizas y de haber criado a sus 11 hijos, no tenía nada que perder y apareció en el programa aquella tarde sin miedo, sin gafas ni pelucas, con su mejor traje y una serenidad que helaba la sangre, porque evidenciaba la aceptación de su situación hasta sus últimos límites.

Durante una hora, ese 4 de diciembre (de diciembre y no de noviembre, como han divulgado medios como El País, HuffPost… que tienen fuentes tan fiables como Wikipedia, que es donde se generó el error) Ana contó su vida entera, porque su vida entera había sido «paliza sobre paliza». Nunca antes se había contado en televisión y de esa manera la tortura diaria, física y psicológica, que sufren muchas mujeres, ya que todavía entonces se creía que esas cosas quedaban dentro de cada matrimonio y nadie se tenía que meter ahí; era parte de la intimidad ajena.

Por muy impactante que hubiera sido su testimonio, la gente lo hubiera olvidado al poco tiempo y hubiera seguido riendo con las bromas que el grupo cómico Martes y Trece aún hacía en los especiales de Navidad. Sí, ellos disfrazados de mujer con los ojos pintados de morado, magulladuras, haciendo chistes sobre el tema, esa era la sensibilidad española al respecto. No se olvidaron las palabras de Ana porque solo 13 días después de aparecer en el programa de televisión contando su experiencia, su exmarido la mató. La mató porque podía, porque aunque estuvieran divorciados, el juez en la sentencia la obligaba a vivir en la misma casa, ella ocupando la planta de arriba y él, la de abajo. Así que su situación de indefensión no había cambiado. José Parejo golpeó a Ana Orantes en su casa de Cúllar Vega, en Granada, hasta que la dejó inconsciente, después la ató a una silla cerca de la entrada y la roció con gasolina. Esperó a que recuperara el conocimiento y le prendió fuego mientras se quedaba a mirar.

La atrocidad del crimen fue tal que la sociedad no pudo más que entrar en shock, había recibido un golpe de realidad del que no se recuperaría fácilmente; él fue sentenciado a 17 años de cárcel y allí murió de un infarto en el 2004. Después de aquello, asociaciones de mujeres de toda España se empezaron a movilizar, repercutiendo casi inmediatamente en el tratamiento que se daba en los medios sobre estos temas. Se convirtió en discusión abierta, los malos tratos habían salido del ámbito de la intimidad. Quizás hoy en día se vean de sentido común ciertas sentencias judiciales, pero hace 20 años la ley ignoraba tanto la circunstancia de que una paliza ocurriera dentro del matrimonio, que un juez podía sentenciar a un marido que hubiera golpeado a su mujer a un arresto domiciliario. Es decir, la condena que se le imponía a él, era una doble condena para la víctima, que al igual que Ana, tenía que compartir vivienda por sentencia judicial tras su divorcio. Pero esa circunstancia, ese movimiento no podía ser ignorado y tenía que ser legislativo.

El primer cambio fue en el año 1999, cuando se elimina de la ley el requisito de denuncia previa para la persecución de hechos violentos en el ámbito familiar, que no era suficiente, pero llevó a un proceso que se vio culminado con la Ley Integral sobre la Violencia de Género de 2004, que fue aprobada por unanimidad.

Poco después salió el número de teléfono 016 para la denuncia por parte de víctimas o ciudadanos conocedores de alguna situación… Fueron unos años convulsos para la sociedad española a nivel moral y puede que todas esas leyes dieran la seguridad de que se había hecho todo lo posible, que daría resultado, y aunque los da, y la situación de la mujer que decide denunciar no es la misma que hace 20 años, aún sigue habiendo un número similar de asesinatos, quedando la cifra en 60 mujeres asesinadas de media cada año. Es decir, más de 1.000 mujeres han muerto a manos de maridos o exmaridos desde que Ana Orantes pusiera el problema sobre la mesita de café de España. Este año nos acercamos a las 50 muertes, hace 20 años Ana fue la víctima número 57.

¿Qué ha cambiado desde entonces y cuál es el problema actual? Pues que la ley está hecha para la actuación, pero nada se ha hecho para la prevención del machismo. Nada se ha abordado desde el punto de vista de la concienciación y la educación de los más pequeños, así que los patrones se vuelven a repetir y aunque haya cauces para que, en última instancia, ellos sean castigados y las mujeres, protegidas, cuando se llega a tiempo, no existen políticas concretas y educativas que se deriven en una actuación en contra del machismo en sí mismo.

Recuerdo un programa de entrevistas de la época que, tratando el tema de moda, preguntaba a mujeres al azar sobre la violencia y el reportero preguntó a esta mujer si su marido le pegaba, ella dijo: «No, mi marido no me pega... bueno, lo normal». Lo normal, lo socialmente aceptado, que sería un maltrato físico sin marcas visibles, evitando las preguntas de las vecinas, eso era lo normal. Hoy en día, ¿Qué es lo normal? La violencia machista no se elimina por hacer un escudo de leyes contra esa violencia, si no se hace algo también contra el machismo a nivel estructural. Pero el machismo campa a sus anchas y ofrece su violencia constantemente y de muy diversas formas.

Esta situación de visibilización actual por parte de los medios y las gentes, de hablar, y no sólo de hablar, sino de dejar de callar. Esta avalancha de casos en Hollywood de acoso, violaciones, poniendo por fin en el punto de mira a los delincuentes sexuales sin importar el dinero que tengan, no es algo vanal, y aunque yo sea muy crítico con Hollywood y sus capitalistas maneras, sin duda es una ventana global sobre una expectativa. Las revoluciones pueden empezar desde la persona que más insignificante se siente ante el mundo o desde las esferas más pudientes y con más proyección, como podría ser la industria del cine americano si las mujeres protagonistas siguen diciendo basta, y ambas revoluciones pueden confluir en un grito global.

Ana Orantes, para mí, sin lugar a dudas, empezó otra revolución, desde abajo. Ella sabía que iba a morir, que la iba a matar su marido después de hablar en público porque nadie le había ayudado después de muchas denuncias y sin derramar una lágrima puso la cara roja de vergüenza a toda la sociedad con la solemnidad del que cuenta una historia que ya no le pertenece, sino que es un símbolo en sí misma, para reflexionar y del que partir. La historia de Ana realmente empezó la corriente de concienciación que se derivó en las posteriores leyes contra la violencia machista, leyes y propuestas que fueron modelo para muchos países europeos que legislaron en base a lo que se había hecho en España después de su testimonio; leyes europeas que ahora son modelo para aquellos países del resto del mundo que se atreven a dar un paso, no ya por la dignidad de la mujer en sí, sino de todos, en todas partes.

Pero no nos engañemos, aunque crea que el feminismo está viviendo una segunda revolución (aunque no la definitiva), la revolución por la dignidad y contra el silencio, también existe una contrarrevolución que intenta desacreditar cualquier aspecto que haga tener al «hombre» una sensación de pérdida de la situación de privilegio milenario. Y ahí entran: los que dudan de que la chica de los sanfermines fuera violada por querer aparentar estar bien en sus redes sociales (siendo lo primero que recomiendan los psicólogos), los que dicen que el hombre está en una posición de culpabilización continua con estas leyes, o que les dejan indefensos, o que los casos de falsas denuncias son cotidianos (cuando solo el 0´0075% de las denuncias probadas y con sentencia resultan ser falsas, y no me he equivocado en ningún cero), también los que dicen que el feminismo es igual que el machismo, los que dicen que no pueden ser machistas porque tienen muchas mujeres en su familia, los que usan la palabra feminazi, comparando un movimiento por la igualdad entre individuos con el peor régimen genocida de la historia de la humanidad... creo que se coge la idea sobre el tipo de persona a la que me refiero... y hay que hacerles callar.

Ana Orantes terminó la entrevista con una sonrisa como seguro no había mostrado en mucho tiempo, una sonrisa motivada por la presentadora que le contaba la estupenda vida que iba a tener a partir de ese momento, quizás la creyó, o quizás reía de lo ingenuas que eran las personas que aplaudían al finalizar su narración en el plató.

Un hombre quitó la vida a una mujer, a la que primero había anulado como persona, de la manera más cruel que se pueda imaginar. No hay más opciones posibles porque mientras haya agresores, habrá víctimas, y el resto no seremos más que cómplices de nuevo, ya que es una responsabilidad nacional el crear una sociedad en la que no exista nadie que se crea con el derecho de borrar la sonrisa de otra mujer más.