En la trepidante, surrealista, digital y fugaz realidad que vivimos no tenemos un momento de respiro. Simplemente, un segundo para pensar qué estamos haciendo y, lo más importante, por qué. Más allá de técnicas de relajación o introspección, necesitamos la Navidad como un tiempo de tranquilidad, de reconciliación con lo que somos para mirar al futuro con esperanza. Aquí va un cuento de Navidad Millennial.

«Érase una vez un mundo súper eficiente, donde vivían seres inteligentes contagiados de un ambiente hostil que les exigía cada vez más por sus privilegios. Ellos mismos tenían un alto nivel de exigencia, centrándose siempre en la obtención y consecución de cosas –viajes, experiencias, amores, coches, casas o trabajos bien remunerados-. Todo quedaba reducido a productos que la vida les ponía a su servicio para que vivieran felices, seguros y confortables. Aunque fuera todo una fachada de cartón piedra. Quien no obtenía mucho era precisamente porque era un parásito social incapaz de dominar su propia vida, víctima de sus demonios, o un retrasado. En resumen, un débil de carácter incapaz de presentarse y disfrutar del festín increíble que es la vida. Con sus traiciones, sus dolores, sus incertidumbres, sus alegrías, luces y sombras.

Ese mundo perfecto de fantasía, como creado por Peter Pan, se quebró un día del final del verano de 2007. El gigante castillo hecho de naipes se vino abajo haciendo volar por los aires – no de forma metafórica, sino real - el dinero guardado en poderosos bancos. Así la realidad alejó a la mayor parte de aquellos seres inteligentes de sus ensueños casi infantiles de poder, riqueza y felicidad. La caída los sumió en una espiral negativa de miedo, incertidumbre, depresión y ansiedad. Se dieron cuenta de que no eran capaces de valorarse a sí mismos porque sólo valoraban lo que se obtenía, lo que se podía comprar. Temporalmente negaron su realidad escondiéndose tras lo único que quedaba vivo del paraíso perdido: la tecnología. Si habían sido capaces de lograr desarrollar con diligencia e ingenio algo que había cambiado radicalmente su percepción del mundo en que vivían y su relación con él, sin duda los sacaría de aquel túnel sin salida. Ofrecería nuevos trabajos – algunos incluso desconocidos en su presente oscuro - que asegurarían el mantenimiento de su estatus. El orden podría mantenerse.

Sin embargo, 10 años después de aquella caída, seguían intentando recuperar el timón de sus propias vidas. Se dieron cuenta que ellos mismos se habían convertido en el avaro Mr. Scrooge –solitario, ambicioso, huraño, alejado de todo lo que no fuera su propio interés - . Habían perdido el verdadero significado de la vida y la propia realidad les había puesto a prueba para que recuperasen la cordura y su espíritu auténtico. Dentro de aquella noche oscura se levantó un verano casi tan invencible como el de Albert Camus, hecho de esperanzas, ilusiones, solidaridad, resiliencia y sabiduría. Quejarse no sirve de mucho cuando está en juego algo mucho más importante: la supervivencia. Entendieron que casi ningún tiempo pasado fue mejor, que la oportunidad no viene del pasado, sino que se crea en el presente y que el futuro es una carta abierta a escribir por el poder de la acción y de nuestro espíritu. Abrieron su corazón y pudieron, por fin, disfrutar de una eterna Navidad acogedora, de reconciliación con ellos mismos y de confianza en un futuro interesante y próspero aún por hacer. Como en sus primeras Navidades».