Una de las caricaturas dedicadas al anuncio de Trump de reconocer a Jerusalén como capital oficial del Estado de Israel muestra al presidente estadounidense encendiendo una mecha que conecta con una bomba donde se puede leer «Jerusalén», y que está rodeada de otros barriles de pólvora con banderas israelíes y palestinas. Yo habría optado por un dibujo de Trump azotando un avispero. Pero, igualmente, el último movimiento de la Administración estadounidense ha sido visto por una gran mayoría como una acción imprudente y temeraria, y con grandes consecuencias para un proceso de paz al que todos los presidentes estadounidenses han querido poner fin marcándose un tanto, pero que sigue sin resolverse después de más de 70 años.

La casa por el tejado

La capitalidad de Jerusalén siempre se había tratado por los distintos grupos de expertos y equipos de negociación como el epígrafe final a tratar una vez se hubiese lidiado con otros problemas como la ciudadanía, los sitios sagrados, las fronteras y un largo etcétera. Sin embargo, Trump ha decidido empezar a construir la casa por el tejado en lo que ha sido descrito por sus valedores como una manera de abordar el elefante en la sala, como suelen decir los anglosajones (address the elephant in the room) y poner de relevancia el problema y darle solución de una vez por todas, mientras que por sus críticos se ha visto como una estupidez y una manera de caldear el ambiente y hacer aún más imposible una salida negociada al conflicto.

Realmente, este anuncio no debería suponer un gran cambio, ya que no se anticiparon detalles de cómo se llevará a cabo, ni si esta capitalidad se refiere sólo a Jerusalén oeste, ya controlada por los israelíes, o a toda la ciudad, lo que haría inviable la solución de los dos Estados y sí supondría un gran cambio sobre la vida de los árabes en Jerusalén.

Como apuntan algunos expertos, este movimiento puede explicarse como un intento de Trump de sacar ventaja de las renovadas amistades con la monarquía saudí, que quedaron tocadas en la era Obama tras el acuerdo nuclear con Irán. Tras las muestras de beligerancia verbal del presidente estadounidense hacia la república iraní, el entendimiento con los monarcas del Golfo ha ido viento en popa, y Trump ha querido forzar hasta donde llega ese nuevo entusiasmo de la familia Saud poniéndoles en una encrucijada: limar sus asperezas con Israel por el bien mayor de crear una alianza anti-iraní o mantener su oposición al Estado israelita y dejar pasar la oportunidad de acorralar al régimen de los ayatollah.

La respuesta a ese compromiso dio al traste con el plan de Trump de formar una alianza contra Irán cuando Riad tildó la decisión de «injustificada» e «irresponsable». Como apunta el ex Alto Representante de la UE, Javier Solana, desentenderse de la causa palestina también le haría perder a Arabia Saudí puestos como máximo aspirante a hegemón en Oriente Medio y dejaría paso a Turquía o incluso Irán como máximos valedores del mundo árabe. En su torpe movimiento, Trump no ha previsto que Jerusalén (el tercer lugar sagrado del islam tras la Meca y Medina) no es sólo un problema entre Israel y Palestina, sino que afecta a los 350 millones de árabes y los 1.500 millones de musulmanes en todo el mundo.

Oposición internacional mayoritaria

Además de esta negativa, el anuncio de Trump ha contado con muchas críticas en todo el mundo, ejemplificadas en la votación en el Consejo de Seguridad en la ONU, en la que todos los miembros votaron a favor de dejar sin validez la declaración de Trump, y que no fue aprobada por el veto único de Estados Unidos como miembro permanente. Sin embargo, la votación en la Asamblea General de la ONU volvió a evidenciar el aislacionismo al que está dirigiendo la nueva Administración estadounidense al país al cosechar 128 votos en contra de la declaración de Jerusalén como capital israelita, con sólo ocho votos a favor y 35 abstenciones.

Y, lo que es peor, este anuncio también ha llevado a una creciente hostilidad en la zona, con ocho muertos en las protestas y cerca de 2.000 heridos, aunque los expertos no esperan una Tercera Intifada como respuesta a este anuncio, a pesar de que la organización Hamás ha alentado esa posibilidad.

Por su parte, la máxima autoridad palestina reconocida, Mahmud Abbas, ha declarado que desde ahora no aceptará ningún rol de Estados Unidos en el proceso de paz. Esto ha llevado a países como Irán, Rusia o Turquía, bien por sus contactos con la propia Organización para la Liberación de Palestina o por iniciativa propia, a postularse como nuevos valedores del proceso de paz.

Igualmente digna de mención es la respuesta del grupo terrorista Daesh, que han afirmado que este movimiento les llevará a hacer «más operaciones en vuestro territorio [Estados Unidos], hasta la hora final, y os quemaremos con las llamas de la guerra que empezasteis en Iraq, Yemen, Libia, Siria y Afganistán». Aunque la Administración estadounidense da por acorralada y casi derrotada a esta organización, es bien sabido que este tipo de organizaciones en célula pueden reproducirse, y acabar dando lugar a un aumento de los ataques contra Estados Unidos como lleva sucediendo en los últimos años en Europa. La torpeza puede salir cara.

Pérdida de poder internacional de EE.UU. ¿Ha llegado el momento de Europa?

Las críticas de Trump a la Administración Obama en las que aseguraba que la inacción de Estados Unidos le había llevado a perder peso en Oriente Medio le pueden haber llevado a que su excesiva acción, sobre todo por el hecho de alinearse claramente con uno de los dos bandos, le lleve a conseguir una mayor pérdida de poder de Estados Unidos en la región. Ironías de la vida.

Ante este posible rechazo a la mediación norteamericana, Javier Solana y otras figuras políticas europeas creen que es el momento idóneo para que la Unión Europea vuelva a ejercer su papel de negociador diplomático y creíble. De hecho, una de las razones por las que el Acuerdo Nuclear con Irán sigue vigente es porque se firmó conjuntamente entre las grandes potencias europeas y Estados Unidos, ya que si hubiera sido rubricado solo por el país norteamericano, el acuerdo se habría roto, como prometió Trump al ser investido presidente.

Por ello, la Unión Europea debería aprovechar la oportunidad, no en términos electoralistas o de prestigio, sino para realmente mostrar su compromiso con la causa, en cuya solución lleva participando desde hace décadas, y mostrarse como un actor político aún más evolucionado y capaz de tomar las riendas diplomáticas, así como para demostrar que ha superado los momentos de euroescepticismo y de ser vista como contraria a los derechos humanos.