El año se ha iniciado en Chile con el presidente electo preparando la designación de su Gabinete de ministros y los partidos de Chile Vamos, la coalición con que ganó la elección, presentándole las nominaciones que proponen.

Los partidos de la centro izquierda, los del desconcierto al que se refirió Alejandro Guillier tras su derrota en la elección presidencial, se preparan en cambio para reconsiderar lo ocurrido, sus consecuencias y perspectivas: según afirman, han iniciado un proceso de reflexión. Que se hayan abocado de inmediato al análisis necesario es, por cierto, promisorio; su deseable conclusión positiva va sin embargo seguramente a requerir un proceso de fondo que tomará largo tiempo.

Geometría variable

Tras la derrota electoral, una idea fue insistentemente reiterada: la unidad, hay que reforzar la unidad, que ampliar la unidad; la unidad de la Nueva Mayoría, por cierto, que se escindió en dos para las elecciones presidencial y parlamentaria, y hay que además ampliarla al Frente Amplio... Sólo que en la Nueva Mayoría (o bueno, en lo que fue la Nueva Mayoría, que entretanto no se ha vuelto siquiera a reunir) se siguen expresando voces, principalmente de la Democracia Cristiana (DC), aunque no sólo de la DC, opuestas o al menos renuentes a mantener una alianza que incluya al Partido Comunista (PC); y que, hasta donde se sabe, el Frente Amplio (constituido por catorce diferentes partidos y movimientos), no se ha dado mayormente por enterado de su posible integración a una unidad ampliada...

La idea de una amplia alianza unitaria ha empezado pues prontamente a ceder paso a objetivos más limitados, aunque tal vez más complejos, pero en todo caso más factibles: distintas formas de interacción entre la diversidad de fuerzas existentes de centro izquierda e izquierda, con la posibilidad de eventuales alianzas, acuerdos programáticos o reagrupamientos de partidos que concurran en conjunto, o sólo algunos según el caso, a determinadas decisiones en común, lo que se ha dado en llamar un sistema de geometría variable.

Todo indica que la recomposición de fuerzas no puede ser, en efecto, sino gradual, por tanto necesariamente lenta; pero aún más, que supone redefiniciones sustanciales.

Elementos rudimentarios

Inmediatamente después del triunfo de Piñera en la elección reciente, un diputado comunista aficionado al Twitter citó lo que habría dicho el cantautor argentino Facundo Cabral: «Mi abuelo era un hombre muy valiente, sólo le tenía miedo a los idiotas. Le pregunté ¿por qué?, y me respondió: porque son muchos, y al ser mayoría eligen hasta al presidente». Y por si no se entendiera, agregó: «Al parecer, por lo que ocurrió en Chile, es cierto lo que dice Facundo Cabral».

Ya años antes, en ocasión de la última cuenta de Piñera ante el Congreso Nacional, al término de su primer período de Gobierno, el mismo diputado se refirió al entonces Presidente de la República en otro tweet llamándolo: «El muy idiota...». Para justificarse, se valió después de la segunda acepción que ofrece el diccionario: «Engreído sin fundamento para ello», y agregó que «ese insulto (...) es muy antiguo y viene de los griegos, cuando hacían referencia a una persona engreída, es decir, aquella persona que se preocupaba sólo de lo privado, de sí mismo, y no se preocupaba de la polis»; misma explicación que más o menos arguyó ahora.

No se necesita ser muy aficionado a la etimología, como dice ser el diputado, para entender algo de los más rudimentarios elementos de filología: las palabras varían de significado a lo largo del tiempo o según distintos ámbitos culturales, y su significado efectivo es cada vez el que predomina en el lenguaje en boga. Y al respecto no hay duda: la primera acepción del diccionario para idiota es: «Tonto o corto de entendimiento», y se repite en distintos otros idiomas (latín: stultus; rumano: bou; italiano: scemo, cretino, stupido; francés: bête, imbécile; catalán: estúpid, imbècil; gallego: parvo; portugués: estúpido, sonso, bobo; inglés: stupid, foolish).

La cena de los idiotas

Tampoco se crea que el diputado expresa la opinión de su partido (aunque es miembro de su comité central y de su comisión política); de hecho, en ocasión de su primer desaguisado, el presidente del PC escribió: «si se esperan disculpas del Partido Comunista por esa palabra en Twitter, damos esas disculpas».

Con todo, vale la pena recordar una película de hace algunos años, La Cena de los Idiotas (Francis Veber, Francia, 1998); en la película, que es una comedia de enredos, un grupo de amigos se entretiene invitando a cenar a distintos idiotas, a ver quién consigue presentar al más idiota; y el desenlace de la seguidilla de embrollos se puede adivinar desde el comienzo, cuando un personaje se entretiene lanzando bumeranes, hasta que uno de estos, a su regreso, lo tumba de un golpe en la cabeza.

Porque una cosa es el exabrupto de calificar de idiota a un presidente en ejercicio, cualquiera sea el juicio crítico que pueda merecer; y otra ya diferente considerar idiotas a quienes de nuevo lo eligen con su voto, o le dan su voto contrariando lo que, según quien califica, les correspondería de acuerdo a su presunta condición (socio económica, de intereses, o lo que sea), o lisa y llanamente contrariando la apreciación de quién califica; o a quienes votan nulo o en blanco; o a quienes, peor aún, se abstienen de votar.

El verdadero meollo

Tampoco es que se trate de una expresión que se haya generalizado, aunque ha habido otras voces más o menos coincidentes; pero hay una extensiva apreciación de que lo ocurrido no se debería sino a una deplorable inconsistencia: la mayoría no debería haber votado así y, o no debería haber dejado de votar. Ya esto es bastante decir: no se habría tenido capacidad de generar la consciencia debida. Aún aquí se esconde sin embargo el verdadero meollo del asunto; en particular la izquierda necesita abrirse a las nuevas realidades que ha contribuido decisivamente a crear: la mayor diversidad social, el legítimo surgimiento de nuevas aspiraciones de bienestar material y seguridad, el hastío con todas las recurrentes formas de abuso en todos los ámbitos de la vida social; y su compleja combinación con la persistente desigualdad, el restrictivo carácter del sistema político, el verdadero desplome de la confianza ciudadana generado por la revelación del contubernio entre grandes intereses económicos y la política.

Tanto como la renovación en curso del personal político o la recomposición de fuerzas y sus alineamientos, la reconsideración debida requiere la redefinición de los términos en que representarse la sociedad y los contenidos mismos de la formulación de planteamientos.