Al igual que otros países de América Latina, Colombia se enfrenta en 2018 a una palabra: elección. Pero también se trata de una decisión trascendental para los próximos cuatro años, que se traduce en poder. En marzo y en mayo, los colombianos acudiremos a las urnas para elegir y decidir quiénes comandarán al país desde el Congreso y la Presidencia de la República.

Estamos en campaña y así se puede resumir lo que se convertirá en el acontecer diario: reuniones, declaraciones públicas, alianzas, coaliciones, encuestas, propuestas, predicciones y hasta enfrentamientos. Estamos acostumbrados. Sin embargo, más allá de los sucesos propios de la época electoral, las implicaciones del voto determinarán la visión de país que imperará.

En 2014, la confrontación entre paz y guerra fue clave para la elección presidencial. Básicamente, la decisión se simplificó en estar de acuerdo o no con el proceso que adelantaba, para entonces, el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC. El panorama ahora es distinto. Preocupa, sin duda alguna, la implementación de lo pactado con el exgrupo guerrillero y ahora partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC), pero ya no es el único factor determinante. Se plantean otros temas o ejes programáticos como la lucha contra la corrupción y el fortalecimiento de la institucionalidad y la economía.

El espectro ideológico en Colombia suele ser muy versátil. Pasar de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, con una parada técnica por el centro, puede resultar un comportamiento habitual. Está claro, lo anterior depende de la conveniencia. Hasta ahora, los candidatos presidenciales más fuertes para la primera vuelta son el senador Iván Duque, del Centro Democrático; el exvicepresidente Germán Vargas Lleras, inscrito con más de 5 millones de firmas; y el gobernador Sergio Fajardo, de la Coalición Colombia (Compromiso Ciudadano, Alianza Verde y Polo Democrático). Los demás candidatos parecen, entre tanto, depender de los vaivenes del proceso electoral. La distinción entre las fuerzas políticas se irá disolviendo.

Está claro que en Colombia una de las estrategias más utilizadas para ganar ha sido la consolidación de las maquinarias políticas, al igual que del capital electoral dependiendo de la zona de origen del candidato. El voto de opinión suele atribuírsele a la población joven que se siente identificada con propuestas alternativas y con aspirantes alejados de la dinámica política tradicional, pero no es suficiente. La diversidad de opciones no se puede discutir, la renovación sí. En todo caso, el debilitamiento de algunos partidos políticos, que durante años han mantenido las mayorías en el Congreso y una fuerte presencia en el Gobierno, sumado a un nuevo panorama tras el acuerdo de paz, puede dar lugar a una disputa, en la cual, las ideas y propuestas de país puedan tener alguna incidencia.

Lo que hay, lo nuevo y lo que viene

Lo que tenemos por ahora es la disputa por los votos, cientos de candidatos que quieren llegar al Legislativo y grandes apuestas desde distintas orillas para la Presidencia. Pero no solo eso, para este año se avecinan cambios con gran impacto. Por ejemplo, en la conformación del Congreso, pues con la aprobación de la reforma de Equilibrio de Poderes se estableció que el candidato perdedor en las elecciones presidenciales, quien ocupe el segundo lugar, tendrá derecho a un escaño en el Senado de la República, al igual que su formula vicepresidencial. A esto hay que sumarle, los 10 que se le concederán a las FARC, conforme a lo pactado en La Habana. Se elegirán, entonces, 108 senadores (antes 102) y 172 representantes a la Cámara (antes 166).

Será sin duda un año clave, un año que se puede divisar bajo dos posibilidades: continuidad con cambios o metamorfosis. Si bien, entre medias, hay diferentes proyectos, las mayores apuestas se inclinan por avanzar sobre lo construido con candidatos afines al actual gobierno o por intentar dar un giro radical con los opositores al mismo. Paradójicamente, puede que la mayor preocupación no sea que los colombianos elijan una opción, sino que estén dispuestos a votar. La incidencia de la desafección política, reflejada en la abstención y en la falta de interés por votar, da indicios sobre la afectación a la participación para cualquier jornada electoral. Esperemos que este año, la palabra acción sea el motor, más vale actuar que omitir, más vale participar que limitar, más vale votar que criticar. Alguna lección habrá dejado el Plebiscito por la Paz. Es una invitación a los colombianos, es una indirecta directa.